He tenido días muy duros en el trayecto de mi vida y de mi carrera profesional. Llegar a ser magistrado no fue fácil, sacrifiqué mucho tiempo en mi preparación académica y constante capacitación para llegar a ocupar el cargo de juez, que ya se convirtió en una de mis anheladas metas luego de egresar de las aulas universitarias.
La labor cotidiana de los jueces es ardua y delicada, que se desarrolla con honestidad, constante capacitación y alto grado de profesionalismo, y que demuestra una vocación por la judicatura. En esa línea, resulta paradójico que haya resuelto más de ocho mil casos en el ejercicio de esta noble función; sin embargo, el caso más importante de “mi vida” no lo puedo resolver.
Actualmente, mi rol de padre se encuentra limitado al no poder pasar un tiempo de calidad al lado de mi hijo, con quien hace años no puedo disfrutar de un día de diversión, en una playa o una tarde de lectura. Las llamadas con él cada vez son más cortas, los mensajes no son leídos. Su indiferencia al hablar crece al igual que él.
En su mente solo siguen esas ideas tan erradas inculcadas por su madre, que mi hijo ha asumido como una verdad y que han llenado su corazón de rencor, y sin darse cuenta, ya es víctima del síndrome de alienación parental.
Es un dilema la situación en la que me encuentro. Pasaron muchos años para llegar a un buen entendimiento como padres en aras de lograr lo mejor para mi hijo, quien está próximo a cumplir siete años de edad, pero los resultados no fueron los esperados. Hay una frase muy conocida que resume todo lo que puedo expresar: “no todo padre es malo, ni toda madre es buena”. Hay madres que aprovechan su condición de mujer y de la tenencia del menor, para buscar la venganza y el revanchismo por la separación, pese a que esta resultaba ser la salida más adecuada por la salud psicológica y emocional de todos.
Hoy me toca tomar la decisión de dar inicio a todas las acciones legales que me permitan estar al lado de mi hijo sin restricciones y sin esas humillaciones que a lo largo de estos años soporté con tal de poder visitarlo y disfrutar así de su niñez; y que únicamente toleré por cautelar mi imagen y reputación que el cargo que desempeño exige.
Soy consciente de que las acciones legales me traerán consecuencias muy nefastas en mi vida personal y profesional. En lo personal, mientras demore las acciones judiciales, tengo la plena convicción que no me permitirán visitar a mi hijo; y en lo profesional, cuando me corresponda pasar por un proceso de ratificación o concurso público, públicamente me preguntarán por las acciones legales que interpondré como de las que me interpondrán, situación que de por sí me pondrían en desventaja con otros postulantes, y que al ser públicas las entrevistas de la Junta Nacional de Justicia, este episodio tan difícil de mi vida será expuesta generando diversos tipos de opiniones de quienes me conocen y de quienes no, pero que igual opinarán.
Estas líneas las escribo con la convicción de que será leído por muchos jueces o fiscales que se identificarán con lo expuesto. A ellos les digo que mientras obremos con la verdad y buena fe, defendamos los derechos de nuestros hijos, sin temor a que en algún momento debamos explicar públicamente las situaciones que atravesamos como padres y que no nos convierte en mejores o malos magistrados.
Considero que será más doloroso explicarle a un hijo por qué no luchamos por ellos cuando eran niños. ¡Demostremos que somos «su héroe»!