Este es el rótulo que le asignaba Juan Ramón Capella a uno de sus capítulos de su pequeña gran obra El aprendizaje del aprendizaje. Es un librito cortito y al pie; con una prosa confidencial y casi familiar. El autor le habla directo al lector-estudiante, sin más, sin formalismos. Abunda el modo imperativo, el consejo, la broma, la confianza; como si fuese un susurro repleto de ideas valiosas para poder enfrentar tanto el estudio como la vida universitaria íntegra.
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Si bien este librito va a dar mucha tela para cortar en este blog (sobre todo el fortísimo primer capítulo respecto de los bienes de cultura en una sociedad de clases), nos quedamos ahora con un par de ideas para estudiar derecho sin hastiarse. Veamos:
1. Ir a la facultad lo imprescindible
Si se entra al aula, ello debe ser porque lo que se explica debe ser digno de nuestra presencia o porque es necesario para aprobar. Uno sabe claramente con tan solo 15 segundos de escuchar al abogado que da la clase si ésta habrá de ser una buena inversión de tiempo o un calvario que –con suerte– derivará en una siesta (si la ubicación de nuestro pupitre lo permite).
Pero claro, la trampa de las asistencias y su régimen calienta bancos nos toma por detrás: muchas clases son malas pero lo peor es que hay que presenciarlas. Hay que ir y decir “presente” (los más atrevidos usan el “acá”) para mostrar cuán firmes estamos en el seguimiento de la materia. ¡Vaya trampa! Lo primero que uno piensa en una situación así es “¡cuánto jugo podría sacarle a esta hora y media si estuviera en mi casa o en la biblioteca!”
Como sea, a no sufrir. Si se puede faltar las clases prescindibles, hacerlo. Pasar tiempo en la biblioteca o en el bufete con alguna lectura puede ser mucho más redituable y ayuda a no fastidiarse.
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2. No pretender aprender y tener buenas notas al mismo tiempo
Acá el autor toca una fibra sensible. Y es que realmente queremos aprender. Y tener buenas notas; gustamos de ellas, vigilamos el promedio. Pero sí es verdad que las notas no reflejan nada más que el azar y sólo en excepción reflejan el esfuerzo. Una nota es resultado de un conjunto de circunstancias que se reúnen en un lugar y en un tiempo determinado que permiten atribuir a nuestro conocimiento un valor numérico determinado. Tomás sabe 8 (ocho) de Administrativo. Cayo sabe 2 (dos) de Procesal Civil.
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He aquí una obviedad: son injustas las notas, claro; pero también se puede tener gusto por ellas y tomarlas como un desafío. Buscarlas, ingenuamente, para lograr mejorarse a uno mismo. Si uno da un buen examen, cita a más autores de los dados, si cambia el libro de la cátedra por otro mejor, si menciona el artículo del Código pero también lo que dijo Vélez en su nota, si se hace un poquito más que la media todo eso redunda en un docente que –si se tiene suerte– lo habrá de notar, y actuará en consecuencia. Quienes escribimos este blog hemos festejado todo tipo de notas:
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- El 10 (diez) que sale del examen demasiado fácil. Vulgarmente conocido como “robo”.
- El 10 (diez) que sale del examen para el cual uno se preparó con empeño. Es el que más vale y el que uno más festeja.
- El 2 (dos) inmerecido. Quién sabe qué pasó, mal día o mal humor del profesor. No se entiende el por qué.
- El 2 (dos) merecido. Poco tiempo de estudio, cuestiones que impidieron preparar bien la materia: desinterés, problemas personales, coincidencia con fechas de otros parciales, etc.
En sumario: la nota que revela el esfuerzo es la excepción. Y ojo: vale la pena buscarla; si uno se esfuerza se puede vencer al azar e intentar tener un buen promedio. Esto último confiamos en que puede tener ciertos beneficios a futuro (acceso a alguna beca, trabajo, investigación, mero orgullo personal, etc.). Si bien el autor considera a las buenas notas y al aprendizaje una realidad casi incompatible nosotros preferimos no ser tan rigurosos. Simplemente no tenerlas como único fin ni deprimirse demasiado cuando ellas no hacen justicia.
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3. No angustiarse con las preocupaciones de estudio ajenas. Aun siendo individual el aprendizaje, sumarse con otras personas o profesores en el camino
Este es un tema que surgió en algún comentario a una entrada de Gustavo Arballo en torno al por qué estudiar derecho. En ese momento decíamos algo así:
La clave para llevar una buena carrera no sólo es la elección de buenos cursos como dijo Ab[nos referimos a Alberto Bovino] sino la elección de buenos compañeros. Digo compañeros antes que amigos. Si aquéllos se transforman en éstos mejor. Pero la clave también es estar con gente que en un bufet de la facultad te haga sentir cómodo si discutís sobre bibliografía, papers, material, criticás a los profesores, y por supuesto estudiás (dentro de los límites acotados del estudio en grupo en derecho).
Y es así. El derecho se aprende solo. El estudio, a fin de cuentas, es individual. Pero el gusto por el estudio (de eso se trata este título) puede fomentarse con un grupo que incorpora la posibilidad de la discusión. De tratar temas y de intercambiar material. Eso ayuda. Y como dice el autor: no contagiarse de las preocupaciones o miserias estudiantiles ajenas. No es egoísmo, recordemos, es intentar hacer del estudio algo placentero. A fin de cuentas vamos a la facultad para aprender lo que, con suerte, nos dará de comer el día de mañana.
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Al abogado que da clase no le interesa en lo más mínimo el alumno o las ganas de saber tal o cual detalle. Va, firma, da su catequesis en la hora y media, pregunta falsamente por alguna duda que alguien pueda tener y se va a hacer lo que verdaderamente le interesa (todo menos ser docente).
Pero el abogado docente sí responde cuando uno le pregunta. Sí presta libros cuando uno se los pide y sí responde el mail cuando uno se lo escribe. Damos fe de eso y creemos que ayuda mucho; inspira, motiva al alumno. Mario Pergolini siempre dice que hay mucho garca dando vueltas; nosotros decimos que hay muchos buenos docentes abogados dando vueltas también.
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4. Consumir material no jurídico
Acá el autor pega en el blanco. La conciencia crítica y la sensibilidad frente a la realidad no se construyen leyendo sólo doctrina y jurisprudencia. Ver películas, novelas, cuentos, poesías, pinturas, músicas, todo ello hace al aprendizaje y a cierta madurez intelectual. Leer el diario, estar informado, saber qué pasa al rededor. Leer sus historietas, sus dibujantes, caricaturas. Ver algo de Kubrick o leer algo de Orwell puede llegar a ser un excelente complemento para el estudio, por ejemplo, de los derechos personalísimos en algún tratado de Derecho Constitucional. Consumir sólo material jurídico es el ticket directo al hastío.
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Algunas aclaraciones
La distinción entre abogado docente y abogado que da clase nos pertenece y no se la imputamos al autor. El hecho de que un abogado vaya a una facultad y le paguen por estar en un aula, no implica que se haga merecedor del rótulo de docente que, creemos, implica algo más que eso.
Sobre el autor, su libro, y lo demás
¿Quién es Juan Ramón Capella? Es un catedrático de la Universidad de Barcelona, jurista, filósofo político y político filósofo. Acá hay algo más de info sobre él.
¿Dónde consigo el libro? Complicado. Puede que en alguna librería lo tengan, pero no tiene edición cercana. Lo edita Trotta en España, por lo que conseguirlo acá es harto costoso (€).
¿De qué trata el libro? Habla de los bienes de cultura (una visión marxista introductoria sobre la Universidad), las clases, los modos de aprendizaje, los profesores, estar en clase, los libros, los coeducadores principales, los seminarios, la ocupación del espacio cultural, exámenes aprobados desaprobados y las chuletas (machetes), la dificultad actual de la Historia del Derecho, la organización de la Licenciatura (recordar que allá uno se recibe de Licenciado en Derecho y sólo luego de matricularse se es abogado), cómo estudiar derecho sin hastiarse (fuente de la entrada), un brillante porvenir y las bibliografías. Hay pliegos con bromas, anécdotas, poesías, recomendaciones fílmicas y un enorme etcétera.
Tomado del excelente blog Quiero ser abogado que pueden visitar haciendo click aquí.