El hoy libre acto de besar fue, alguna vez, una prueba de alcoholemia; es decir, una orden que rompía cualquier indicio de romanticismo. Fueron los antiguos romanos quienes se adueñaron del amor y dispusieron el “ius osculi” para sus esposas: un toque de labios con el fin de comprobar si el vino había sido parte del menú del día. Un derecho para ellos, un deber para ellas.
Esta norma –carente de consentimiento femenino– estuvo vigente al menos hasta el reinado del emperador Tiberio (14-37 d. de C.), según recoge National Geographic. Fue una temporada de alarma para las matronas romanas, quienes, además de besar al esposo, debían hacerlo también con todo pariente masculino que llegara a casa y deseara dar fe de su decencia. Así, si el marido no estaba seguro del sabor del vino, tenía una segunda opinión.
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Las mujeres y el vino
Varios historiadores coinciden en que esta ley habría sido establecida por Rómulo, el fundador de Roma, y que tenía como propósito que las mujeres conservaran una “perfecta conducta”. En su concepción, ingerir alcohol no contribuía con este “decoro”.
El periodista español Javier Ramos publicó un ejemplar de divulgación titulado “Eso no estaba en mi libro de Historia de Roma” (Almuzara), y detalló que “los maridos tenían la potestad, amparada por ley, de asesinar a sus cónyuges si estas habían bebido temetum (vino puro)”. La vida a cambio del líquido.
El poeta Juvenal también dejó constancia de este edicto en su recopilación “Sátiras”: “¿Qué escrúpulos tiene una Venus ebria?”.
Por eso, al costado de la norma del beso y, en consecuencia, de la restricción del vino, había una más: ninguna mujer de clase alta podía estar siquiera cerca de las llaves de la bodega en la que se conservaba esta bebida “del pecado”, la responsable de someter las voluntades e inducir al adulterio.
Distinto era el panorama para las mujeres del bajo estrato, para quienes no había prohibición. Incluso las prostitutas usaban el vino como medicina y las hechiceras incorporaban este ingrediente en sus brebajes.
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Vino y castigo
Aparte de considerar el divorcio, si esta rústica prueba de alcoholemia daba “positivo”, el marido castigaba a la mujer —la encerraba y maltrataba— o, en el peor de los casos, el tribunal o una asamblea doméstica la conducía a la muerte.
El escritor Publio Valerio Máximo en el siglo I d. de C. preservó un testimonio de un romano llamado Matelo: “Mató a golpes de fusta a su esposa porque había bebido vino, hecho por el que ni se le acusó ni se le reprendió, ya que la mujer que toma cierra las puertas a las virtudes y la abre a los vicios”.
Evolución de la norma
El emperador Tiberio (42 a. de C.-37 d. de C.) limitó esta práctica a casos en los que hubiera seria sospecha. Más que por una regulación en la tutela masculina, lo hizo porque los besos masivos ocasionaron una ola de herpes en los labios. Era, entonces, una medida de salubridad, no de género.
No obstante, ya circulaba el proverbio latino “in vino veritas” –desde el 60 a. de C.–, que significa “en el vino está la verdad” y cuyo origen apunta al escritor y militar romano Cayo Plinio Secundo. Y sí: en el vino estaba la verdad de las mujeres que intentaban escapar de la norma y conocer el placer. ¡Salud!
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