Uno de los más grandes juristas de la historia, Francesco Carnelutti, nació el 15 de mayo de 1879 y falleció el 8 de marzo de 1965. La ocasión es importante para recordar el inmenso legado doctrinal y ético que nos dejó hace más de medio siglo, luego de ejercer la cátedra de Derecho Procesal Civil de la Universidad de Padua (de 1915 a 1935), y luego, en Milán (de 1936 a 1945), para finalmente enseñar en la de Roma (de 1945 a 1955).
Hacia 1923, junto al maestro Giuseppe Chiovenda (1872/1937) fundó la Revista de Derecho Procesal, que tuvo un decisivo impacto en el pensamiento procesal; y su pluma, exquisita como pocas, y sus pensamientos, audaces como el de los grandes, nos dejó libros importantes como La prueba civil (1915), Lecciones de Derecho Procesal Civil (1920/1931), Discurso en torno del derecho (1937), Estudios de derecho procesal (1925/1939), Sistema de derecho procesal (1936/1944), Metodología del derecho (1939), etc. Y claro, sin olvidar textos de extrema sencillez pero que por esa misma razón deben ser leídos con mucha profundidad: Las miserias del proceso penal, Cómo se hace un proceso, El problema de la pena y Cómo nace el derecho, entre otras no menos importantes.
Henos aquí, pues, para compartir con ustedes estas diez frases que condensan el pensamiento ético-jurídico que nos legó el maestro Francesco Carnelutti:
- No os dejéis, ante todo, seducir por el mito del legislador. Más bien, pensad en el juez, que es verdaderamente la figura central del derecho. Un ordenamiento jurídico se puede concebir sin leyes, pero no sin jueces.
- Es bastante más preferible para un pueblo tener malas leyes con buenos jueces, que malos jueces con buenas leyes.
- El nombre mismo del abogado suena como un grito de ayuda. Advocatus, vocatus ad, llamado a socorrer. También el médico es llamado a socorrer; pero si solamente al abogado se le da este nombre, quiere decir que entre la prestación del médico y la prestación del abogado existe una diferencia, la cual, no advertida por el derecho, es sin embargo, descubierta por la exquisita intuición del lenguaje. Abogado es aquel al cual se pide, en primer término la forma esencial de la ayuda, que es, propiamente, la amistad.
- El Estado es un gigantesco robot al cual la ciencia le ha podido crear el cerebro, pero no el corazón.
- No llegaré hasta el extremo de aconsejaros que repudiéis el derecho legal, pero tengo la conciencia tranquila al encomendaros que no abuséis, como nosotros, hoy estamos haciendo. Y sobre todo cuidad mucho la dignidad, el prestigio, la libertad del juez, y el no atárselas demasiado en corto las manos. Es el juez, no el legislador quien tiene ante sí al hombre vivo, mientras que el “hombre” del legislador es desgraciadamente una marioneta. Y solo el contacto con el hombre vivo y verdadero, con sus fuerzas y sus debilidades, con sus alegrías y sus sufrimientos, con su bien y su mal, puede inspirar esa visión suprema que es la intuición de la justicia.
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- El delincuente mientras no está preso, es otra cosa. Confieso que el delincuente me repugna; en ciertos casos me produce horror. Entre otras cosas, a mí, el delito, el gran delito, me ha ocurrido verlo, al menos una vez, con mis propios ojos; los que reñían parecían dos panteras; he quedado absolutamente horrorizado; y, sin embargo, bastó que yo viese a uno de los dos hombres que había derribado al otro con un golpe mortal, mientras los carabineros que acudieron providencialmente, le ponían las esposas, para que del horror naciese la compasión: la verdad es que, apenas esposado, la fiera se ha convertido en un hombre.
- La verdad es que el germen del bien, en cada uno de nosotros, y no en los delincuentes solamente, está aprisionado. Hay quien tiene más y quien tiene menos, pero ninguno de nosotros tiene todo el espacio que debería tener. Todos, en una palabra, estamos en prisión; una prisión que no se ve, pero que no se puede dejar de sentir. Esa angustia del hombre, que constituye el motivo de una corriente de la filosofía moderna, de gran notoriedad y de indiscutible importancia, no es otra cosa que el sentido de la prisión. Cada uno de nosotros está aprisionado mientras está encerrado en sí mismo, en la solicitud por sí mismo, en el amor de sí mismo. El delito no es otra cosa que una explosión de egoísmo en su raíz: lo otro no cuenta; lo que cuenta, solamente, es el sí mismo. Solamente abriéndose hacia nosotros el hombre puede salir de la prisión.
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- ¿Qué es, pues, la pena? La palabra misma dice que es un dolor. La pena tiene, por tanto, una función aflictiva: hace sufrir. ¿Y por qué hace sufrir? Evidentemente, porque la amenaza del sufrimiento, en lo cual consiste la sanción penal, sirve para retraer de cometer el delito, constituyendo un estímulo contra la tentación.
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- Aún cuando todas las otras reglas sean escrupulosamente respetadas, la obra del legislador nada vale si no responde a la justicia.
- La experiencia nos enseña que no son útiles ni duraderas, las leyes injustas: no son útiles, porque no aportan la paz; no duran, porque tarde o temprano, en vez de conducir al orden, desembocan en la revolución.