El matrimonio, bien explicado por Héctor Cornejo Chávez

Estimados lectores, compartimos un breve fragmento del libro Derecho Familiar Peruano, del reconocido civilista Héctor Cornejo Chávez, lectura imprescindible para todo estudiante de derecho.

Cómo citar: Cornejo Chávez, Héctor. Derecho Familiar Peruano. Décima edición, Gaceta Jurídica, 1999, pp. 43-52.


Sumario: 1. Concepto del matrimonio; 2. Los fines del matrimonio; 2.1. Cuestionamiento de los fines; 2.2. Revaloración de la comunidad de vida como fin del matrimonio; 2.3. La explosión demográfica; 2.4. Paternidad-maternidad responsable; 2.5. Inseminación artificial; 3. Matrimonio como acto y como estado.


1. Concepto del matrimonio

La familia como fenómeno natural, dice D’Aguanno, tiene su origen en la unión de los sexos; y como institución jurídica, en el matrimonio, que es la unión sancionada por la ley.

Empero, decir que el matrimonio «es la unión de los sexos sancionada por la ley» es aludir a un hecho y a una forma, pero sin penetrar, como es forzoso para configurar el concepto, en la esencia del fenómeno matrimonial, a cuya comprensión es posible llegar a través de un estudio teológico del mismo.

2. Los fines del matrimonio

Los fines del matrimonio pueden ser considerados tanto desde el punto de vista de la Sociología como desde el ángulo del Derecho[1].

a) Sociológicamente, la teoría kantiana enfatiza como finalidad del matrimonio la satisfacción del instinto sexual. El apetito amoroso queda elevado así a la categoría de fundamento principal de la unión conyugal; y ésta resulta, en cuanto a su finalidad, colocada al nivel del concubinato, de la unión sexual esporádica y aun del libre comercio carnal, fenómenos todos que persiguen también la satisfacción del instinto sexual.

Para Montaigne y Schopenhauer, el fin del matrimonio se ubica en el bienestar de la prole, concepción cuya aparente generosidad no utiliza el argumento de que la dignidad del ser humano se resiste a admitir que una persona se convierta, sin su voluntad o contra ella, en instrumento al servicio de otra.

Las teorías de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, por último, atribuyen al matrimonio un doble propósito: de un lado la procreación y subsiguiente educación de la prole, y de otro el mutuo auxilio entre los cónyuges.[2]

b) Paralelamente a la Sociología, el Derecho expresa ideas semejantes; y así, mientras un sector de la doctrina llama la atención hacia el fin sexual del matrimonio otro recalca como finalidad del mismo la mutua ayuda de los casados a través de una plena comunidad de vida.

En efecto, para, algunos tratadistas[3] a el matrimonio crea una asociación entre los dos esposos, con obligaciones reciprocas; pero su objeto esencial es la creación de la familia. En el fondo no es otra cosa que la unión sexual reconocida por la ley, puesto que la procreación de los hijos crea deberes a los padres».

Otros autores, en cambio[4] definen el matrimonio como “la unión de un hombre y una mujer, reconocida por la ley, investida de ciertas consecuencias jurídicas y dirigida al establecimiento de una plena comunidad de vida».

En el fondo, no existe discrepancia entre ambos sectores de la doctrina jurídica, pues expresa o implícitamente todos los autores aluden a los dos grandes fines del matrimonio: uno específico, que es la procreación y educación de la prole; y otro individual, o sea el mutuo auxilio en una plena comunidad de vida.

Esto sentado, puede aceptarse como exacto el concepto que enuncia Valverde, cuando sostiene que «por el matrimonio, el hombre y la mujer, asociados en una perdurable unidad de vida sancionada por la ley se complementan recíprocamente, y cumpliendo los fines de la especie la perpetúan al traer a la vida la inmediata descendencia».

2.1. Cuestionamiento de los fines

No obstante esta coincidencia fundamental en el campo del Derecho, el enfoque teológico del matrimonio ha venido a ser cuestionado en época reciente y por determinados sectores del pensamiento contemporáneo desde una perspectiva más bien filosófico-económico- social.

Dícese, por una parte, que la finalidad conyugal consistente en crear entre los esposos una plena comunidad de vida, una suerte de alianza vital, de hondas raíces, frente a todos los eventos de la vida, los venturosos y los adversos, no tiene por qué ser subestimada en relación a la finalidad procreadora, porque de esa alianza vital dependen en buena parte las posibilidades de realización personal de cada cónyuge argumento que vale lo mismo para todo matrimonio- y que justifica la creación y subsistencia del vínculo matrimonial aunque no hubiera hijos o estos hubieran muerto o se hubieran independizado de sus padres y por mucho que éstos no se hallen ya en situación de procrear; y añádase, de otro lado, que el énfasis puesto en la finalidad genérica resulta ser, a través de una paternidad-maternidad irresponsable, una de las causas principales de la explosión demográfica, problema gravísimo de nuestros días, sobre todo en los países pobres de la Tierra.

2.2. Revaloración de la comunidad de vida como fin del matrimonio

En nuestro concepto, la revaloración de la comunidad de vida entre esposos como una finalidad básica del matrimonio os enteramente justa y el pensamiento cristiano cuenta en la primera línea de esto proceso; más ni ello quita que la perpetuación de la espacio se situé en la médula misma del trato conyugal, ni cohonesta el enfoque que, tras una visión unilateral y no siempre desinteresada del problema del crecimiento poblacional, se dirige a justificar una política de control artificial de la natalidad.

El problema, sin embargo, debe ser abordado frontalmente, pues constituye una de las más grandes preocupaciones contemporáneas» ciertamente no es ajeno al Derecho por mucho que tenga también, como todos los fenómenos que el Derecho regula, ingredientes y consecuencias extrajurídicos.

2.3. La explosión demográfica

Una nota de frustración masiva de seres humanos caracteriza la realidad contemporánea del mundo pobre. Cifras ofrecidas por organismos internacionales de indudable solvencia técnica demuestran la gravedad del fenómeno: en los países subdesarrollados y en vías de desarrollo hay actualmente 500 millones de desnutridos,1000 millones carecen de agua potable, 1600 millones no disponen de asistencia sanitaria, hay 700 millones de analfabetos y 350 millones de desocupados. Cada año 100,000 niños se vuelven ciegos por falta de vitamina «A»; de los 12 niños que nacen en el mundo pobre cada siete segundos, para el año 2000, de 2 a 3 habrán muerto antes de cumplir los tres años de edad, de 2 a 3 habrán terminado la instrucción elemental, 5 serán analfabetos, apenas 2 estarán en aptitud. de desempeñar empleos medianamente remunerados y todos habrán padecido hambre y enfermedad generados por la miseria.

Dentro de su posición intermedia en el mundo pobre, el Perú registra cifras gravemente significativas en esta materia.

Enfrentados a un problema de tamaña envergadura, sin precedentes en la historia por su magnitud, hay quienes ven en la llamada explosión demográfica, es decir, en el crecimiento acelerado de la población del mundo pobre, la causa de frustración tan extensa.

Algunos datos podrían ilustrar esta tesis: según cálculos apenas aproximados, la población de la Tierra a comienzos de la Era Cristiana habría sido de unos 450 millones de habitantes; al principiar el siglo XX era de 1600 millones; hoy ha subido a 4500; y se calcula que, dentro de 15 años, es decir, al finalizar el siglo XX, será de 7500 millones. En otras palabras, mientras para triplicarse la población del planeta necesito primero 19 siglos, en el presente se habrá triplicado en sólo el siglo XX. La humanidad puede llegar a duplicarse en adelante cada 25 años.

A nivel nacional, las cifras parecerían mostrar el mismo fenómeno: según el censo de 1940, el Perú tenía una población de 7’023,111 habitantes; en 1961 era de 10’420,357; en 1972, se había elevado a 42121,564; se calcula hoy en 19’500,000; y llegará dentro de 15 años, al término del siglo, a un mínimo de 27 y un máximo de 36 millones. En otras palabras, la tasa de crecimiento demográfico, que fue de 2.1% entre 1940 y 1961, subió al 2.9% entre 1961 y 1972, y ha descendido levemente, a 2.6% en 1980. Otro dato grafica dramáticamente el problema: la población de Lima crece actualmente a razón de 461,856 habitantes cada año; en el año 2000, ese incremento será de 662,856 anualmente.

Para quienes ponen el acento en este fenómeno, en él se halla la causa de la miseria creciente: sencillamente, no hay alimentos, viviendas, escuelas, hospitales ni puestos de trabajo suficientes para atender a la nueva población.

Dentro de este planteamiento, la causa del mal reside en la paternidad-maternidad irresponsable, esto es, en la conducta de quienes procrean hijos a los cuales no les será posible alimentar, educar, curar, instruir y asegurar trabajo.

Y si en esto radica el origen del problema, la solución parece obvia: la limitación de la natalidad mediante el ejercicio responsable de la paternidad-maternidad.

2.4. Paternidad-maternidad responsable

Paternidad-maternidad responsable es aquella que no entiende agotarse con el simple hecho fisiológico de engendrar hijos, sino que se extiende a proveer a la prole de los medios necesarios para una vida verdaderamente humana.

«Ser padre —ha expresado el episcopado mexicano, 12, XII, 1972— es comunicar la vida en plenitud. No sólo engendrar, sino proporcionar todo lo que durante años los hijos tienen derecho a esperar de sus padres; además de la formación espiritual que es primordial: -en lo material, alimento suficiente, vivienda adecuada, vestido y vigilancia a su salud; educación digna, formación integral».

Este tipo de paternidad-maternidad no es, por desgracia, el que parece predominar en extensas capas de la sociedad subdesarrollada o en vías de desarrollo.

Unas pocas iras comprobadas en una investigación sobre la realidad judicial del Perú, efectuada en años muy recientes[5], parecerían persuadir de este fenómeno en lo que concierne a nuestro país: entre todos los procesos civiles que se ventilan en el distrito judicial de Lima, el tercer lugar lo ocupan los de alimentos; y en conjunto de los demás distritos judiciales de la República, esos juicios ocupan el primer lugar. Son también altos los porcentajes que corresponden a los procesos por el delito de abandono de familia. Sobre el telón de fondo que se acaba de sintetizar, determinadas organizaciones internacionales, entidades científicas y gobiernos preconizan la adopción de una política enérgica de limitación de la natalidad.

Dos direcciones principales surgen de esa posición:

La más drástica que, invocando la magnitud del problema y la urgencia de soluciones radicales, propugna la adopción de todos o algunos de los medios siguientes: empleo masivo de métodos contraceptivos artificiales; inserción de adminículos contraceptivos aun sin la voluntad o conocimiento de las interesadas; esterilización de hombres y mujeres, aun sin su voluntad; legalización del aborto, al menos durante los primeros meses de gestación; políticas gobernativas de cumplimiento forzoso al respecto; ayuda financiera y técnica caudalosa a los países que adopten dichas políticas; condicionamiento de ciertos préstamos de desarrollo a la adopción de tales políticas por los países receptores: ayuda directa, abierta o subrepticia, por parte de organizaciones o gobiernos extranjeros a entidades que estén dispuestas, al interior de cada país pobre, a divulgar, propagandizar y ejecutar planes de contracepción cuando los respectivos gobiernos no los impongan; y otras semejantes.

Una corriente menos drástica preconiza el empleo de campañas de divulgación masiva de métodos de contracepción para su empleo voluntario por los interesados; la implementación de facilidades financieras y técnicas para el empleo de aquellos métodos por quienes los deseen; el uso de medidas de persuasión o presión indirecta sobre los gobiernos de los países superpoblados; la esterilización voluntaria; y la legalizacion del aborto cuando se practica a pedido de la madre en las primeras semanas de la gestación.

El planteamiento que se acaba de reseñar atrae, desde luego, ciertas reflexiones críticas.

En primer lugar, ¿existe, en verdad, exceso de población en el mundo?

La repuesta podría referirse a varios criterios de ponderación: la población ¿sería excesiva en relación a la capacidad del planeta? ¿o a los recursos disponibles? ¿o a la porción que el mundo pobre toma de dichos recursos a nivel mundial? ¿o al modelo de sociedad que los países pobres intentan alcanzar?

En relación a la capacidad física del planeta, ciertamente la población actual no es excesiva. Hay países despoblados o semidespoblados. En algunos, como los de Latinoamérica, el promedio de densidad es de 17 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que en otros viven 200 o 300 en la misma extensión. Extensas zonas de la Tierra siguen inexploradas. Junto a urbes superpobladas, como ocurre con las megápolis, hay otras semivacías.

Con referencia a los recursos disponibles, conviene recordar que las preocupaciones no son de ahora. Hace ya 200 años que Malthus, un científico y pastor protestante inglés, las expresó en términos dramáticos, cuando, a tenor de los conocimientos de la época, afirmó que, mientras la población estaba creciendo en progresión geométrica, los alimentos sólo aumentaban en progresión aritmética; y pronosticó, por tanto, un desastre mundial. Es bien sabido que el vaticinio no se cumplió, porque los avances de la ciencia y la técnica permitieron incrementar los alimentos hasta el punto de producir a veces excedentes. Es obvio que los adelantos científicos y tecnológicos de nuestros días son incomparablemente mayores que entonces.

Resulta pertinente, también, señalar a este respecto el hecho de que, mientras hay poblaciones desnutridas, en algunos países y oportunidades se sacrifica ganado vacuno o se arroja alimentos al mar o a los ríos para impedir la baja de su precio en el mercado internacional o interno.

Algunos expertos señalan, además, que, mientras que en casi todo el mundo hay un problema de subalimentación, existen zonas en que el problema empieza a ser, aun desde el punto de vista de la salud, uno de sobrealimentación.

Que no se trata de insuficiencia de recursos disponibles, globalmente considerados, lo demuestran además otras circunstancias que concitan hoy la denuncia de entidades, organizaciones y personalidades de todo el mundo y, a la cabeza de ellas por su autoridad moral, la Iglesia Católica.

La más dramática de ellas es, probablemente, la que se refiere al contraste entre lo poco que el mundo industrializado entrega en vía de préstamo o ayuda a los países pobres y lo mucho que gasta en armamentos; esto es, el contraste entre la exigüidad de lo que se dedica a mantener la vida y hacerla más digna y la enormidad de lo que se gasta en preparar la destrucción de la humanidad.

Algunas cifras son bastante explicativas:

El mundo gasta hoy 700,000’000,000.00 de dólares al año en armas u otros renglones militares. Aproximadamente el 50% de esa suma corresponde a la Unión Soviética y a los Estados Unidos.

Con lo que se gasta en armas durante un solo trimestre se podría duplicar el área cultivada en el mundo pobre. La mitad sería suficiente para donar el íntegro de la deuda externa latinoamericana, cuyas amortizaciones e intereses contribuyen a ahogar en la miseria a sus habitantes.

Armar y equipar a un solo soldado de un país superdesarrollado cuesta lo mismo que educar a 80 niños del mundo pobre. Fabricar o comprar un bombardero serviría para erradicar por diez años una epidemia en el mundo. Un submarino nuclear equipado con misiles cuesta lo que costaría edificar 450,000 viviendas modestas.

Los grandes países no sólo gastan cantidades astronómicas en armas, sino que también las venden a los países pobres y hasta algunos de éstos comienzan a fabricar y exportar armamentos.

En contraste, los recursos financieros que el mundo desarrollado transfiere, en vía de préstamos o ayuda, a los países subdesarrollados no llega al 1% de su producto bruto (mínimo que recomendó hace una década la UNCTAD). Quienes más ayudan son precisamente los más pequeños entre los ricos (Suecia, Holanda, Noruega). Los que menos ayuda brindan son los más poderosos (Japón, Estados Unidos, Alemania, Reino Unido).

A la luz de estos hechos, difícilmente se puede aceptar que la pobreza de dos tercios de la humanidad se deba a que no hay recursos suficientes para eliminar la miseria.

Si se adopta como referencia la porción de la riqueza total que toma el mundo pobre, sí es evidente que la capacidad de éste para recibir y sostener nuevas poblaciones masivas ha sido ya largamente sobrepasada: sus pobladores, en abrumadora mayoría, viven a niveles subhumanos de nutrición, vestido, vivienda, educación, instrucción y trabajo. El que no participe en mayor proporción de la riqueza del mundo se debe; en parte, a sus bajos niveles de producción y productividad, fruto a su vez de tecnologías anacrónicas -lo que, a su turno, suele tener su origen en las características de los sistemas coloniales a que estuvieron sujetos por largos períodos-; y en otra parte, no despreciable, a los precios injustos que reciben por sus materias primas; a la enajenación de sus grandes recursos naturales y a las trabas impuestas por los mercados desarrollados para el ingreso de manufacturas provenientes del mundo pobre.

Excesiva resulta ser, también, la población del mundo pobre si pretende vivir con arreglo a los modelos consumistas imperantes en el mundo desarrollado, en los cuales la sobreabundancia y desperdicio de bienes, la creación y satisfacción de necesidades artificiales, incluso suntuarias y hasta viciosas, así como la vigencia de criterios valorativos que privilegian al confort de la familia corta respecto a la prudente austeridad de la familia numerosa, contrastan con la miseria del mundo subdesarrollado: Si se trata de que éste viva a los niveles y dentro de los patrones característicos del mundo superindustrializado, ciertamente la población actual resulta excesiva.

Una segunda reflexión crítica puede formularse; y es la referente a la irresponsabilidad de la paternidad-maternidad. Ciertamente existe irresponsabilidad en quien engendra hijos y se desentiende luego de ellos; pero hay también irresponsabilidad, tanto o más culpable, en quienes mantienen o se resisten a cambiar un orden económico-social que no solamente produce contrastes como los reseñados, sino que veda al progenitor el acceso a niveles de educación, instrucción y cultura desde los cuales podría apreciar y corregir su irresponsabilidad procreadora.

En consecuencia con lo expresado, parecería que la solución del grave problema de la frustración masiva de seres humanos en el mundo de hoy pasa por cuatro cursos de acción:

a) Una mayor y mejor utilización de los recursos naturales;

b) Un orden económico internacional más justo y solidario;

c) La instauración de nuevos modelos, más equitativos y austeros, de sociedad; y

d) La adopción de una política de limitación de la concepción (y no de control de la natalidad), basada en medios y métodos que no repugnen a la conciencia moral del mundo ni violen derechos humanos fundamentales ni atropellen la soberanía de los países implicados; es decir, fundada en el método natural de regulación de la concepción (método Ogino-Knaüss, método perfeccionado Billings cuyo grado de seguridad se cifra en el 98.5%). Esto último descarta desde luego el aborto y la esterilización, y también reemplaza el empleo de métodos artificiales.

Con referencia a este grave problema, la nueva Constitución peruana se limita a declarar que el Estado ampara la paternidad responsable (art. 6).

De nuestra parte, pensamos que no es pertinente legislar en el Código Civil en torno al significado, alcances y consecuencias del mencionado principio constitucional, en lo que concierte al empleo de aquellos métodos de control de la natalidad, salvo en lo tocante al aborto; delicada materia ésta acerca de la cual la posición constitucional ha quedado fijada en sentido prohibitivo al reconocer el derecho a la vida incluso del concebido (art. 2, párr. 1) como uno de los derechos fundamentales de la persona.

2.5. Inseminación artificial

Se vincula también con la procreación como uno de los fines del matrimonio la cuestión, planteada ya a nivel teórico y legislada en varios países, de la inseminación artificial de la mujer casada, cuya incidencia, además, en el campo del deber de fidelidad, del adulterio como causal de separación de cuerpos o de divorcio, y de la determinación de la paternidad, resulta obvia y de arduos contornos.

Aparte de señalar la incongruencia que se da en quienes, por una parte, muestran alarma ante el crecimiento demográfico, y, de otro lado, favorecen la legalización de métodos artificiales de concepción, quizá resulta pertinente expresar que, importante como es el tema a nivel teórico, no parece llegada la necesidad de legislar por el momento sobre esta materia en el Perú: no existe, en realidad, problema que esté demandando una solución.

Teóricamente, habrían que distinguir varios supuestos, tales como el de la fecundación artificial de la mujer casada con semen del marido: inseminación homóloga (ordinariamente con el consentimiento de éste, pero también con la hipótesis de que no lo diera); el de la fecundación con semen de tercero: inseminación heteróloga, con consentimiento del donante y del marido; el del empleo de semen de tercero sin consentimiento o contra la voluntad del marido; y, en fin, el de la fecundación y gestación en el laboratorio en cualquiera de los supuestos anteriores.

Descartada de momento esta última hipótesis, pues no habiéndose registrado hasta hoy caso alguno de gestación en laboratorio, si siquiera en vía experimental, el de la fecundación en probeta quedaría insumido en cualquiera de los supuestos mencionados, nos inclinamos por la inconveniencia de legalizar los demás por consideraciones más bien morales; pero si hubiera de situarse el problema en sus alcances exclusivamente jurídicos, sólo el primero de los casos reseñados podría exonerarse de la tacha de deslealtad de la mujer (que sería pertinente en el tercer supuesto) o de falseamiento de los fines del matrimonio y de la naturaleza de la filiación matrimonial (que podría hacerse en las hipótesis segunda y tercera). Dicha segunda hipótesis tendría que ser considerada como un ilícito civil para los cónyuges y acaso penal para el facultativo. La tercera tendría que constituir además causal de separación de cuerpos y de impugnación de la paternidad legal.

3. Matrimonio como acto y como estado

Todo lo anteriormente expuesto hace alusión al matrimonio como estado, es decir a la situación jurídica en que permanentemente quedan ubicados el varón y la mujer que devienen cónyuges. Pero en el lenguaje del Derecho, la misma palabra matrimonio se usa para designar el acto creador de la unión conyugal, esto es, el compromiso que asumen los contrayentes para cumplir los deberes que impone el matrimonio como estado.


[1] Calificamos de sociológicas las opiniones que atienden, no obstante ser cronológicamente anteriores al nacimiento de la Sociología como ciencia, a su índole y contenido.

[2] El Códex luis Canonici de 1984 (can. 1055) fija como fines del matrimonio el bien común de los cónyuges y la generación y educación de los hijos.

[3] Planiol y Ripert. Ob. cit.

[4] Enneccerus. Ob. cit.

[5] Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Pontificia Universidad Católica del Peri. Realidad y reforma judicial en el Perú (1976-1979).

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