Esta obra cumbre de la literatura universal narra las peripecias de Rodión Raskólnikov, un joven estudiante de derecho cuya familia atraviesa una severa crisis económica. Su formación académica le permite crear una filosofía particular que plasma en un artículo periodístico, donde desliza una justificación de los crímenes siempre que sea por una razón superior. En ese lapso, su hermana anuncia que se casaría con un sujeto por imposición con tal de que Rodión pueda seguir adelante con sus estudios. Esta situación llevará al protagonista a plantearse la posibilidad de cometer un crimen para ayudar a su familia, siendo consecuente con su pensamiento filosófico.
Rodión, por tanto, se siente un ser superior (el superhombre que vaticinó Nietzsche en Así habló Zaratustra). Una persona que, en nombre de la ética y la razón, puede atropellar a quien quiera con tal de salvaguardar su humanidad. Es decir, Rodión asume una posición de privilegio frente al ius puniendi estatal, ignorando el contrato social que se expresa en el sistema de justicia y el ordenamiento jurídico que regula las conductas de todos los miembros de una sociedad. Por esa causa, Rodión decide asesinar a una vieja usurera que se aprovechaba de la gente de escasos recursos, asumiendo que su existencia era perniciosa para la humanidad y que tenía derecho a quitarle la vida.
El primer dilema ético, sobre el asesinato, es superado por su «excepcional» racionalidad. Sin embargo, cuando comete el crimen, se encontraba presente la hermana de la anciana, por lo que decide asesinarla también. Aquí Rodión ensaya una justificación de sus acciones, pero que se va desmoronando ante lo que comúnmente se denomina «cargo de consciencia». Nos detenemos en este apartado: ¿realmente existe esta figura en la psicología humana?, ¿se expresa permanentemente?, ¿hay alguna prueba de que la gente que hace el mal viva atormentada? La narración apunta, en principio, a descartar esta tesis. Posteriormente, se verá contradicha con las consecuencias que sufre Rodión por el remordimiento que lo consume.
Empieza a soñar con la vieja usurera, a disminuir su estado físico y, como colofón, cae en una profunda depresión. Su único respaldo será su gran amigo Razumikhin, quien lo apoya pese a todo. En una visita al juzgado, Rodión es interrogado por el juez instructor, lo que le hace caer en un sospechoso nerviosismo extremo. En una siguiente ocasión, se entera que una persona ha confesado ser el autor del asesinato de la usurera, lo que calma temporalmente sus ánimos. Pero, tras pensar que una persona inocente estaría encerrada por su responsabilidad, su «cargo de consciencia» se incrementa más; por lo que decide contar la verdad sobre el crimen a sus seres queridos.
Enfatizando en el marco legal de los acontecimientos, advertimos que la confesión sincera de una persona, sometida a un brutal interrogatorio, no puede ser fuente de suficiencia probatoria para imponer una sentencia condenatoria. Por ello, diversos ordenamientos como el peruano, han considerado que, además de la confesión, deben entrar a tallar diversos elementos probatorios que confirmen la versión del imputado. Así, el artículo 160 del Código Procesal Penal, vigente en casi todos los distritos judiciales del país, señala que la confesión sincera tendrá valor probatorio cuando «esté debidamente corroborada por otro u otros elementos de convicción».
Otra problemática de carácter jurídico que se aborda en la novela es el de las «zonas grises» del derecho. Este concepto hace referencia a que los letrados, en el ejercicio de su función, tienden a ajustar su teoría del caso a la realidad y no al revés. Por ejemplo, cuando se discute el elemento subjetivo del tipo, aun cuando la realidad descarte una actitud dolosa del imputado, los abogados insistirán en la mala fe o la mala intención, ya sea por un cálculo a nivel judicial o por usar un razonamiento condicionado por sus intereses. En un pasaje de la novela, Raskolnikov es difamado por un abogado que lo señala por darle dinero a una viuda en desgracia. El protagonista descarta que tuviera algún interés subalterno, suponiendo que esa calumnia se debía al «estilo jurídico» del letrado.
El relativismo moral no puede ser sustento de una agresión a las normas vigentes. La convivencia en sociedad supone el respeto a los derechos de todos los ciudadanos y justifica la sanción para aquellos que transgredan los deberes establecidos en la Constitución. Si bien podemos discutir, a nivel filosófico, las razones que nos llevan a aceptar una determinada escala de valores, esto no puede escapar a la objetividad de la ley. Los debates a nivel teórico de todo tipo son admisible, pero se debe partir de lo que se ha cimentado a lo largo de siglos de desarrollo normativo y jurisprudencial. En esa línea, reafirmamos que una democracia deliberativa es indispensable para el desarrollo de los Estados modernos.
Dicho esto, el individualismo exacerbado de personajes como Raskolnikov riñen con la convivencia armoniosa de una sociedad con parámetros jurídicos definidos y con una ética ecuménica definida. Por esta razón última, ante la inclemencia del remordimiento derivado del crimen, Rodión se sentirá obligado a confesar su crimen, priorizando su paz interior a cualquier rédito de carácter pecuniario. Llega a la comisaría, se entrega y es enviado a Siberia para que cumplan una pena de ocho años de trabajos forzados. En sumas cuentas, Raskólnikov pudo escapar de la justicia humana pero no del «cargo de consciencia» que lo subyuga a nivel psicológico. No hay crimen sin castigo.