Hablemos de humor negro, por Daniel Salas

No voy a ser tan hipócrita para afirmar que nunca me causa risa el humor vulgar. Sí puede ocurrir, aunque no con tanta frecuencia. El humor vulgar se puede llamar de manera más apropiada lo meramente cómico, que consiste básicamente en la burla sobre el otro, como ponerle una chapa. hiperbolizar sus defectos o discapacidades, bromas sexuales, etc. Es una forma de humor bastante primitivo, que ni siquiera llega a la sátira. Es el humor de los cómicos ambulantes, cuya virtud artística es casi nula. ¿Me puede hacer reír? En ciertas ocasiones o, como se dice, “entre patas”. Pero incluso “entre patas” el mínimo ético consiste en que si yo me burlo de ti, te autorizo automáticamente, implícitamente, a que tú te burles de mí. Sin ese acuerdo comunicativo tácito, hay abuso y es mejor nunca cometerlo.

Pero eso no es humor. El humor requiere reflexión y sí posee calidad artística. La diferencia entre lo cómico y lo humorístico, según Eco, es el distanciamiento, que permite un discurso dialógico o dicho de manera menos bajtiniana, que yo converse conmigo mismo.

Cuando Ambrose Bierce define en su Diccionario del Diablo a la palabra ultimatum como “última advertencia antes de hacer una concesión”, está contrastando el lenguaje con la performance del lenguaje. Cuando Jonathan Swift propuso construir criaderos de niños católicos para que sirvan de alimento, estaba contrastando lo absurdo de la propuesta con la inhumanidad que implica la tolerancia a la exclusión y la pobreza.

Para ser humorista es necesario ser un maestro del lenguaje. Quevedo y Cervantes fueron grandes humoristas porque poseían control sobre cada palabra, cada frase que escribían. El humor involuntario ocurre cuando una persona expone su impericia: “Estábamos al borde del abismo. Hemos dado un paso adelante” es una frase atribuida a Francisco Franco. Pero si la dijo, no la dijo con intención de hacer reír.

La comedia vulgar no es humor negro. Es comedia vulgar y nada más. Pero ¿debe censurarse la comedia de mal gusto? No lo llamemos humor, que no lo es.

Una sanción tiene sentido solo si sus beneficios son mayores que sus costos. En realidad, esta es una regla para cualquier acción humana. Pues bien, la censura de los chistes repudiables poseen un alto costo porque abren la posibilidad de justificar cualquier otra prohibición a la libertad de expresión. Pero además, oportunamente, la indignación masiva sirve como distractor para omitir nuestro juicio sobre crímenes verdaderos y cuyos efectos alcanzan a millones.

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