Tres puntos clave para mejorar la forma de exponer el alegato

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Solo hay dos caminos para influir en un juez: o tenemos una prueba contundente, evidente, que no deje lugar a dudas (de tal manera que resista cualquier embate del mejor alegato); o, ante la ausencia de dicha prueba, realizamos un alegato eficaz (bien estructurado y perfectamente interpretado).

En este post les alcanzamos los consejos del reconocido abogado Julio García Ramírez para hacer de nuestro alegato un arma mortal. Aquí, pues, tres aspectos que debemos tener en cuenta para mejorar la forma de exponer nuestro alegato. Los alegatos no se preparan para ser leídos, sino para ser interpretados.


La mirada, las manos y la entonación son elementos que ayudan a potenciar nuestro mensaje… o todo lo contrario. Por ese motivo hemos de cuidar todos los detalles cuando expongamos un alegato ya que, aunque pueda estar trabajado y preparado técnicamente de manera ejemplar, correremos el riesgo de aburrir soberanamente al juez y no ofrecer la imagen que nos gustaría dar delante del cliente.

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La mirada

Recordad por un momento esta expresión, que alguna vez hemos escuchado o dicho nosotros mismos: «no hace falta que digas nada, tu mirada lo dice todo». A través de la mirada amamos, odiamos, sentimos compasión, mostramos indiferencia, arrogancia, seguridad, temor, etc. Tiene por tanto una importancia vital en nuestra comunicación.

Lo primero que debemos tener en cuenta, como presupuesto básico al exponer nuestro alegato en sala, es que a un juez se le debe mirar.

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No es conveniente dirigir el alegato al compañero o a nuestra mea. El hecho de mirar a un juez mientras se exponen nuestras alegaciones transmite seguridad, mayor credibilidad, da más confianza a nuestro cliente, que ve como nos dirigimos al juez sin temor alguno y hace que el compañero redoble esfuerzos para intentar ganarnos en la batalla alguno y hace que el compañero redoble esfuerzos para intentar ganarnos en la batalla de captar la atención e interés del juez por nuestro alegato.

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He señalado anteriormente «mirar al juez», que no implica necesariamente mirarle a los ojos, lo cual constituye un gran error por el siguiente motivo: al juez no le interesa en absoluto que nosotros le transmitamos nuestra tensión en sala. Es más, cuando le miremos fijamente a los ojos descargamos nuestras emociones, como si lo hiciéramos con un programa de ordenador. Al juez no le interesa escuchar nuestras conclusiones, valorar la prueba propuesta y practicada… pero lo que no le interesa, y hasta cierto punto le incomoda, es sentir  toda la tensión que se desprende de nuestros alegatos.

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Entonces, si debo mirar al juez pero no a los ojos, ¿cómo debo hacerlo? Existe un recurso, que es el mirar al entrecejo del juez. Es fácil, probadlo con cualquier amigo: primero miradle fijamente a los ojos. Comprobaréis que al poco tiempo tenderéis a desviar la mirada.

Después miraos al entrecejo y descubriréis como no descargáis ninguna tensión. Es una mirada que relaja; podéis estar todo el tiempo que queráis sin sentiros incomodos.

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Probadlo la próxima vez que expongáis un alegato en sala. Cuando estéis mirando al juez no le miréis a los ojos sino a la zona del entrecejo y veréis como vosotros no sentís la presión del juez ni él la vuestra y cómo no eludirá nuestra mirada (por regla general, ya que si está cansado tenderá a hacerlo de todas formas).

Las manos

A la hora de potenciar nuestro alegato, las manos desempeñan un importante papel, pero también puede ocurrirnos a la inversa. La mayor parte de nosotros nos agarramos del bolígrafo y no lo soltamos en toda la exposición, como si fuese una batuta, advirtiéndose un efecto llamado «el director de orquesta», que provoca que el interlocutor esté siguiendo más el bolígrafo que el resto de nuestros gestos, con lo que nuestro mensaje llega debilitado. Si queremos coger el bolígrafo para puntualizar algún aspecto de nuestra exposición, hagámosla… y volvamos a dejar el bolígrafo en la mesa. Este gesto nos ayuda a enfatizar nuestro mensaje.

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Las manos deben ser nuestra mejor sombra, han de seguirnos sigilosamente, sin aspavientos exagerado, salvo contadas excepciones. Tengamos en cuenta que, para que las manos nos ayudan a enfatizar algún aspecto del alegato, deberemos gesticular únicamente cuando queramos potenciar algún aspecto del mismo y hemos de dejarlas después en su posición normal encima de la mesa; solo así conseguiremos que nos ayuden a destacar la importancia de nuestra argumentación, ya que si estamos constantemente haciendo ademanes, cuando queramos enfatizar algún aspecto relevante, nuestro gesto pasará inadvertido para el juez.

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La entonación

Todos nosotros hemos estado en conferencias cuyo contenido era brillante y la forma de exponerlo un verdadero desastre interpretativo que provocaba un aburrimiento soberano a todos los oyentes. En la mayoría de los casos, la entonación era totalmente monótona, ni se subía ni se bajaba de registro para facilitar la comprensión de los aspectos más importantes de la conferencia que el orador consideraba de interés.

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El orador lo tendrá perfectamente escrito en sus papeles o se lo habrá aprendido de memoria, pero los que estamos escuchando la conferencia tendremos que hacer un esfuerzo para asimilar lo que consideramos más importantes y, desde luego, el cambio de registro al entonar, ya sea subiendo el tono de voz o bajándolo, ayudará a destacar nuestros mejores argumentos.

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Los abogados tenemos con la entonación un recurso excelente para poner de manifiesto al juez lo que queremos que entienda que es más importante del alegato. Pero cuidado: un exceso de énfasis podría tener el efecto contrario, que cuando queramos destacar lo más relevante pase inadvertido para el juez.

Enfaticemos, ya sea subiendo o bajando el tono de voz, solo cuando queramos señalar lo que deseamos que llegue más y mejor al juez de nuestras argumentaciones. Pero tengamos en cuenta que, si enfatizamos como si todo fuese importante… cuando de verdad llegue el lobo no se le creerá nadie.

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García Ramírez, Julio. Las 4 habilidades del abogado eficaz. Rasche, pp. 43-46.

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