La divulgación ambiental encontró su primer nido en la literatura de 1962, cuando la bióloga marina Rachel Carson advirtió el abuso en el empleo de pesticidas y se prestó de sus otros roles —escritora y conservacionista estadounidense— para cuestionar esta práctica y publicar sus pareceres:
¿Quién ha puesto en un platillo de la balanza las hojas que podrían haberse comido los escarabajos y en el otro los lastimosos montones de plumas (…) de las aves que cayeron bajo el golpe generalizado de los venenos insecticidas?
Este fragmento de “Primavera silenciosa”, su libro precursor sobre el cuidado de la naturaleza, activó la alarma en un país que desconocía cómo el dicloro difenil tricloroetano (DDT) ingresaba a la cadena alimentaria y causaba daños genéticos en humanos y animales.
Instalado el tema en la reflexión colectiva, un senador demócrata y abogado de Wisconsin, Gaylord Nelson, continuó alimentando el campo de estudio —nuevo para la época— y perseveró en la aprobación de la Ley de Áreas Salvajes, de 1964, y la Ley de Ríos Salvajes y Escénicos, de 1968. Así, el derecho avaló aquello que el arte de la escritura había gestado.
Gaylord Nelson, niño de campo y hombre de leyes
El bienestar de los pastos y aguas de North Woods de Wisconsin, tierra donde Nelson nació en 1916, se convirtió en el combustible —saludable— del coraje de este niño que, cuando creció, decidió ser abogado.
Para él, la revelación en “Primavera silenciosa” fue una demanda que debía atender. Como senador se interesó en el impacto ecológico y planteó las dos leyes para proteger a las áreas naturales y a los ríos de flujos libres de la invasión humana; como colega, motivó a los de su rubro a ubicar al ambientalismo en un lugar importante dentro de la política nacional.
Lo hizo desde el ejemplo y se ganó la fama de gobernador de la conservación porque a sus leyes les sumó iniciativas verdes: encauzó 50 millones de dólares al Programa de Acción de Recreación al Aire Libre (ORAP) con el fin de comprar terrenos destinados a ser parques públicos y áreas silvestres, y empujó el Departamento de Desarrollo de Recursos y el Cuerpo de Conservación Juvenil para generar empleos a más de 1000 jóvenes.
La naturaleza y el progreso social conformaban un binomio, así lo evidenciaba en sus discursos:
El medio ambiente es todo Estados Unidos y sus problemas. Son las ratas del gueto, es un niño hambriento en una tierra de opulencia, es una vivienda que no merece ese nombre, [son] barrios no aptos para habitar.
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Un desastre ecológico y una respuesta social
El 28 de enero de 1969, al siguiente año de la segunda legislación de Nelson, la conciencia ambiental de Estados Unidos se pintó de color negro petróleo: la presión ejercida durante las labores de exploración de la Compañía Unión Oil, a seis millas de la costa de Santa Bárbara, rompió el fondo marino en cinco partes; el petróleo crudo brotó, por hora, a un ritmo de casi 1000 galones —uno equivale a 3,78 litros—.
Así como viajaban las olas, lo hacía el crudo. Aves, delfines y focas protagonizaron las fotografías que agitaron el enfado del presidente y abogado Richard Nixon, quien firmó la Ley de Política Ambiental Nacional, la Ley de Seguridad y Salud en el Trabajo y la Ley de Aire Limpio.
Los letrados Nelson y Nixon engrosaron la legalidad con que se custodiaba al planeta, y los estudiantes y profesores se encargaron de elevar las voces e instar a los demás a también defenderlo. Así, una protesta de magnitud titánica caracterizó e instaló el primer festejo por el Día de la Tierra —aún no establecido por la ONU— el 22 de abril de 1970 y contó con 20 millones de ciudadanos.
La congregación espabiló a otros actores sociales; aplausos y pedidos se escucharon en las entrañas de, paradójicamente, espacios de cemento. En la página 28 del ejemplar del The New York Times, con fecha del 24 de abril de 1970, se atesoró un hito:
El tema del Día de la Tierra sobre la preocupación ambiental continuó resonando ayer en las universidades [23 de abril], en los pasillos legislativos y entre los grupos conservacionistas de todo el país. […] Un miembro del Congreso de Massachusetts presentó una denuncia formal ante el Fiscal General de los Estados Unidos en Boston, enumerando a 153 empresas industriales como contaminadoras de las vías fluviales del estado.
Una efemérides extra se empezaba a establecer. Según recoge National Geographic, pasado el evento, la opinión pública había posicionado entre sus prioridades la preocupación por la contaminación del aire y del agua.
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Mayor legislación verde
Una vez afincadas las raíces de conciencia, Nixon vio conveniente que un ente supervise el cumplimiento de las normativas logradas tanto por él como por Nelson; por ello, inauguró, ocho meses después de la protesta, la Agencia de Protección del Medio Ambiente de los Estados Unidos.
Después, a lo largo de la década de 1970, el Congreso aprobó la Ley de Aguas Limpias, la Ley de Especies en Peligro de Extinción. Los vertidos contaminantes en las aguas, la vida silvestre y la regulación del uso de los pesticidas por fin estaban bajo vigilancia estatal.
Recuento de leyes
- Ley de Áreas Salvajes: 1964
- Ley de Ríos Salvajes y Escénicos: 1968
- Ley de Política Ambiental Nacional: 1970
- Ley de Seguridad y Salud en el Trabajo: 1970
- Ley de Aire Limpio: 1970
- Ley de Aguas Limpias: 1972
- Ley de Especies en Peligro de Extinción: 1974
Reconocimiento de la ONU
El 21 de diciembre de 2009, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) estableció que cada 22 de abril se celebre el Día Internacional de la Madre Tierra. El título de madre le otorga una connotación familiar a una conmemoración que tiene como fin sacudir los pies —y más la cabeza— en un suelo que va perdiendo fertilidad y capacidad de retención de dióxido de carbono.
Ahora la lucha se concentra en el cambio climático porque, de acuerdo con la información explicada en el portal web de la ONU, la temperatura media de la Tierra es 1,1 °C más elevada que a finales del siglo XIX y que en los últimos 100 000 años.
Las sequías intensas, la escasez de agua, los incendios graves, el aumento del nivel del mar, las inundaciones, el deshielo de los polos, las tormentas catastróficas y la disminución de la biodiversidad son lenguajes de un orbe que ya cuenta con legislación, pero que todavía clama por empatía humana.