Los abogados en la pluma de Gabriel García Márquez

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El derecho está en todos lados, pero en algunos lados está más presente que nunca. Y sobre todo lo encontramos muy bien escrito cuando la prosa corre a cargo de Gabriel García Márquez.

En su obra, hay crímenes que pueden ser observados desde la perspectiva legal y hay personajes que obedecen los mandatos de la ley con el sufrimiento que eso trae.

Pero hay una mirada polémica de la carrera, una perspectiva de alguien que convivió en una facultad y vio crecer a otros abogados. Hay una pasión que vamos a explorar.

Gabo, “el abogado”

En 1947, el mundo se recuperaba de los estragos de una guerra mundial. Y en Colombia, un joven Gabo comenzaba sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional de Bogotá.

En medio de una ironía que parece escrita por él mismo, se enamora de la literatura leyendo los libros de Franz Kafka. Un abogado convertido en escritor fue el responsable de que este estudiante de leyes se convenciera de que quería vivir escribiendo historias fascinantes como El Proceso.

Según García, la  Bogotá de entonces “era remota y lúgubre, donde estaba cayendo una llovizna inclemente desde principios del siglo XVI”. El estudiante huía de esa oscuridad y se refugiaba en las aulas, pero cuando el aburrimiento por la lectura de códigos antiguos lo invadía se protegía en el cafetín de su casa de estudios.

Los disturbios mentales que dividían al colombiano entre el derecho y la redacción creativa se complementaron con los disturbios que se vivieron en Bogotá un 9 de abril de 1948. Una serie de protestas provocadas por un magnicidio obligaron a Gabriel a trasladarse a Cartagena y con él se llevó sus estudios y vocación de escribidor.

En la Universidad de Cartagena terminó el segundo año con notas cumplidoras en todos los cursos excepto en Derecho Romano. Ya en ese momento estaba coqueteando con el periodismo y esa vida lo alejó de las aulas durante casi todo el tercer ciclo

Esta tentación ajena a la jurisprudencia le costó una gran cantidad de faltas que lo obligaban a repetir esa etapa. Negando esa posibilidad, se abrazó de la literatura y nunca más volvió a soltarla por otra profesión.

¿Cómo es un abogado para García Márquez? 

Para empezar, hay que entender que la visión de un personaje no obedece necesariamente a la visión del autor que le da voz. Dicho eso, podemos suponer que hay mucha crítica por parte del escritor colombiano hacia los que casi fueron sus colegas.

Podemos centrarnos en Cien años de soledad, la novela en la que más tiempo dedica a comentar la labor de los legistas.

En esa histórica novela, los abogados siempre aparecen en momentos de conflicto, ya sea político o económico. Lo hacen de forma sombría y tétrica, emulando a las aves de mal agüero.

Algunas de sus apariciones claves son en medio de la guerra que libran los rebeldes del partido liberal contra el gobierno conservador y en la respuesta que reciben los reclamos de los trabajadores de la compañía bananera.

Veamos con detalle que dice Gabo al respecto:

En noches de vigilia, tendido bocarriba en la hamaca que colgaba en el mismo cuarto en que estuvo condenado a muerte, evocaba la imagen de los abogados vestidos de negro que abandonaban el Palacio Presidencial en el hielo de la madrugada con el cuello de los abrigos levantado hasta las orejas, frotándose las manos, cuchicheando, refugiándose en los cafetines lúgubres del amanecer, para especular sobre lo que quiso decir el Presidente cuando dijo que sí, o lo que quiso decir cuando dijo que no, y para suponer inclusive lo que el Presidente estaba pensando cuando dijo una cosa enteramente distinta.

Hay que saber leer a Gabriel, que era un amante de los detalles y que a través de ellos creaba contextos de forma magnifica. Estas figuras de negro y abrigadas al máximo no coinciden con la imagen ya establecida de Macondo, que es un paraíso tropical. Se entiende entonces que hay un énfasis más metafórico en su intención.

Esto se complementa con la descripción más cínica de su accionar. Los pinta como conspiradores, como entes que pululan en el momento más oscuro del día. Eso se refuerza con la siguiente mención:

Volvieron, mucho más viejos y mucho más solemnes, los abogados de trajes oscuros que en otro tiempo revolotearon como cuervos en torno al coronel. Cuando éste los vio aparecer, como en otro tiempo llegaban a empantanar la guerra, no pudo soportar el cinismo de sus panegíricos. Les ordenó que lo dejaran en paz, insistió que él no era un prócer de la nación como ellos decían, sino un artesano sin recuerdos, cuyo único sueño era morirse de cansancio en el olvido y la miseria de sus pescaditos de oro.

Siendo concisos, para el coronel Buendía los abogados son la representación de la eterna lucha por el control política a través de lenguaje. Y Gabo sabía muy bien sobre las luchas que sucedían en ese campo de batalla.

El derecho en su narrativa 

Si nos quedamos con todo lo anterior, uno podría asumir que el escritor odiaba lo que alguna vez amo. Pero es una aseveración antojadiza, teniendo en cuenta que el derecho formó parte de su obra. Directa o indirectamente.

En la ya mencionada Cien años de soledad tenemos el derecho de familia y el incesto regados en la columna vertebral de la historia. El derecho laboral también está presente al hablar de los abusos cometidos en las bananeras. Pero vayamos un poco más allá.

En Crónica de una muerte anunciada, por ejemplo, es muy evidente la conversación alrededor del derecho penal y la impunidad. Pero la muerte de Santiago Nasar va más a fondo, ya que es un choque entre lo que dictamina la ley y la complejidad de las tradiciones de un pueblo.

En El coronel no tiene quien le escriba apunta al tema de las pensiones. Recordemos que el protagonista que da nombre al libro ha pasado varios años esperando la suya sin éxito hasta que fallece. Esta es una crítica poco sutil que hace el colombiano a la seguridad social de su país.

En La mala hora se refiere al estado de sitio explicado en la constitución colombiana de 1886, lo que hoy día es conocido en el derecho constitucional colombiano como estado de excepción según la constitución local de 1991.

Pero Memorias de mis putas tristes es la más dura de todas a nivel de las faltas que se pueden analizar a través del derecho. El protagonista está en busca de una niña en un evidente acto de pedofilia, pero el escritor matiza en una oda sobre las tentaciones del alma. Entendible dentro de la forma en la que el escritor se comunicaba con sus lectores, pero no en el sistema de justicia.

Coméntanos cuál es tu libro favorito de Gabriel García Márquez.

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