Con solo 22 años, Alphonse Gabriel Capone era, aparentemente, un vendedor de muebles increíblemente próspero. Al menos en lo formal. En Brooklyn todos sabían que era el consiglieri de Johnny Torrio, el capo de la mafia. Conocido popularmente como Scarface, debido a una terrible cicatriz que le quedaba en el rostro, era también un hombre con conciencia social: fundó varios comedores durante la época de la gran depresión. El origen de su fortuna, claro está, fue la Ley Volstead.
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La promulgación, en 1919, de la denominada «Ley seca», que prohibió la producción, importación y consumo de bebidas alcohólicas; determinó que la mafia local se concentrara en el contrabando de estos insumos. Torrio y sus secuaces se trasladaron a Chicago, y Al Capone se encargó de supervisar los negocios del juego ilegal. Ante el retiro de Torrio, en 1925, Capone tomó definitivamente el mando. Posteriormente, las ganancias brutas del gánster alcanzarían la cifra récord de 125 millones de dólares anuales, de los que un veinte por ciento se destinaba a sobornos. Su leyenda creció en proporciones inimaginables.
Las acciones filantrópicas de Capone provocaban una aceptación general en el pueblo, pero su imagen se resquebrajó luego de la «Matanza de San Valentín», donde sus hombres asesinaron a la banda rival vestidos con trajes de policías. De ese modo, en septiembre de 1929, el fiscal del distrito George Q. Johnson nombró al agente federal Eliot Ness jefe de «Los Intocables», como se hacía llamar la fuerza especial que investigaría los crímenes de Capone. Recopilaron pruebas durante dos años. Ese mismo año, Capone fue arrestado bajo el cargo de posesión ilegal de armas, saliendo en libertad en marzo de 1930, luego de nueve meses. Ese tiempo fue aprovechado por Ness para infiltrarse en su banda criminal.
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Pese a las investigaciones, los hallazgos de Ness no eran contundentes en el afán de vincular al detenido con el contrabando de alcohol. Así las cosas, decidió tomar otra vía. Para 1931, las ganancias de Capone se habían reducido un 80% y los agentes lograron probar que el capo de la mafia había evadido decenas de miles de dólares en impuestos sistemáticamente, acusándole de hasta 22 cargos. Durante el proceso que tuvo que afrontar, sus abogados pactaron su culpabilidad con el fiscal Johnson, a cambio de 2 años de condena. Pero no tuvieron en cuenta la probidad del juez, que dejó en claro que solo escucharía las conclusiones del fiscal como recomendaciones.
Capone no podía regatear con un tribunal federal. Solo le quedó sobornar a todo el jurado, compuesto por doce ciudadanos. Esta artimaña fue descubierta por el juez Wilkerson, que decidió intercambiar la totalidad de los miembros del jurado por el de la sala que veía otro caso. En consecuencia, la noche del 17 de octubre de 1931, después de nueve horas de deliberaciones; el nuevo jurado resolvió declarar culpable a Alphonse Gabriel Capone de cinco delitos relacionados con el impago de impuestos sobre, finalmente, más de un millón de dólares que se estimó había ganado entre 1924 y 1929.
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La justicia norteamericana no se apiadó de él y le fueron impuestos once años de cárcel por evasión fiscal, que cumplió en las cárceles de Atlanta (Georgia) y Alcatraz. También tuvo que pagar ochenta mil dólares en multas y costes judiciales. Su caída aceleró cierto declive del crimen organizado pero no su extinción. Ya en prisión, a Capone le fue diagnosticado un cuadro de sífilis, que probablemente había contraído durante su juventud. Debido a un agravamiento de su condición mental, las autoridades decidieron dejarlo en libertad en 1939. Capone fallecería en su residencia de Palm Island (Florida) con 48 años de edad. “Puedes llegar lejos con una sonrisa. Pero llegarás todavía más lejos con una sonrisa y un revólver”, solía decir el afamado gánster.