Apuntes sobre discursos hegemónicos en el derecho laboral

El pronunciamiento de ciertas personas en desacuerdo con la reciente modificación al Reglamento de la Ley de tercerización laboral es un buen ejemplo de cómo funcionan los sesgos ideológicos y los discursos hegemónicos en el Derecho. En estricto, permite evidenciar una posición acrítica que cuestiona la reforma del status quo bajo el argumento de obedecer a fines ideológicos, pero no reconoce que en su propio planteamiento yace un proyecto neoliberal, esto es, un sustento de igual naturaleza de aquello que cuestionan.

Para empezar, es de resaltar que en el comunicado aludido no hay ninguna referencia a los derechos laborales como parte del análisis. Esto responde a que se trata de un planteamiento con base neoliberal que se replica sin cuestionamientos en diversos ámbitos de nuestras vidas. Las personas no se percatan, pero el sesgo ideológico predispone su toma de decisiones. Recordemos que, desde las reformas laborales de la década de los noventa en el Perú —influenciadas por el Consenso de Washington—, los derechos sociales, como el derecho al trabajo, se han visto subordinados al bienestar económico. La atracción del capital extranjero flexibilizando el mercado se erigió como una pauta de acción estatal para los países en vía de desarrollo. Se creó así el discurso del fomento del empleo como valor superior, a costa del trabajo decente.

Con más de 30 años repitiendo ese mantra, el neoliberalismo se ha diseminado a través de la educación, los medios de comunicación y los gobiernos de turno. Las personas influenciadas no se percatan, pero cuestionan cualquier resquebrajamiento del status quo recurriendo siempre a la libertad de empresa como fundamento suficiente, al margen de la garantía de otros derechos fundamentales. En este aspecto, es interesante ver el trabajo de Antonio Baylos y Joaquín Pérez Rey (2012). “El despido o la violencia del poder privado” se enmarca en el contexto de las reformas laborales del gobierno de Aznar. Los autores resaltan, entre otros aspectos, la influencia neoliberal para generar el mito de la “culpabilización” del ordenamiento jurídico laboral, esto es, atribuirle la responsabilidad por la falta de empleo al sistema de protección de derechos laborales. Podemos extrapolar esta cuestión al ámbito peruano en donde se repite el credo neoliberal sin mayor fundamento. Todo ello a pesar de la falta de evidencia que demuestre la relación infranqueable entre desregulación laboral y fomento del empleo decente.

Otro dato singular del comunicado mencionado párrafos atrás es que se enfatiza que la modificación reglamentaria de hace algunos días se dio a pesar de las opiniones discordantes de los especialistas (es decir, de ellos mismos). Finalmente, y como consecuencia de todo lo anterior, se acusa a la modificación reglamentaria de ser una medida populista. Si leemos entre líneas, lo que proponen es que lo correcto es pensar como ellos y todo lo que se aleje del planteamiento neoliberal termina deslegitimado y pasa al terreno de lo ideológico.

Discrepar está bien. Lo que es cuestionable es tener una mirada reduccionista de la posición del otro que termine siendo descartada por no ajustarse a la cosmovisión de algunos. Pero, como se ha venido señalando, no es fácil distinguir entre argumentación razonable y falacia. Los discursos se contaminan por sesgos ideológicos y los influenciados se encuentran en la posición más complicada para reconocer dicha contaminación. Sea en el diseño de una norma o política pública, o en la interpretación de determinado precepto legal, los sesgos ideológicos están presentes y se diseminan en función de los intereses de los grupos de poder.

Desde el análisis crítico del discurso se parte de la premisa que el lenguaje es una práctica social, a través suyo las personas interactúan y buscan dotar de sentido la realidad. Dentro de esa dinámica, en algún momento se requiere de homogeneidad, de un consenso entre los iniciados, de un “ethos” en las prácticas discursivas. A esto llamaremos “discurso”, el parámetro de acción que determinará la manera de pensar, de obrar y de conducirnos en sociedad. Es por ello que los grupos de poder focalizan su atención en la creación de discursos para universalizar sus intereses. Para ello, emplean todos los recursos que tienen a la mano. Como vemos, los discursos trascienden las meras intenciones de producir significados, también sirven como instrumentos de poder para imponer ese “ethos”, esa manera correcta de entender el mundo.

Para Weedon (1987), por ejemplo, hablar de discursos es hablar de una trama de relaciones de poder. En lo que toca al fenómeno neoliberal, el proceso de universalización de intereses inició con Reagan y Thatcher desde la década de los ochenta del siglo pasado, hoy vemos el resultado en casos como el que se comenta al inicio de este artículo. Esta apuesta ideológica ha generado un nuevo bloque histórico, en términos de Gramsci (1975), que ha logrado la consolidación de un Estado mínimo, cuya participación en la economía es residual. Sin embargo, la historia reciente nos ha enseñado que la salvaguarda económica que pregonan no viene acompañada de un nivel adecuado de protección de los derechos fundamentales.

Entonces, ¿es verdad que no existen alternativas ante las instituciones neoliberales? ¿El Estado debe reducir su rol en el mercado laboral tan solo a la promoción de la inversión para que, con ello, se fomente el empleo (precario)? Boaventura de Sousa y César Rodriguez Garavito son dos académicos que, desde un pensamiento crítico, identifican una variedad de movimientos y organizaciones contrahegemónicas que rechazan esa sentencia fatalista. Los campos que estudian son diversos, desde el cambio de los marcos regulatorios, pasando por el ejercicio pleno de los derechos de las personas migrantes, el orden de prelación para la asignación del presupuesto público o la reacción de las organizaciones sindicales frente a la regulación neoliberal.

Frente a los discursos de poder que entrañan posiciones acríticas, corresponde tener una actitud permanentemente crítica. ¿Se defiende el status quo porque es lo mejor para la sociedad o porque protege los intereses de unos pocos? ¿Es el status quo la mejor vía para reducir las brechas de desigualdad? Reisigl y Wodak (2016) precisan que los discursos de poder ayudan a mantener relaciones asimétricas, por lo que el análisis crítico que proponen busca develar las ideologías que perpetúan tal desequilibrio social y deconstruir con ello su hegemonía discursiva. No es una tarea sencilla.

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