León Trotsky era el hombre más buscado por la Unión Soviética de Stalin. Su denuncia constante del régimen soviético y las acusaciones de autoritarismo al líder bolchevique, provocaban que su persecución sea considerada de máxima prioridad. Tras un primer intento de asesinato, León decide redoblar la seguridad en su escondite de Ciudad de México. Pero un comunista español llamado Ramón Mercader sería capaz de burlar el cerco y propinarle un golpe mortal con un picahielos de montaña, el 20 de agosto de 1940.
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El sujeto era agente del NKVD (precursora de la KGB) y había formado parte de grupos de ideología marxista desde muy joven. La extrañeza de la esposa de Trotsky, Natalia Sedova, al notar que el verdugo de su marido ingresaba con una gabardina al domicilio; no pareció bastar para provocar la sospecha de los hombres de seguridad. Ramón Calderón respondería: «En México, el clima puede variar de un momento a otro». Encaminado hacia el jardín, encontró al otrora líder de la revolución rusa cuidando a sus conejos, que lo reconoció como «Jacques Mornard», el nombre falso que utilizaba.
La excusa de su visita era de índole supuestamente intelectual: «Jacques Mornard» deseaba que el líder bolchevique accediera a leer un artículo que había escrito acerca del carácter revolucionario de la URSS de Stalin. Solo unos minutos después, se dirigieron hacia una de las habitaciones privadas de Trotsky, donde el exiliado empezó a leer atentamente el texto que había preparado el supuesto ciudadano belga. En ese momento, el asesino aprovechó para sacar el picahielo debajo de su gabardina y clavarle el objeto en la cabeza. O al menos, eso es lo que cuenta el relato oficial. Pero hay otra versión.
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Gracias a las investigaciones del abogado mexicano Silvino Cortina, que rescató el texto de la demanda de amparo presentada por Ramón Calderón el 22 de agosto de 1944, que sería resuelta una década más tarde. Este documento muestras las motivaciones del joven comunista para cometer el asesinato del líder bolchevique. Según el alegato de «Jacques Mornard» ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México, la versión oficial dista bastante de la realidad. Él afirma que Trotsky, después de leer por un momento su artículo, le echó los papeles en la cara y lo trató de estúpido.
Acá es cuando entra a tallar el punto central de su argumentación: la legítima defensa. Cuando Mercader respondió con la misma violencia verbal al ruso, este amagó con coger un arma de su escritorio. Así, para evitar su muerte, el español sacó el picahielo de la gabardina y le dio el mortal golpe. Cuando fue capturado, el documento consigna que este no se cansó de repetir que era un trotskista desilusionado y que el líder bolchevique solo actuaba por sus deseos de venganza contra Stalin. Mercader también logra probar dos contradicciones: que la lesión no pudo haberse realizado cuando Trotsky se encontraba en su escritorio, por la trayectoria de abajo hacia arriba de la lesión y porque no había sangre en los papeles.
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El asesino insistió en que hubo una «violación de garantías del artículo 16 de la Constitución Política de México». Por ejemplo, del 20 al 27 de agosto de 1940 estuvo incomunicado y sin médico de cabecera, por lo que las heridas que le provocaron los hombres de seguridad del exlíder bolchevique se agravaron. Para acelerar su confesión, que se dio el 23 de agosto del mismo, se usaron inyecciones en doble combinación: soporífero para forzar el sueño y escricnina (estimulante venenoso) para despertarlo. Asimismo, no fue asistido por ningún letrado durante la audiencia que tuvo lugar en un sitio cerrado en el Departamento Central de Policía de Coyoacán. En conclusión, no se aplicó el debido proceso.