Sin lugar a dudas, lo más duro que hacemos los abogados por nuestros clientes es intentar no responder a las «vejaciones» que sufre nuestro ego profesional, cuando, por ejemplo, jueces sin ningún tipo de respeto hacia nosotros, intentan ponernos en ridículo en presencia de nuestro cliente, tengan o no razón procesal (la verdad es que priman los jueces que no nos respetan).
Nadie tiene derecho a faltar al respeto a otra persona, menos en público, y mucho menos cuando todos los participantes de un juicio debemos colaborar de una u otra manera para conseguir que el ciudadano tenga una imagen de la justicia lo más digna posible.
La verdad es que soportamos todo lo que padecemos en sala por nuestros clientes. Aguantamos quedar como profesionales sin dominio del tema y que se cuestione nuestra pericia procesal por ellos, para que el juez no transforme sus valoraciones negativas (en ocasiones con no muy buenos modales) hacia nosotros, porque no le gusta cómo procedemos en la sala, en una valoración negativa de nuestras pretensiones que, sin duda, perjudicaría a nuestros clientes.
No, el ejercicio jurisdiccional no es del todo objetivo. En muchos casos, cuando la duda existe, la valoración subjetiva que el propio juez hace de nosotros o de la acción que planteamos va a incidir en el resultado final. Esto lo sabemos todos los abogados, pero no así nuestros clientes.
Nuestros clientes no entienden que no reaccionemos con dureza ante los comentarios del juez, en ocasiones faltos de respeto, a nuestras posiciones procesales; no en el fondo sino en la forma. Esta falta de respeto implica, a su vez, un agravio hacia ellos, los clientes.
Nuestros clientes no entienden que si reaccionáramos como realmente queremos, en defensa de nuestra dignidad y del respeto hacia nuestra labor profesional, su acción correría un serio peligro. Insisto, un serio peligro.
Nuestros clientes no entienden, y deberían entender, que cuando un juez nos falta al respeto al defender sus intereses sufrimos un tremendo estrés que no solo padecemos en sala, sino que nos acompaña al despacho; lo compartimos con los compañeros, lo padecen otros clientes que no tienen culpa de nada… Dado que nuestro ánimo está por los suelos, no se trabaja de la misma manera y, lo que sin lugar a dudas es peor, nos llevamos ese estrés a nuestra casa, donde nuestras parejas y familias lo padecen de forma directa o indirecta, ante la imposibilidad de contestar, ni siquiera de una forma totalmente educada y respetuosa, al juez en la sala.
En realidad estamos «atados» a la responsabilidad de ejercer nuestra defensa. Muchos jueces lo saben y, sin duda, se aprovechan de ello; otros son conscientes y, por supuesto, nos entienden; pero la verdad es que nuestros clientes deberían saber que, en no pocas ocasiones, callamos y sufrimos por ellos antes, durante y después de sala, y que si no respondemos procesal o personalmente, exigiendo un respeto absoluto a nuestro trabajo en presencia de nuestro cliente cuando se ataca a nuestra dignidad, es por un total compromiso hacia ellos.
Publicada originalmente el: 7 Feb de 2016 @ 17:19