Luego del escándalo que ha significado el resultado del examen que rindieron el último domingo los postulantes a la Junta Nacional de Justicia, muchos generales después de la batalla han salido a decir lo suyo.
Han criticado las preguntas, han cuestionado a los postulantes y han renegado de la catadura moral del postulante que obtuvo el primer puesto por sus comentarios en Twitter; pero ninguno de esos críticos nos ha mostrado el camino con un ejemplo. Nos han dicho que las preguntas son malas e inútiles, pero nadie nos ha diseñado un modelo de pregunta para que los pobres mortales nos demos cuenta de qué es lo que se debe preguntar a un postulante a la JNJ en un examen escrito. Así están las cosas.
Pero hay una opinión que no podemos dejar pasar por alto. Se trata de los comentarios que ha vertido el reconocido investigador Luis Pásara, abogado y doctor en derecho por la Pontificia Universidad Católica del Perú, que de estos menesteres sabe más que nadie en el Perú, y quizá en América Latina.
En una nota de La República se recoge las reflexiones del doctor Pásara, para quien, contra lo que podría creerse (que los concursantes eran malos), el problema radicó en el examen. Y ese examen lo jalaron, no quienes lo rindieron, sino los que lo elaboraron.
Ciertamente, el examen estuvo plagado de errores materiales, pero hay algo más grave que eso, según el doctor Pásara: dos errores de enfoque.
Las preguntas han abarcado las principales ramas del derecho, como si se buscara contratar a esos “abogados todistas” que se dedican a patrocinar desde casos de alimentos hasta lavado de activos, pasando por asuntos de gestión pública. De ahí que no sorprenda que a los estudiantes de derecho (muchos cachimbos incluidos), acostumbrados a llevar indistintas materias a la vez, les haya parecido sencillo el examen. Veamos el primer error de perspectiva:
El primero es que son preguntas de derecho para abogados de quienes se pretende un conocimiento total del orden jurídico; de allí se explica que se hayan incluido preguntas de orden constitucional, civil, penal, administrativo y tributario, principalmente. Los responsables de organizar concursos no acaban de entender que ese tipo de abogado existió pero ya no existe. Hoy los abogados –especialmente los mejores– se especializan en áreas y, sobre una base de criterios jurídicos que es común a la formación profesional, realizan su propio desarrollo profesional en una o dos áreas. Ese error de perspectiva –que corresponde a aquello que hace mucho se exigía del joven que intentaba graduarse de abogado– se agrava en el caso de esta prueba por el elevado número de preguntas inútiles; alguna pide el nombre de un jurista famoso, otras alguna fecha que si se ha olvidado no tiene el menor efecto sobre la capacidad de razonamiento jurídico.
El segundo error es más grave que el anterior. «Para integrar la entidad que nombrará, ascenderá y sancionará a los jueces y fiscales no se necesita un conocimiento totalizador del derecho», dice Pásara y no le falta razón. «Una revisión de las normas legales en el momento en que sea necesario o una consulta a los abogados asesores resolverá el vacío o la duda de quien sí tiene criterio para esa importante tarea».
Sí pues, de nada nos servirá tener a enciclopedias jurídicas en la JNJ si es que no tienen criterio y sentido común. Pero, cuidado, esto no significa que debamos apostar, como muchas voces sugieren, por las famosas invitaciones.
Podemos cuestionar el nivel de las preguntas, pero no debemos olvidar que se trató de un examen, que lejos de buscar una visión “totalizadora” del derecho, contenía preguntas elementales de cultura jurídica. Saber las respuestas correctas de esas preguntas no garantiza nada, pero quien no sabe responderlas sencillamente no merece estar en la JNJ.
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