Siempre he querido contar esta historia. No solo porque se trata de la graciosa anécdota de un querido amigo, sino también porque bien puede usarse en el curso de teoría general del derecho, específicamente en una clase de metodología de la interpretación jurídica.
Como dice el título, esta es la breve historia de Ricardo Yanqui Zapana, alias Comanche, quien al tiempo que se desempeñaba como conserje de la facultad de derecho de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa, mi alma mater, se convirtió en decano por un día.
Don Ricardo Yanqui, oriundo de Paucarcolla (Sillustani, Puno) y padre de cuatro hijos, es uno de los personajes más entrañables de la facultad, no solo por las dosis de humor que le inyectaba a los pasillos de la facultad, sino por la dedicación con la que prestaba sus servicios, especialmente a los estudiantes («jóvenes aún», como nos llamaba).
Un «miloficios» en la facultad
Nuestro personaje ingresó a trabajar de casualidad hacia el año 1980, cuando la facultad de derecho no existía como facultad, sino como escuela. Mientras caminaba por las chacras sobre las que hoy se asientan las facultades de derecho y contabilidad, el intendente de la Universidad de la época, un tal Dr. Fuentes, le propuso trabajar como guardián. Aunque lo dudó mucho por los peligros que asomaban en la zona, aceptó el encargo de cuidar el local que, con los años, se convertiría en su casa.
Comenzó su trabajo haciendo de todo. Era «miloficios»: guardián, secretario, cajero, bibliotecario y todo lo que se necesitara. Así, entre mil responsabilidades, nacía el primer personal administrativo, no solo de la escuela de derecho (que en aquella época estaba fundida con las carreras de contabilidad, economía, etc.), sino del área de sociales. De sus primeros años como conserje recuerda al primer director de la escuela, el Dr. Emilio Suárez Galdos (padre de quien fuera el decano del Colegio de Abogados de Arequipa, José Suárez Zanabria), quien luego se convertiría en el primer decano de la facultad.
Alias «Comanche»
Cuenta don Ricardo que hacia los años 80, aunque era raro ver militares estudiando derecho, tuvo la ocasión de tratar con uno de ellos en la facultad:
Había un militar que venía todo uniformado del cuartel Salaverry a estudiar derecho. Nadie hablaba con él, yo era su único amigo. Iba del cuartel a la facultad y de la facultad al cuartel. Siempre que venía yo le recibía haciendo el ademán del saludo militar. Los alumnos nos veían y se reían. Y así, cuando él llegaba a la facultad, los alumnos me miraban diciendo, «mira ahí está tu jefe», y yo me ponía contento.
Esos saludos tenían un signo de complicidad. Don Ricardo acababa de dejar el servicio militar obligatorio. El alias era inminente. Le pusieron todos los sobrenombres castrenses: cabo, milico, sargento, cachaco, capitán, coronel. Ninguno pegó tanto como el apelativo de «Comanche».
Pero los saludos militares acabarían pronto. Su amigo, agotado por los deberes que le imponía el cuartel, desaprobó varios cursos y dejó la universidad, pero él se quedó con la chapa y con los gratos recuerdos de una breve amistad. Y aunque luego pretendieron calzarle el apelativo de Ollanta, el alias Comanche se quedó para siempre.
Un día de decano
Comenzaba el nuevo milenio y la facultad atravesaba graves dificultades. Denuncias y escándalos varios ponían en el ojo de la tormenta a la facultad. La prensa asediaba al decano y a algunos profesores en busca de información. Varias autoridades dejaron sus cargos y había que reemplazarlos. La medida de emergencia en casos así era encargar la decanatura, temporalmente, a una personalidad que generara consensos. Y eso fue lo que se intentó desde el rectorado.
La resolución a través de la cual se nombraba al nuevo decano (llamado a resolver la crisis) llegó un viernes por la tarde, cuando ya no había nadie en la facultad, salvo don Ricardo, que prácticamente vivía allí. El Comanche, dejando a un lado sus labores, se puso a leer la resolución. Cual aprendiz de positivista, no dudó en interpretar literalmente el documento. El mensaje era claro para él. No había margen para la duda: se encargaba la decanatura al «personal más antiguo» de la facultad de derecho. No se decía más. Hizo un recuento rápido y constató que él mismo era el personal más antiguo y, sin amilanarse, aunque con ciertas dudas de que le confiaran tamaña responsabilidad en tiempos de crisis, decidió aceptar el cargo. «Soy el que más conoce esta facultad, debe ser por eso», se dio ánimos a sí mismo.
El lunes de la siguiente semana el flamante decano vino más erguido y dispuesto a tomar varias decisiones. Sus urgencias, como ya se lo imaginan, se centraban en cubrir muchas necesidades del personal de servicio: arreglar las llaves de varias aulas, comprar aparatos de sonido para los eventos del auditorio y enseres de limpieza que tanto escaseaban. Ya apoltronado en la decanatura, llegaron los periodistas del diario Correo. Como siempre, no había ni un alma en el recinto, solo el Comanche, aunque ahora con el aire sobrio que el cargo le exigía. Atendió amablemente a la prensa y brindó declaraciones muy escuetas y sencillas, siempre con ánimo propositivo e invitando al diálogo para superar la crisis.
La brevísima entrevista apareció en Correo bajo el título «Un día de decano», para escándalo de muchos y beneplácito de los estudiantes. La noticia llegó hasta los oídos del doctor Raymundo Núñez, quien enterado de lo que había pasado un día antes, se dirigió a la decanatura a reprender al osado conserje, pero no precisamente por sus declaraciones como novísimo decano. Don Ricardo lo hizo bien, había hablado con prudencia y sin exacerbar los ánimos. ¿Qué pasó? Se había descubierto un «pequeño» detalle: el encargado de asumir la decanatura no era el conserje sino el veterano doctor Núñez, el «personal docente más antiguo» de la facultad.
«Sí pues, la resolución tenía un problema, estaba mal escrito, se habían comido una palabra. Allí decía que se encargaba el decanato al «personal más antiguo» y no al «personal docente más antiguo». Se habían comido la palabra docente. No me quedó otra que entregarle el cargo al doctor Raymundo», recuerda con nostalgia el Comanche mientras conversamos por teléfono.
Como decano interino demostró mucha proactividad y manejo. Dispuso, con carácter de urgencia, el envío de varios documentos a Lima, priorizó los quehaceres de limpieza y brindó prudentes declaraciones a la prensa invitando al diálogo para solucionar la crisis institucional. Luego le harían ver que esa aventura había sido muy arriesgada y lindaba con el delito de usurpación. «Gajes del oficio», respondió él.
Actualmente, este buen hombre, que trabaja como conserje en la escuela de artes de la UNSA, dicta clases de quechua en diversas instituciones y presta servicios como perito judicial. Aunque tiene planeado irse a trabajar a la Universidad de Madre de Dios, con el tiempo desea enseñar quechua y español en la Universidad Federal de Mato Grosso (Brasil).
En una sentida carta que me envía al correo se despide con estas palabras: «Yayanchispaq munaynimpi kani hinataqmi kani paymi musuq kallpakunata quwan, hinatqmi allin ñankunata apawan, manan payaymanchu pay manta» (Por la gracia de Dios soy lo que soy. Él es quien me da nuevas fuerzas y me lleva por caminos rectos. No dudo de él).
Lloro de alegría y lo recuerdo con gratitud y cariño.