El pasado lunes 12 de diciembre de 2016, se presentó en el Ilustre Colegio de Abogados de Arequipa el primer tomo de Derecho político general del jurista arequipeño José María Químper. Este texto fundamental del constitucionalismo peruano del siglo XIX, fue reeditado gracias al esfuerzo conjunto del Centro de Estudios Constitucionales (CEC) del Tribunal Constitucional, de un lado, y del Colegio de Abogados de Arequipa (CAA), del otro.
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El libro, que se publica como parte de la Colección Biblioteca Constitucional del Bicentenario, que creó el CEC para celebrar los 200 años de nuestra vida republicana, fue presentado por el magistrado Carlos Ramos Núñez, director de la colección bicentenaria, quien explicó el contexto de la obra y la importancia de la figura de Químper en las letras legales no solo de Arequipa sino del Perú.
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Este primer volumen del libro de Químper es importante para el constitucionalismo por los temas que aborda con espíritu crítico. Desfilan en el texto sesudos análisis de varios derechos fundamentales, así como conceptos político-filsóficos en los que se funda nuestro sistema democrático. Sin duda, un texto indispensable para quienes realicen investigaciones en torno al orden, el poder, la legitimidad, la autoridad, el principio mayoritario, etc.
En el capítulo V de la sección cuarta del texto, el lector hallará una sustanciosa reseña de los más grandes reformadores del mundo desde la perspectiva política. Aquí la tienen.
Moisés
Moisés fue un gran reformador. Nació en Egipto, durante la cautividad del pueblo hebreo por los faraones. Recibió una brillante educación, instruyéndose en las ciencias. Habiendo muerto a un egipcio que maltrataba a un hebreo, se retiró al desierto de Madián. Para desempeñar el gran papel que la Providencia le había señalado, dice él mismo, que recibió de Dios la orden de libertar a los israelitas de la opresión de los egipcios y habiéndose negado a ello el faraón, Moisés, a la cabeza del pueblo israelita, se puso en camino hacia la tierra prometida, haciendo milagros, según su propio testimonio.
Como militar, obtuvo victorias sobre diferentes pueblos, como legislador fue sabio, aunque cruel; pero como reformador fue un grande hombre. Su moral fue sana y su política teocrática. El género humano debe a Moisés el Pentateuco, libro de admirable sabiduría en su época, y sobre todo le debe la proclamación de grandes verdades que constituyeron la base de una civilización nueva. Cometió sin duda errores; pero ¿qué hombre puede jactarse de no haberlos cometido?
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Confucio
Confucio, gran reformador chino, tuvo como Moisés, una educación distinguida. Desempeñó altos destinos administrativos en sus primeros años; pero a los 21 renunció a ellos para dedicarse a la meditación y reformar las costumbres de su país. Nombrado primer ministro, corrigió las costumbres, mejoró la justicia e hizo prosperar la agricultura y el comercio.
Vuelto a la vida privada, recorrió las provincias para predicar la moral y escribió las obras que lo han inmortalizado. Su filosofía, más bien práctica que especulativa, se redujo a hacer revivir los antiguos buenos hábitos: y a compilar ejemplos de los sabios y emperadores antiguos en los cuales se recomienda la justicia y la moderación. Su moral es elevada, recomienda en ella el ejercicio de las virtudes cardinales de piedad, beneficencia, veneración, etc. Para su época, Confucio fue un genio y así lo comprendieron todos en la China: hasta hoy sus descendientes gozan de privilegios importantes.
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Zoroastro
Zoroastro, gran reformador entre los persas, los partos y los guelsos. Su principal misión fue religiosa; pero como en esas lejanas épocas, la religión comprendía la política y la moral, hacían a éstas ostensivos los principios de aquélla. Sus principios de Ormurd y Ahrimán, dominados ambos por un Ser Supremo, no son en verdad sino las bases sobre las cuales se han establecido todos los sistemas de moral; y esos principios eran aplicables a la vida pública y privada.
Las reformas de Zoroastro mejoraron sin duda las costumbres; pero tuvieron muy poca influencia sobre la política.
Licurgo y Solón
Licurgo y Solón fueron también reformadores. El primero en Lacedemonia, el segundo en Atenas, reformaron completamente las leyes y las costumbres. El espartano estableció en política un sistema en virtud del cual el ciudadano quedaba completamente absorbido por el Estado: todo para la nación, para el individuo nada. El ateniense aboliendo las leyes de Dracón, dio a su país una constitución mixta de aristocracia y democracia. Las demás leyes de ambos fueron sabias, humanas y justas, consideradas en esa época. De todos modos esos grandes legisladores y reformadores a la vez, hicieron inmensos bienes a sus patrias respectivas y a la humanidad entera.
Licurgo hizo práctica la igualdad y encadenó la libertad. Solón, estableciendo clases, dañó la igualdad, pero dio más impulso a la libertad. El hecho de que mientras subsistieron las legislaciones y reformas de ambos, sus respectivos países progresaron extraordinariamente, prueba, como lo acabamos de decir, que ambos merecieron bien de su patria y de la humanidad.
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Jesucristo
Jesucristo, a quien consideramos simplemente como gran reformador en política, nació en Nazareth. Sus treinta primeros años son desconocidos; pero a esa edad comenzó a hacer su propaganda. Su moral es indudablemente elevada y su política, aunque él decía no ocuparse del asunto, se inclinó sustancialmente a la democracia. Bajo este aspecto, es evidentemente Jesucristo el más grande reformador de los tiempos antiguos. Verdad es que, no siendo su reino de este mundo, su democracia resultó espiritual; pero en ese reino todos los hombres eran iguales y, al ser juzgados según sus obras, los hombres eran sobre la tierra esencialmente libres.
El cristianismo no estableció pues la libertad ni la igualdad políticas; pero las estableció ante Dios y este hecho fue bastante para que la lógica dedujera las consecuencias. Si efectivamente eran los hombres iguales y libres ante la justicia increada, debían serlo ante la justicia social. Es por esto que tendrá que reconocerse siempre al cristianismo como el fundador indirecto de la democracia moderna.
Si los discípulos falsearon después la doctrina del Maestro, llevándola en política hasta el absolutismo y la teocracia, culpa es de ellos, no del grande reformador cuya alta inteligencia no se deslumbró jamás con los falsos esplendores del poder sobre la tierra. Jesucristo llenó satisfactoriamente su gran misión política y social.
Martín Lutero
Martín Lutero, célebre y gran reformador nació en el siglo XV. Hecho monje agustino, la circunstancia de haber encargado el Papa la venta de las indulgencias a los dominicos, ocasionó su oposición. Habiéndose puesto, con este motivo, en abierta contradicción con Roma, fue al fin excomulgado por el Papa; y él a su vez hizo quemar públicamente la bula. Comenzó atacando la venta de indulgencias y no reconociendo otra autoridad que la de los libros sagrados, atacó al Papa, a la Iglesia romana, los votos monásticos, el celibato, la jerarquía eclesiástica, la posesión de bienes temporales por el clero, el culto de los santos, el purgatorio, la confesión, la transustanciación, la comunión bajo una sola especie, no conservando otros sacramentos que el bautismo y la eucaristía con las dos especies. Hizo y trabajó tanto Lutero en este sentido que al fin vio triunfante su causa con la paz de Núremberg que concedió a los reformados la libertad de conciencia.
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Este reformador era de un carácter fogoso, irascible, indomable, con el cual ejercía una influencia poderosa sobre la multitud. Todo esto en nada atañe a la política y sin embargo es la política la que de la Reforma cosechará mejores resultados. Proclamado por Lutero el libre examen en religión, este sagrado derecho fue prohijado por la filosofía y adoptado por la política: el libre examen produjo al libre pensador y este fue el fundador del derecho moderno.
Sin las libertades proclamadas por Lutero, la teocracia no habría caído en el combate de ideas que inició la Reforma; la filosofía del siglo XVIII habría carecido de base y los grandes acontecimientos modernos, sin que los precedieran sus causas eficientes, habrían dejado de tener lugar. Verdad es que el mismo Lutero no previo ni pudo prever las consecuencias de su audaz Reforma; pero eso no quita que se le considere como un gran innovador.
Los reformadores, cuya reseña histórica acabamos de hacer, son los principales. Antes y después de ellos ha habido otros que merecieron ese nombre; pero como de cada uno de ellos nos hemos ocupado en diversos capítulos omitimos
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