Y volvemos con los interesantes e incomprensibles casos de ajusticiamiento animal recogidos por el portal La piedra de Sísifo.

Michel Pastoureau cuenta en su Historia de los juicios medievales que en 1487 una plaga de ratones estaba arrasando los campos de la comarca francesa de Autun. Los campesinos acudieron al obispo Jean Rolin para que intercediera ante Dios y que acabara con la plaga.

En principio el obispo pidió a los sacerdotes de la comarca a que salieran a los campos para que pidieran a los ratones que se retiraran. Al ver que esto no tenía efecto ordenó que se realizara un juicio contra las ratas por los cargos de haber devorado toda la cebada y de herejía. Pero las ratas no estaban indefensas: también contaban con un abogado de su lado, el joven letrado Barthélémy de Chassanée.

Como se esperaba que las ratas acudieran voluntariamente a la sala y se sentaran en el banquillo de los acusados Chassanée pidió un aplazamiento del juicio alegando que las ratas eran muchas y que estaban muy dispersas, por lo que una simple citación clavada en la puerta de la catedral no era suficiente para que se dieran por avisadas.

El abogado consiguió que una vez más los sacerdotes salieran por los campos anunciando el juicio a las ratas. Como las ratas seguían sin aparecer Chassanée alegó que sus clientes no salían de sus escondites por miedo a los gatos. Hasta en seis ocasiones logró retrasar el juicio, con excusas cada vez más absurdas, hasta que las autoridades eclesiásticas decidieron suspender el juicio.

A raíz de este proceso la reputación de Chassanée como abogado penal se extendió y acabó convirtiéndose en uno de los juristas más prestigiosos de su tiempo. Chassanée llegó a escribir un tratado titulado Consilia donde explicaba cómo tenían que actuar los abogados ante procesos contra animales.

La casa mundo, comenta así el trabajo más llamativo de Chassannée: «Se trata de su defensa de los supuestos intereses de los roedores que habían asaltado también la diócesis de Autun, y a cuyo servicio, en calidad de abogado defensor, se puso nuestro ínclito personaje. Un trabajo difícil, puesto que, como es de suponer, ninguno de sus defendidos hizo acto de presencia en la sala ni en primera comparencia ni en  ninguna de las otras ocasiones en las que se las requirió. Sea como fuere las ratas desaparecieron de Autun, probablemente porque hubieran acabado con todo lo que merecía la pena, y no como resultado del juicio».

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