La abogada Jane Cosar Camacho explica su progreso con la ceguera, mientras Cabi, su perra guía, se agazapa entre sus piernas. Es mediodía y en el patio principal del Congreso de la República una estampida de periodistas persigue temerariamente a los parlamentarios de turno.
El sol despunta en lo alto y comienza a hincar los ojos, Jane lamenta haber venido tan abrigada. Viste una chompa purpura y sostiene con una de sus manos el collarín de su perra guía, que desde hace siete años le cambió la vida.
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Cabi la conduce por el camino seguro, hasta una de las banquetas. Nos sentamos. Jane me cuenta que su ceguera la provocó la retinitis pigmentosa que padece, un mal congénito que la fue dejando ciega de a pocos.
A sus 59 años confiesa lo duro que fue superar la depresión durante su adolescencia. Jane perdió a su madre y luego la visión. Eso agudizó su ceguera. He llorado mucho, me dice, tú no sabes la cantidad de veces que he llorado. Mi frente parecía un acordeón, tuve que ir a la estética para que me borren las arrugas de la cara, bromea.
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Jane impulsó la Ley que Promueve y Regula el Uso de Perros Guía por Personas con Discapacidad Visual, con el objetivo de que más personas puedan adquirir uno de estos brillantes animales. La abogada se pone de pie y Cabi también, ambas caminan acompasadas hasta la puerta del Congreso, en donde un grupo de escolares esperan su turno para ingresar al Parlamento. La profesora a cargo les hace una señal y todos le abren el paso a Cabi, quien se mantiene concentrada en el camino. Nada la distrae.
Caminamos por unas avenidas flanqueadas por edificios muy altos en dirección a la Plaza de Armas, el sol achicharraba nuestros rostros. Cuando me dieron a Cabi, comencé a llorar, confiesa Jane. Fue increíble caminar sola nuevamente, me dice.
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Los perros guías son animales adiestrados para asistir a las personas ciegas o con alguna deficiencia visual grave. Los entrenan en Estados Unidos, el único país en donde abundan las escuelas para estos animales. Cabi es de allá, es una perra inmigrante. Abandonó su país para afincarse en una ciudad sobrepoblada de microbuses y taxis, y con un sistema de transporte en pañales. Se educó en la Federación Internacional de Escuelas de Perros Guías, quienes decidieron donarla para garantizarle a Jane una vida más independiente. Para que sea sus ojos.
En 2011, cuando aún no existía la ley sobre el perro guía, Jane Cósar, Marcos Sura y Juan Pérez Salas denunciaron a Plaza Vea por no dejarlos ingresar con sus perros guía. Luego de dos años de juicio, el Tribunal Constitucional reconoció el derecho de los denunciantes.
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Tiempo después, en octubre de 2014, un infame chofer del Metropolitano hirió a ‘Ozzy’, un perro guía adiestrado durante cinco años en una de las mejores escuelas caninas de EEUU. La razón: el chofer no quería que subiesen ‘mascotas’ a su carro. Por esos días, Fernando Bolaños, ministro de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, enfatizó la importancia de estos animales: “Son perros que tienen un entrenamiento que cuesta US$40 000 para que sean los ojos de estas personas, por ello no puede impedírseles el derecho a lo básico como transportarse”, señaló.
Un viento fresco agita el cabello de Jane tras el almuerzo, es hora de que regrese al trabajo. Coge su teléfono y a través de una aplicación con altavoces se entera de la hora. Está retrasada. ¡Ya es tarde!, vocifera y camina a toda prisa. Su perra la entiende y acelera el paso.
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En el Perú existen más de tres millones de personas con discapacidad. Se estima que más del 50% de esa población sufre de ceguera y baja visión. Según el Conadis, a setiembre de 2018 se han inscrito más de 227 000 personas con discapacidad. A esta altura de mi vida no le tengo miedo a la muerte, me dice Jane Cosar, ya he vivido demasiado, afirma.
Jane y su perra guía suben y bajan las escaleras del Congreso de la República como si la vida fuese una carrera. Aquí antes había una rampa, pero la quitaron, me dice. La abogada asegura que ni en el Congreso se respeta la cuota laboral del 5% de inclusión para personas con discapacidad.
“Mi papá me ayudó en el tema intelectual y mi perra en mi movilidad”, me dice Jane. Cuando fue universitaria, su padre le marcaba los renglones del cuaderno para que pudiese verlos. Cuando se quedó totalmente ciega, su padre le obsequió una máquina de escribir para que aprendiera a redactar desde allí. Me lo cuenta conmovida, parece evocarlo en sus recuerdos. Mi padre fue pieza clave en mi vida, me dice. Sin él todo hubiese sido difícil, pero nunca lo fue. Lo extraño.
Extracto de crónica: [Crónica] Cuando la ceguera te abre los ojos | publicado en diciembre de 2018, por LP – Pasión por el derecho.