Los juicios que confrontaron a Oscar Wilde con la intolerancia sexual de una época

¿Habrá sido un exceso de incorrección política, su libre sexualidad, o la intriga política de sus trabajos?

Old Bailey, el más emblemático juzgado londinense, fue el privilegiado testigo de tres procesos realizados contra uno de los personajes más célebres de todos los tiempos: Oscar Fingal O’Flahertie Wills Wilde, o simplemente Oscar Wilde, de profesión poeta, escritor y dramaturgo, casado con Constance Loyd, dos hijos, nacionalidad irlandesa. Los vaivenes de los juicios concitaron la atención del público inglés por ser de extrema curiosidad jurídica. El asombro que produce el desarrollo de estos procesos sigue vigente, inclusive más de un siglo después.

¿Habrá sido un exceso de incorrección política, su libre sexualidad, o la intriga política de sus trabajos? Nos ubicamos en los años culminantes de la Inglaterra victoriana, específicamente la década de 1890. En el verano de 1891, Oscar Wilde conoce en una fiesta a un joven de 22 años llamado Alfred Douglas, hijo de John Sholto Douglas, marqués de Queensberry y un importante miembro de la nobleza inglesa. En ese entonces, el escritor tenía 38 años y ya era considerado un gran intelectual de la escena cultural de Londres. Desde el principio, Douglas se consideró halagado por el interés que Oscar Wilde profesaba por él.

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Los dos comenzaron una amistad de gran afecto mutuo que incluía cenas, reuniones literarias e intercambio de cartas, y fue precisamente por este hecho que se supo de la amistad entre Douglas y el escritor. Como Douglas señalaría: «Estaba continuamente pidiendo que comiera y cenara con él y enviándome cartas, notas y telegramas». Inclusive le dedicó varios poemas a su amigo. Estuvieron juntos en sus respectivas casas, en hoteles y viajaron juntos.

Los problemas comenzaron cuando Douglas, al regalar humanitariamente uno de sus sacos a un amigo muy pobre llamado Wood, olvidó que había ocultado las cartas ahí. Wood consiguió que Oscar Wilde le pagase 5 libras a cambio de devolverle las comprometedoras misivas. Posteriormente también tendría que pagarles a dos chantajistas más, unas sumas menores. El problema no fueron ellos, sino que el Marqués de Queensberry, padre de Douglas, al enterarse de las relaciones homosexuales que mantenía con su hijo, se mostró sumamente preocupado. En abril de 1894 le escribió a Douglas: «Tú intimidad con este Wilde debe cesar o te repudiaré y dejaré de darte dinero«.

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Primer proceso

El Marqués envió a Wilde una carta titulada «Para Oscar Wilde, el sodomita», y fue este hecho el que provocaría, luego de una serie de altercados, que el escritor decidiera denunciar por difamación y calumnias al noble; y subsiguientemente este iniciara una contrademanda a Wilde bajo los cargos de sodomía y grave indecenciaEdward Clarke, una destacada figura en los tribunales londinenses, fue quién decidió llevar el caso de Wilde. No sin antes aclarar un precepto: «Yo sólo puedo aceptar, Sr. Wilde, si usted me da su palabra de honor que no hay y nunca hubo ningún fundamento en los cargos que se le han hecho«. Wilde afirmaba que todo en la acusación de sodomía era una completa falsedad.

Una ley de 1885, tipificaba como delito de «flagrante indecencia» cualquier forma de actividad sexual entre personas del mismo sexo. Estuvo en vigencia en Inglaterra hasta 1967. De ahí se puede colegir que Wilde ya había cometido un delito para la retrógrada justicia del siglo XIX. Con este presupuesto, en abril de 1895, se inició el primer juicio de Wilde (en este caso como acusador). Queensberry llevaba ropa de caza azul, solo en el estrado, sombrero en la mano, frente al banquillo de los acusados. Wilde con un elegante abrigo, con una flor en el ojal, charlando con su abogado. Wilde defendió sus trabajos ante las insinuaciones de Carson, el abogado del Marqués, sobre su supuesta inmoralidad. «Los libros están bien o mal escritos, no existe la inmoralidad en el arte», expresaba el escritor. Carson dijo «Yo diría que Dorian Gray está abierta a ser interpretada como ese tipo de novela«. Wilde contestó indignado, «Eso sólo lo pueden decir brutos e iletrados. La visión del arte de los filisteos es incalculablemente estúpida«.

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Wilde lo hizo lo mejor que pudo para transformar el juicio en una broma con respuestas frívolas, casi hasta ganarse la simpatía del público. Sus respuestas ingeniosas y llenas de gran pasión, se vieron mermadas cuando Carson empezó a interrogar a Wilde acerca de sus relaciones con chicos jóvenes. En ese momento, Wilde empezó a sentirse notablemente incómodo. El jurado parecía asombrado cuando Carson aportó pruebas, desde elegante ropa a bastones de empuñadura de plata que Wilde admitió regalaba a sus compañeros jóvenes. Sin embargo, el escritor arguyó que lo hacía por «el mero hecho de la juventud». Pero bastó que mencionaran el tema, para que Wilde empezara a trastabillar con sus respuestas. Carson le preguntó sobre un joven, de 16 años llamado Walter Grainger. ¿Lo besó usted, señor Wilde? «¡Oh, vaya! ¡No!» contestó Wilde, «Era un chico peculiarmente poco atractivo«.

Por esta confesión tácita, ningún testimonio que Douglas pudiera dar, por muy convincente que fuera, podía salvar de una condena a Wilde. Clarke instó a Wilde a retirar la acusación. Wilde estuvo de acuerdo y a la mañana siguiente Clarke anunció la retirada de la acusación por difamación. Cuando Wilde supo, a través de un periodista, que su orden de arresto se había publicado, el artista enmudeció. Se sentó tranquilamente en su silla, bebiendo copa tras copa. Enseguida, el nombre de Wilde se quitó de los anuncios del St. James Theatre, donde La importancia de llamarse Ernesto aún estaba en cartel. Aunque intentó huir de Inglaterra, lo cierto es que tan fácil no hubiese resultado.

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Segundo proceso

El segundo juicio que afrontó Wilde, con causa penal incluida, se inició el 26 de abril de 1895. Wilde y Alfred Taylor, su presunto proxeneta, hicieron frente a 25 cargos de graves indecencias y de conspiración para cometerlas. Un desfile de jóvenes testigos de la acusación testificaron acerca de su papel ayudando a Wilde a satisfacer sus fantasías sexuales. Parecía que el fin estaba cerca. El cuarto día del juicio, en un acto conmovedor, Wilde subió al estrado. Su arrogancia del primer juicio había desaparecido. Cuando le preguntaron por un verso que había dedicado a Douglas, que decía «amor que no se atreve a decir su nombre», reconoció abiertamente su homosexualidad con este conmovedor discurso:

El amor que no se atreve a decir su nombre, en este siglo, es parecido al intenso cariño de un adulto por un joven, como fue entre David y Jonathan, como Platón hizo la base de su filosofía, y como encuentras en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespeare. Es ese cariño profundo y espiritual que es tan puro como perfecto. Dicta e impregna grandes obras de arte como las de Shakespeare o Miguel Ángel, y esas dos cartas mías. Es mal interpretado en este siglo, tan mal interpretado que tiene que ser descrito como el ‘amor que no puede decir su nombre’ y a causa de él estoy aquí ahora. Es hermoso, es magnífico, es la forma más noble de cariño. No hay nada innatural en él. Es intelectual, y repetidas veces existe entre un adulto y un joven, cuando el adulto tiene intelecto y el joven tiene toda la alegría, esperanza y glamour ante él. Eso sería lo que el mundo no entiende. El mundo se burla de él y a veces pone a alguno en la picota.

De igual modo, en una de las mayores farsas jurídicas de todos los tiempos, Wilde fue condenado a dos años de trabajos forzados. Esta sentencia, que buscaba ser ejemplificadora, tuvo mucha repercusión y propició un recrudecimiento de la intolerancia sexual no solo en Gran Bretaña, sino también en toda Europa. Para más información y detalles acerca de los juicios que afrontó Oscar Wilde, se puede revisar la magnífica obra Los procesos contra Oscar Wilde, que adjuntamos para su descarga.

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