Escribí varios artículos referidos al divorcio como figura jurídica reconocida legalmente por nuestro ordenamiento, como “modalidades de divorcio”, “conceptos fundamentales”, “razones por las cuales las parejas se divorcian”, entre otros.
Sin embargo, al redactarlos me ciño desde la orilla “legal”, dejando de lado la orilla “religiosa”. Por ese motivo, este artículo tratará de explicar qué pasajes o versículos específicos, si los hubiera, regula la sagrada Biblia respecto a esta figura legal denominada divorcio.
Como introducción cito a Jesucristo mencionando lo siguiente: “Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre” (Génesis 2:24; Mateo 19:3-6). Al leer este pasaje recuerdo las palabras que expresa el sacerdote en la misa que celebra la consagración de la ceremonia del matrimonio religioso, ya que Jesús considera que el matrimonio es una unión para toda la vida, una unión que solo termina cuando muere uno de los cónyuges (1 Corintios 7:39). Por eso el matrimonio es considerado una institución sagrada.
Por otro lado, el divorcio en realidad no es el problema en sí mismo, sino el resultado de un conjunto de inconvenientes, desavenencias y problemáticas vividas en el contexto del matrimonio que, sumado a la ausencia de Dios en la intimidad del hogar (Salmos 127:1), desencadenan una serie de sufrimientos, tanto para los cónyuges, como para sus seres queridos. Podemos encontrar muchos motivos para dar fin a una relación matrimonial, pero, ¿son estas razones correctas para el divorcio? ¿Qué dice Dios en su Palabra?
Dios ha destinado que la relación matrimonial sea tan permanente como la relación de Cristo con la Iglesia (Efesios 5:31, 32). Elena de White dice que “el matrimonio, es una unión de por vida, un símbolo de la unión entre Cristo y su iglesia”.[1] Además, permítanme enfatizar Malaquías 2:16 donde se nos dice: “Yo aborrezco el divorcio –dice el señor Dios de Israel”.
De acuerdo con la Biblia, el plan de Dios es que el matrimonio sea un compromiso para toda la vida (Mateo 19:6). Sin embargo, Dios, sabiendo que esta es una unión de dos pecadores, estableció en el Antiguo Testamento algunas leyes para limitar el derecho al divorcio (Deuteronomio 24:1-4).
Jesús señaló que aquellas leyes fueron dadas a causa de la dureza de los corazones de la gente, más no porque fuera ese su plan (Mateo 19:8). Él solo admite el divorcio en caso de adulterio, permitiendo solamente a la parte inocente volver a casarse. Es más, aun cuando se haya cometido adulterio, una pareja puede por medio de la gracia de Dios aprender a perdonar, y comenzar a reconstruir su matrimonio: “Si se consagran plenamente el uno al otro, en Cristo pueden lograr una amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu y al amante cuidado de la Iglesia”[2].
La Biblia deja muy claro que Dios odia el divorcio (Malaquías 2:16) y esa reconciliación y perdón deberían ser las marcas de la vida de un creyente (Lucas 11:4; Efesios 4:32). Sin embargo, Dios reconoce que el divorcio se va a dar aún entre sus hijos. Un creyente divorciado o que se vuelve a casar no debería sentirse menos amado por Dios, aún si su divorcio o segundo matrimonio no estuvieran cubiertos bajo la posible cláusula de excepción de Mateo 19:9. Dios a menudo utiliza aún la desobediencia pecaminosa de los cristianos para llevar a cabo una gran cantidad de cosas buenas.[3]
[1] Elena de White, Testimonios, vol. 7, p. 46.