Hace unas horas la sonda InSight aterrizó en el planeta rojo, en medio de la expectativa y emoción del mundo entero. Por primera vez un vehículo robótico hecho por el hombre hace contacto con la superficie marciana, toma fotografías, recorre distancias, hace excavaciones y envía reportes a la Tierra. Las operaciones están a cargo de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), una agencia del gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.
Tomar contacto físico con un bien sugiere preguntas sobre los derechos que se tienen sobre él. Ahora que Marte no es una ilusión o meras imágenes a la distancia, sino verdadera ocupación material, toca preguntarse a quién pertenece este planeta. El Tratado sobre el Espacio Ultraterrestre del 10 de octubre de 1967 ha sido suscrito y ratificado por 79 países, entre ellos Estados Unidos y Perú. Según este acuerdo internacional, los estados se obligan a no ejercer actos de apoderamiento excluyente o soberanos sobre la luna y otros cuerpos celestes, lo que incluye a los planetas. Lógicamente esta obligación comprende a los nacionales de cada país. Es decir, para las partes del tratado no hay propiedad en términos del derecho privado (poder exclusivo de las personas), pero si un evidente título para el aprovechamiento de los astros en beneficio de todos. ¿Propiedad de todos?, eso no es propiedad.
El tratado dice expresamente que cualquier presencia en la nebulosa y las estrellas “debe entenderse como un acto en nombre de la Humanidad”. Esta no es una simple alegoría poética, sino una verdadera asignación de derechos. Es decir, ahora que InSight opera físicamente en Marte, lo hace como herramienta de la NASA (Estados Unidos) quien actúa en nombre de la Humanidad, esto es en representación de todas las personas de los países vinculados al tratado. Esa presencia no es “propiedad”, pero sí es un derecho especial sobre los predios tomados por la sonda. En términos del derecho peruano eso es definitivamente “posesión”. Expresa un comportamiento material trasladable a todas las personas representadas por los Estados Unidos en sus emprendimientos galácticos. Eso es lo fantástico de nuestro derecho real de “posesión”, que no se hace problemas con nada y despliega sus efectos ante la apariencia de un título, sin importar cual sea.
La NASA es un servidor de la posesión y las instrucciones que mueven a InSigh, aunque provienen del gobierno americano, se entienden originadas en los nacionales de todas las partes del tratado. En definitiva, hace un rato que ya somos coposeedores legítimos de Marte.