Abimael Guzmán lleva ese nombre en honor a su padre y porque Berenice Reinoso, su madre, pensó que era un nombre adecuado para la criatura bondadosa que parecía ser de niño. El origen del nombre, según la Biblia, significa «Mi padre es Dios» y terminó siendo una cruel ironía.
Ese nombre, que todos los peruanos llevamos tatuados en el alma a punta de dolores, se volvió popular en la Universidad Nacional San Agustín de Arequipa en la década del cincuenta. Por un estudiante que llamaba la atención, pero que jamás dio pistas de volverse el monstruo más grande que conoceríamos.
El supuesto despertar de Guzmán
En 1952, Abimael aprobó el examen de ingreso a esta casa de estudios y llegó con «el despertar de su consciencia social» bastante firme. Con una base que iría solidificando con herramientas que hallaría en las aulas y que replicaría como docente.
El despertar al que hace mención en estos años de formación sucedió dos años antes, durante una huelga de escolares arequipeños que fue reprimida con la violencia de un pelotón militar que arrasó niños y padres de familia.
Los universitarios respondieron ante esta injusticia apoyando el levantamiento y volviendo partes de la ciudad en un pequeño campo de batalla. Una movilización que para el terrorista se volvió una epifanía y una trastornada inspiración para la matanza que le trajo al Perú.
Abimael y el derecho
Para sorpresa de nadie, el criminal no era un amante de las leyes. Al ser consultado por su elección de estudiar Derecho, la defendió calificándola como un instrumento para sustentar sus necesidades y obtener independencia.
En ese sentido, la carrera y la universidad fueron un ambiente que lo acercó a otros jóvenes llenos de ideas y hambre por debatir. Muchos de ellos provenientes de hogares incompletos, ausentes del amor del padre o la madre.
Al verse reflejado en ellos, descubrió que este escenario que iba creando en su cabeza solo sería posible aprovechándose de la inexperiencia de otros jóvenes como él. Y así, se forjó la principal estrategia que usaría Sendero Luminoso en su mortal expansión.
En estas aulas, se volvió delegado estudiantil de la Facultad de Letras, y sus compañeros lo recuerdan como alguien que no era necesariamente combativo, sino «solemne» y «protocolar». Lo reconocen siempre como un ávido consumidor del discurso de Stalin o de Mao.
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Y si algo lo hizo renegar con énfasis durante su faceta de estudiante de Derecho, fue la «ausencia de profesores marxistas que lo pudieran formar». Sus ansias de complementar el derecho con el comunismo no se hicieron realidad gracias al plan de estudios o a sus tutores, pero sí a otros compañeros de ideas también radicales.
Abimael Guzmán se graduaría en Derecho con la tesis titulada El estado democrático burgués, que ya asentaba su peligroso discurso. En paralelo, estudió Filosofía inspirado por el profesor Miguel Ángel Rodríguez, a quien reconoce como uno de sus docentes favoritos en este periodo.
Este docente lo convenció bajo la idea de que los hombres eran mejores que los ángeles, porque «tenían por igual infierno y cielo». Y lo llevó a través de la ruta de la filosofía que, según el terrorista, era importante para hallar la médula misma de su ideología. En esta materia se graduó con la tesis Acerca de la teoría kantiana del espacio.
La vida universitaria acabó y Abimael consiguió trabajo como amanuense en el estudio del abogado Julio Gómez de la Torre. Un trabajo mecánico y repetitivo de copiar escritos y pasarlos a limpio, que además le traía una paga mínima. Pero a él no le importaba porque buscaba ser profesor.
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El final de camino
Aquí comienza otra historia de terror.
Logró su sueño de ser docente en la universidad de San Agustín gracias a la influencia de su docente favorito antes mencionado. Él fue pieza clave para que el líder de Sendero lograra cubrir una plaza para la que claramente no estaba preparado.
Como profesor de la Facultad de Letras duró poco ya que se reconoció que su interés político primaba antes que sus ánimos de enseñar. Entonces, encontró un anuncio en el que se solicitaba docentes para la Universidad San Cristóbal de Huamanga.
Su ingreso a esta casa de estudios fue controversial. En 1962, muchos educadores huían en masa porque el rector de entones, Efraín Morote, imponía su visión izquierdista y buscaba convertir a esa entidad educativa en un semillero comunista. Guzmán encajaba perfectamente en este molde y los pocos amigos que tenía, partidarios radicales de izquierda, fueron claves para que volviera a la enseñanza a pesar de no contar con el CV adecuado.
Años más adelante, comenzó una de las épocas más crueles del Perú.