Lamentablemente, una de las características de nuestra sociedad actual es el individualismo, el egocentrismo, la falta de tolerancia y la pérdida de valores y principios como la honestidad, la lealtad, la transparencia, el respeto al otro, sea por motivos sociales, políticos, culturales, económicos, religiosos y hasta deportivos.
Podemos decir que, lamentablemente, la cultura de nuestra sociedad actual se puede resumir en agresividad y violencia y falta de respeto. Es lo estamos viendo en mayor grado en nuestros dirigentes políticos, lo que está creando incertidumbre, inestabilidad, inseguridad y falta de inversión.
La cultura es definida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), como el “Conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social”. Es decir, cultura es la manera como nos relacionamos con otras personas, en base a la tradición, experiencia, valores y principios que hemos recibido de nuestros antepasados.
Hoy en día la sociedad quiere romper con los valores y principios recibidos de nuestros antepasados, que eran unas culturas de calidad, para cambiar la medida del éxito por la cantidad, es decir, cuánto tengo. Por ello nuestra vida actual es de intranquilidad, miedo, temor, inseguridad y agresividad.
Esto se acrecienta con las actuales negociaciones posicionales entre los poderes del Estado Ejecutivo y Congreso. Se requiere que ambos entiendan que se necesita Conciliar; es decir, armonizar sus criterios e intereses en función a los intereses y necesidades del país. La solución no va por bellos discursos pidiendo construir paz, sino por crear capacidades en las personas en el hogar, en la escuela, en la universidad, en el trabajo y en todas nuestras actividades, para saber recibir actitudes agresivas y devolverlas con tolerancia y respeto que enseñen a las otras personas cuán mejor estaremos y nos sentiremos ellas y nosotros. Es decir, cuando hayamos hecho nuestros estos principios y nuestras respuestas naturales, espontáneas, sean de paz.
La Ley de Conciliación (Ley 26872) vigente hace 21 años desde el 12 de enero de 1998, declaró de interés nacional la institucionalización y desarrollo de la Conciliación como mecanismo alternativo de resolución de conflictos, sobre la base de que la Conciliación propicia una Cultura de Paz y se realiza siguiendo los principios éticos de equidad, veracidad, buena fe, confidencialidad, imparcialidad, neutralidad, legalidad, celeridad y economía. Lamentablemente se ha regulado con criterio procesalista, de manera que haga viables los procesos judiciales, pero lo que se debería hacer es “inundar” el país con esas capacidades en toda actividad humana.
Quienes hemos sido formados como Conciliadores, tenemos una mayor responsabilidad como operadores y actores de la Conciliación, para cumplir con esos principios, coadyuvando a que todos vivamos en paz, tranquilidad, con justicia y equidad, promoviendo que se eviten las posiciones extremas que hay hoy en día en el país en diversos aspectos.