La persona humana y el derecho, por Mario Alzamora Valdez

Estimados lectores, compartimos un breve fragmento del libro Introducción a la ciencia del derecho, del eximio jurista peruano Mario Alzamora Valdez, lectura imprescindible para todo estudiante de derecho.

Cómo citar: Alzamora Valdez, Mario. Introducción a la ciencia del derecho. Novena edición, Lima: Eddili, 1984, pp. 19-25.


Sumario: 1. La persona humana y el derecho, 2. La sociedad y el derecho.


1. La persona humana y el derecho

El derecho como la moral, la ciencia, el arte, la técnica y la religiosidad, pertenece al mundo del hombre.

Es en la estructura humana donde se halla la explicación del derecho, como la de todas nuestras obras específicas, sean éstas «el lenguaje, la conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia e injusticia, el estado, la administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión y la ciencia, la historicidad y la sociabilidad» [1].

La subsistencia de la persona, su existencia en sí, o, para emplear otro giro, su autonomía en el existir, y su enfrentamiento a los objetos, esto es, su autonomía en el conocer, que dimanan de su esencia, constituyen sus atributos fundamentales. No se puede negar a la persona, sin menoscabo de lo que es en sí misma, todo lo que sea necesario para subsistencia como tal, y para el progreso de su inteligencia. La vida, la integridad física, el proveerse de los medios necesarios para realizarse a la altura de su dignidad, la comunicación con las otras personas y con el mundo trascendente, el acceso a las diversas fuentes y manifestaciones de la cultura, son consustanciales con la persona humana.

De la autonomía en el existir y de la autonomía en el conocer, deriva la autonomía en el obrar, la libertad del hombre. Tenemos dominio sobre nuestros actos, obramos por nosotros mismos, somos libres mejor aún, estamos «condenados a ser libres».

La acción libre «se halla estructurada de una manera especial. Al principio está la auto-unidad del yo. En el curso de la acción, esta auto-unidad se despliega, surge un momento de iniciativa; el sujeto prescinde de todo lo circunstante y de su propio ser; juzga sus distintas posibilidades, se decide por una de ellas; se inmerge en ella realizándola y recobra, mediante la consumación del hecho, la unidad primera, la cual empero, comporta ahora la tensión experimentada y además, un nuevo contenido» [10].

De aquí esta otra exigencia de la persona, tan necesaria como las di primeras, su libertad. Libertad para vivir, para pensar, para creer para conquistar su personalidad moral y para actuar en todos los campos de la vida. Todo atentado contra la libertad del hombre significa un desconocimiento de la dignidad que le corresponde como persona humana.

2. La sociedad y el derecho

El «desamparo ontológico» de la persona humana, que en la conciencia es sentimiento de limitación, é incesante «afán de plenitud» constituyen la raíz de su vocación social.

La sociabilidad no es un hábito creado por la vida en el hombre, sino un ingrediente de su esencia. Así lo reconoció Aristóteles en el Libro I de su obra «Política» cuando afirmaba que el ser humano es «por naturaleza sociable» y que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por fuerza del azar, es o un ser superior o un degenerado.

El hombre aislado, al margen de la sociedad, es o una abstracción o una hipótesis falsa. En la realidad, observa Martin Buber, se da siempre «el hombre con el hombre». La categoría «entre» es tan primaria como el yo o como el tú y, por eso, nos aproximamos «a la respuesta de la pregunta ¿qué es el hombre? si acertarnos a comprenderlo como una dialógica, en cuyo «estar dos en recíproca presencia» se realiza y se reconoce cada vez el encuentro del «uno» con el «otro» [11].

Son erróneas las viejas teorías en cuando pretenden elaborar una concepción de la sociedad tomando como punto de partida al hombre solo. En el hombre mismo se halla la raíz de lo social porque «el término hombre implica una existencia recíproca del uno para el otro, una comunidad de hombres, una sociedad» [12].

Como lo señaló Ortega y Gasset: «el hombre está a nativifate abierto al otro que él, al ser extraño, o con otras palabras: antes de que cada uno de nosotros cayese en la cuenta de sí mismo había tenido ya la experiencia básica de que hay los que no son «yo», «los otro?» [13].

La existencia humana se proyecta hacia las otras personas [14], y la sociedad, que se constituye con ellas, es el medio necesario para su realización, porque la hace posible como ayuda, como protección, como colaboración y la facilita gracias a ese inmenso bagaje de creencias, de usos, de costumbres, etc., formado en el decurso del tiempo.

La vida está rodeada de hechos sociales porque todos somos integrantes de un grupo y gran parte de nuestros actos se dirigen a los demás o a la sociedad misma; además, nuestra conducta está «condicionada» por lo social que se impone en forma de mandatos y de prohibiciones, y, finalmente, se halla «orientada» por factores de esa índole que la encaminan hacia realizaciones intersubjetivas, puesto que el hombre vive también para los otros [15].

La sociedad nacida de esta disposición innata del hombre es, pues, una realidad tan primaria como éste, pero lo supera en cuanto a su duración porque sus fines trascienden la existencia de sus miembros. Por otro lado, para realizar sus propósitos, la sociedad actúa como conjunto, como totalidad, aunque sus actividades estén repartidas entre sus componentes [16].

Las relaciones del hombre con el hombre son de dos tipos: unas interindividuales y otras sociales propiamente dichas. Los lazos interindividuales vinculan a los hombres en lo que cada uno tiene de auténtico y propio. El amor, la amistad, la devoción, la ejemplaridad» pertenecen a ese tipo. «Se quiere al amigo, se ama a la novia, se sigue al maestro, precisamente por las calidades individuales y privativas que se descubre en ellos. Y por lo tanto, la amada es insustituible; y lo mismo ocurre con el amigo y con el maestro. Estas relaciones se establecen entre yos individuales, entrañables, irreductibles a otros» [17].

Pero hay algo más: en el amor, en la amistad, en la simpatía a través de sus diversas manifestaciones, los vínculos se establecen de persona a persona y no requieren de un objeto entre ambas.

Las relaciones sociales comprometen otro aspecto de la persona. No vinculan un individuo con aquel otro, sino con «los otros». De ese modo constituye lo impersonal, lo general, lo indeterminado que es el «se» expresiones «se dice», «se piensa», «se rumorea» corresponden a esta dimensión de la vida.

Lo social se teje, no entre los íntimos, irreductibles, sino entre sujetos «intercambiables, canjeables, fungibles; por ejemplo: el colega copartidario, el camarada, el ciudadano, el conductor del tranvía consocio, el vendedor, el soldado, etc.» [18].

Estas relaciones no se establecen directamente, de persona a persona, como las interindividuales, sino mediante un objeto que les sirve de incidencia: la profesión, la ocupación, el partido, el Estado, el servicio el empleo, el ejército, etc.

La sociedad asume dos formas: la comunidad y la sociedad propiamente dicha. En la primera, el objeto es «impuesto» por una situación preexistente, en la segunda es «puesto» por el hombre; mientras aquella se origina de un hecho de la naturaleza, del medio o del estado general la otra nace de una idea, de una representación o de algo que se reduce a un contenido de este tipo; la coerción surge de un modo determinado por presión del objeto en la comunidad, mientras que en la sociedad se funda en un fin racional, en un fin moral y se traduce en normas: la comunidad es acéfala, la sociedad exige una autoridad, una organización, puesto que en ella no basta la atracción que ejerce el fin por sí mismo [19].

La vida de la familia cuya esencia es la concordia, la vida de la aldea organizada por la costumbre; la vida urbana, son características de las comunidades, según Tonnies; mientras que la sociedad se realiza en la gran ciudad, en la nación o en el Estado cosmopolita. La agricultura, la economía doméstica, el arte, corresponden, según el mismo sociólogo, a las organizaciones comunitarias, mientras que el comercio, la industria, la ciencia, pertenece a las societarias.

Mientras que la comunidad deriva de esa unidad perfecta de la voluntad humana considerada en su estado primitivo, la sociedad se establece entre sujetos naturalmente separados. Mientras la comunidad es unión pese a todas sus separaciones, la sociedad es separación pese a todas sus uniones. En el orden jurídico su diferencia tiene proyección especial: el derecho comunitario se origina en el pacto; el derecho societario nace del contrato, como promesa reciproca de prestación de servicios [20].

La presión social, nos dice Maritain, deriva en la comunidad «de una coacción que impone al hombre tipos de comportamiento en los cuales la acción está sometida al determinismo de la naturaleza. En la sociedad, la presión social deriva de la ley o de regulaciones racionales, o de una cierta idea de bien común, que formula un llamado a la conciencia y a la autonomía personales que deben obedecer libremente a la ley» [21].

La sociedad se constituye cuando surge ese estado de conciencia colectiva en el cual las representaciones de todos sus integrantes se unifican y se dirigen hacia el mismo fin. Ese fin es el bien común.

Indiscutiblemente debe tratarse de un bien y que a la vez sea común. Si no fuera un bien, señala Burdeau, «carecería de título para atraer el deseo de los individuos y ser considerado por ellos como un objeto deseable, querido libremente o aceptado, al cual, por lo menos, se adhieran mediante un acto de voluntad reflexiva. Pero este bien, no es el bien particular de cada uno de ellos; interesa, a la vez, a la colectividad y a cada uno. Interesa a cada uno en la medida en que es elemento del conjunto; es lo que debe definirse, sin ninguna reserva filosófica, como un Bien común»[22].

Pero el derecho no se agota en la vida social de la persona humana que es el ámbito en el cual se realiza. Está conformado por «otros elementos: lo normativo como modo de regulación de la conducta y la aspiración hacia valores entre los que se ocupa un especial rango la justicia».


[1] Max Scheler. El puesto del Hombre en el Cosmos. Ed. Revista de Occidente. Madrid, pág. 139

[2] Santo Tomás. Suma Teológica 1-1 q. 29 a. 3.

[3] Jacques Maritain. Para una filosofía de la persona humana. Ed. Letras, Santiago de Chile, pág. 1 36.

[4] E. Kant. Cimentación de la Metafísica de las Costumbres. Trad. de Carlos Martin Ramírez Madrid, 1961, pág. 124.

[5] E. Mounier. Manifiesto al servicio del personalismo. Trad. de Julio D. González Campos. Ed. Taurus, Madrid, 1965, pág. 63.

[6] Ismael Quiles. La Persona Humana. Espasa Calpe Argentina. Buenos Aires. México, pág. 53

[7] Max Scheler, ob. cit., pág. 87.

[8] José Ortega y Gasset. El Hombre y la Gente. Ed. Rev. de Occidente. Madrid, pág. 87.

[9] «El animal no ve, seguramente, ni personas, ni árboles, ni cosas, ni piedras. Pues, entre estas percepciones hay, como sabemos, un precipitado de conocimientos que el animal no posee. El anima) sólo tiene complejos de calidades de color. Pero y esto es lo singular-tampoco tiene esos complejos como objetos que están por si junto con los otros, en su contorno, y que estén espacialmente ordenados. Acaso quepa describir del siguiente modo cómo vé el animal: Hay cuadros modernos que cuando se está inmediatamente delante de ellos, no representan más que una muchedumbre de cualidades de color Únicamente se ve objetos y una ordenación especial cuando se guarda cierta distancia a ellos. Acaso vé el animal el contorno como nosotros uno de esos cuadros al estar cerca de él: como una totalidad de cualidades de color que tienen, naturalmente, extensión. Un objeto se destaca únicamente de ese complejo para el animal, como un objeto con forma y cualidad de distancia cuando el animal se mueve» Aloys Müller, Psicología. Editorial Revista de Occidente. Madrid, pág. 115.

[10] Romano Guardini. Libertad, gracia y destino. Editorial Dintor. San Sebastián, pág. 16.

[11] Martin Buber. ¿Qué es el Hombre?. Fondo de Cultura Económica. México, page: 155. E.

[12] Husserl. Meditations cortesiennes. Paris, Alean., pág. 110. nica. México, págs. 150-151, 154

[13] Ob. nit., pág. 135

[14] El ser en el mundo (sein) ha dicho Heidegger es «ser con» (mitsein) Sartre destpca la tendencia humana a aglutinarse en «la existencia espesa del mundo del ser» y para Gabriel Marcel «el otro» es un dato primario cuya fuente es la libertad.

[15] Luis Recausens Siches. Vida humana, sociedad y derecho. Fondo de Cultura Económica, México, segunda edición, 1945.

[16] Ralp Linton. Cultura y Sociedad. Fondo de Cultura Económica, pág. 27

[17] Recasens Siches, ob. cit., pág. 122.

[18] Recasens Siches, ob. cit. id.

[19] Rafael Preciado Hernández. Lecciones de Filosofía del Derecho. Ed. Jus. México, pág. 147.

[20] Ferdinand Tonnies. Principios de Sociología. Fondo de Cultura Económica, México, pág. 84. Véase también del mismo autor «Comunidad y Sociedad». Ed. Losada. Buenos Aires

[21] Jacques Maritain. L’Homme et L’Etat. Deuxième Edition Presses Universitaires de France, Paris, 1965, pág. 4.

[22] Georges Burdeau. Traite se Science Politique. Tome I. Libraire Genérale de Droit el de Juns-prudence. Paris, 1949, pág. 58.

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