Dentro de la criminología, identificamos como un asesino en serie a alguien que comete más de tres asesinatos siguiendo un patrón especifico de conducta en su accionar. Ya sea por las armas que usa para acabar con la vida de sus víctimas, la motivación detrás o la periodicidad de sus ataques. Recientemente revisamos algunos ejemplos que pueden ayudar a definir mejor el concepto.
La existencia de estos personajes es un fenómeno relativamente reciente en el Perú. Mientras que los londinenses del siglo XIX despertaban con cadáveres en sus calles y destripadores, en el Perú las noticias policiales eran “aburridas”.
Los medios nacionales se veían obligados a recoger crímenes argentinos o europeos para darle color a sus páginas. Pocos momentos mortales habían paralizado a la sociedad y para encontrar una relato letal similar a este tenemos que remontarnos al siglo XVII, cuando doña Leonor Pineda asesinó a una pandilla de delincuentes en defensa propia. Aunque esto obedece más a una leyenda urbana que a un hecho histórico confirmado.
Hasta que un día todo cambió.
El 3 de noviembre de 1944, el Perú conocería a su primer asesino en serie registrado por las autoridades. En una historia sobre violencia, pero también sobre la agitada coyuntura histórica y migratoria de nuestra nación. Es el relato sobre Mamoru Shimizu.
El contexto del asesino
Mamoru Shimizu era uno de los tantos japoneses que llegó al Perú en la primera ola migratoria de ese país, que comenzó aproximadamente en 1899.
Sin embargo, el Perú que encontró no era la «Tierra Prometida». A pesar de que no había pasado mucho tiempo, el contexto social promovido por la Segunda Guerra Mundial era diferente. Debido a que Perú apoyó a Estados Unidos luego del ataque nipón en Pearl Harbor, muchos japoneses fueron perseguidos y deportados al país norteamericano.
Y Lima, la ciudad donde sucedió todo, era muy diferente a la metrópolis en crecimiento que conocemos ahora. No llegaba a un millón de habitantes y los barrios emblemáticos estaban forjándose, con una tranquilidad que se rompía poco a poco con la aparición del tráfico y la delincuencia común.
En esa zozobra vivía el futuro asesino. Un economista que, como en la mayoría de historias de este tipo, no levantaba sospechas. Al verlo, nadie podría suponer que ese muchacho de 32 años, delgado y de baja estatura, sería capaz de cometer un crimen de este tipo. Eso a pesar de su pasado militar y, por lo tanto, conocer a la muerte de cerca.
Se descubre la masacre
En la madrugada del 3 de noviembre, en lo que hoy conocemos como Breña, un cabo y un guardia encontraron tres cadáveres desnudos en una acequia.
Y si bien las cabezas estaban destrozadas por golpes de garrote y picotazos de los gallinazos, se podía distinguir los rasgos asiáticos. Las primeras sospechas apuntaban a un crimen de odio.
Horas después, otros tres cuerpos aparecen en el curso de esa misma acequia. Con las mismas características de raza y las mismas huellas de violencia. La aparición de cadáveres concluyó al día siguiente, con una joven japonesa que yacía en el mismo canal y en las mismas condiciones. Esta vez, los pajarracos tuvieron más tiempo de hacer lo suyo y la mejilla estaba completamente devorada.
La historia de este riachuelo de sangre se extendió rápidamente por la ciudad y la indignación general llevó a que el caso se investigara con rapidez. Eso a pesar de que hasta los policías más experimentados se mostraron en shock ante este crimen.
Las características raciales los llevó a profundizar la investigación en los barrios donde pesaba la presencia japonesa y lograron identificar rápidamente a la familia Shimizu como los protagonistas de esta masacre. E identificaron también a Mamoru como el principal sospechoso por su pasado militar y por ser el único sobreviviente de las personas cercanas a la familia asesinada.
En un interrogatorio inicial, afirmó que se encontraba visitando temporalmente a los suyos y que esa noche fue como cualquier otra. No sintió ruidos, no ladraron los perros, no conocía a los posibles asesinos de sus familiares.
Los policías no le creían, pero no lograban romper la voluntad de Mamoru. Fue necesario que su esposa, con quien ya no tenía la mejor relación, se hiciera presente con una bolsa de ropa ensangrentada que había encontrado escondida en su casa. Y contando que su pareja regresó muy afectado luego esa breve visita. Esta evidencia terminó de devastarlo y procedió a confesar.
Detalles del crimen
Durante la cena, drogó a su familia para que la matanza resultara más sencilla. Espero a que las pastillas de barbital sódico hicieran efecto e inició su mortal ataque.
El primero en morir fue su hermano, Tamoto y su cuñada, Hanay. El documento de la morgue detallaría que Tamoto fue el que recibió más ensañamiento, al contar con “desgarraduras de las meninges, hemorragias de las mismas y atrición del encéfalo”.
Luego se supo que había mucho conflicto entre ellos, ya que el hermano lo humillaba e incluso no lo dejaba sentarse en la mesa a la hora de comer. Lo calificaba de “ocioso y negligente” frente al resto, mientras lo ridiculizaba por sus ingresos económicos.
Luego de asesinar a la pareja, procedió a masacrar a los tres niños de ese matrimonio y a una familia amiga que se había quedado a dormir con ellos. Todo con el mismo método, con una violencia similar.
Consultado por este método especifico de matanza, dio una respuesta que dejó frío a los presentes: “Para ahorrar municiones“.
Las dudas aparecen al momento que afirmó haberlos desnudado y cargado, uno por uno, hacia el riachuelo donde los abandonó. ¿Cómo un hombre de ese talla puede hacer ese recorrido de un kilometro sin ser visto y sin cansarse?
Los medios de la época se arriesgaron a imaginar que estaban involucrados integrantes del Dragón Negro, un conjunto criminal similar a los yakuza. Lo que apoyaba la teoría era que el lema de esa mafia era “Quien traiciona, muere a palos”.
Pero eso quedó como un elemento más dentro del morbo y nunca como un dato que influyera en la discusión jurídica de la historia. Eso a pesar de que medios como La Crónica publicaran textos como el siguiente:
Persistimos en nuestra teoría de que Mamoru conoce la identidad de los asesinos, los que obrarían en obediencia a órdenes emanadas posiblemente desde Japón, ya que Tamoto traicionó la causa de la patria y se negó a seguir colaborando con las organizaciones secretas japonesas.
La sentencia
Mamoru fue condenado a veinticinco años de cárcel, a pesar de cambiar su versión y decir que cuatro hombres enmascarados entraran a la vivienda, lo atacaron y lo obligaron a trasladar los cadáveres. Nadie creyó esa historia y cumplió su pena manteniendo distancia de los otros presos. Con el tiempo se volvió peluquero, aunque eso no ayudó en su sociabilización.
En 1959, una inyección de Vitacose, un multivitamínico, generó un edema pulmonar agudo que le causó la muerte. En un ejercicio de ironía gigantesco, fue enterrado en el Presbítero Maestro, frente a sus víctimas.