El profesor Mario Pablo Rodríguez Hurtado, empeñoso impulsor de la reforma procesal penal, ávido polemista, enérgico disertador y dueño de una erudición envidiable, ha compartido en las redes una suculenta anécdota digna de una audiencia mayor. Aquí va.
Un abogado litigante, de penetrantes ojos azules, ya fallecido, protagonizó un hecho digno de ser contado. La acusada libre, su patrocinada, esposa de un colega, esperaba el inicio de su juicio, cuando un viejo pero rústico magistrado, haciéndose el gracioso, delante del público, la llamó diciéndole: esa Baca que pase, pues su apellido era tal, generando la risotada general. La pobre mujer, compungida, llorosa, tomó el banquillo de los acusados.
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Juan, defensor de raza, curtido en mil peleas, «barrister» como ninguno, saltó del estrado y le dijo al juez: ¡maldito, cómo te atreves a ofender y burlarte de una mujer, siendo como eres un corrupto miserable!, y, pasando de la palabra a la obra, se acercó al infame para propinarle un puñetazo, que no llegó a puerto porque los otros vocales intervinieron.
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Del malcriado nadie se acuerda, fue uno de los tantos designados por una conocida y letal rosca partidaria que lo premió con un cargo inmerecido; del trejo defensor, los que tenemos algunos años en el foro, mantenemos su imagen viva, un señor: Juan Marcone Morello, él me enseñó a no permitir el abuso, a respetar a los jueces pero también repeler su arbitrariedad. Los jóvenes letrados deberían leer sus libros, sus Defensas penales, crónicas más que amenas que cualquier biblioteca seria tiene en sus anaqueles.
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