1. Frankenstein | Mary Shelley
“Confío mi suerte a la justicia de mis jueces, si bien veo poco lugar para la esperanza. Ruego se haga declarar a algún testigo respecto de mi reputación, y si su testimonio no prevalece sobre la acusación, que me condenen, aunque fundo mi esperanza en el hecho de ser inocente”.
2. El extranjero | Albert Camus
“No miré en dirección a María. No tuve tiempo porque el Presidente me dijo en forma extraña que, en nombre del pueblo francés, se me cortaría la cabeza en una plaza pública. Me pareció reconocer entonces el sentimiento que leía en todos los rostros. Creo que era consideración. Los gendarmes se mostraban muy suaves conmigo. El abogado me tomó la mano. Yo no pensaba más en nada. El presidente me preguntó si no tenía nada que agregar. Reflexioné. Dije: “No” Entonces me llevaron”.
3. El último día de un condenado a muerte | Víctor Hugo
“¡Pero ya no es posible! Mi apelación será rechazada, porque todo está en regla: los testigos han testificado, los litigantes han litigado, los jueces han juzgado. No cuento con ello, a menos que… ¡No, insensato! ¡Ya no hay esperanza! La apelación es una cuerda que nos mantiene suspendidos sobre el abismo, y que oímos crujir a cada instante hasta romperse. Es como si la cuchilla de la guillotina tardara seis semanas en caer”.
4. Claude Gueux | Víctor Hugo
“Terminados los alegatos, el presidente hizo su resumen imparcial y luminoso, del que resultaba esto: una vida vil y un monstruo. Claude Gueux había comenzado viviendo en concubinato con una ramera, luego había robado y después asesinado. Todo eso era cierto.
En el momento de enviar a los jurados a su sala el presidente preguntó al acusado si tenía algo que decir sobre las conclusiones.
—Poca cosa —contestó Claude—. Solamente esto: soy un ladrón y un asesino; he robado y matado. ¿Pero por qué robé, por qué maté? Háganse esas dos preguntas, señores jurados.
Tras un cuarto de hora de deliberación, en virtud de la declaración de los doce champañeses a los que llamaban señores jurados, Claude Gueux fue condenado a muerte”.
5. Nuestra señora de París | Víctor Hugo
“Sin embargo, el escribano, en el momento en que maese Florian Barbedienne leía, a su vez, la sentencia para firmarla, se sintió movido de piedad por aquel pobre diablo y con la esperanza de rebajarle algo la pena, se acercó lo más que pudo a la oreja del auditor y le dijo señalándole a Quasimodo:
—Este hombre está sordo.
Esperaba que el conocimiento de la enfermedad de Quasimodo despertaría el interés de maese Florian en su favor; pero ya hemos visto que maese Florian no tenía interés en que nadie se apercibiese de su sordera y por otra parte era tan duro de oído que no oyó una sola palabra de lo que le había dicho el escribano; pero, como deseaba dar la impresión de oír, respondió:
— ¡Ay, ay, ay!, eso es otra cosa; no sabía yo eso: una hora más de picota en ese caso.
Y firmó la sentencia modificada en este sentido”.
6. La ciudad y los perros | Mario Vargas Llosa
“Si usted quiere acusar a alguien de asesino, tiene que apoyarse en algo, ¿Cómo diré?, suficiente. Eso es, pruebas suficientes. Y usted no tiene ninguna clase de pruebas, ni suficientes ni insuficientes, y viene aquí a lanzar una acusación fantástica, gratuita, a echar lodo a un compañero, al colegio que lo ha formado. No nos haga creer que es usted un topo, cadete. ¿Qué cosa cree que somos nosotros, ah? ¿Imbéciles, débiles mentales, o qué? ¿Sabe usted que cuatro médicos y una comisión de peritos en balística comprobaron que el disparo que costó la vida a ese infortunado cadete salió de su propio fusil? ¿No se le ocurrió pensar que sus superiores, que tienen más experiencia y más responsabilidad que usted, habían hecho una minuciosa investigación sobre esa muerte?”
7. Los miserables | Víctor Hugo
“Oíd, señores jueces, un hombre tan bajo como yo no puede recriminar a la Providencia ni dar consejos a la sociedad; pero la infamia de la cual trataba de salir es algo nocivo. El presidio hace al presidiario. Reflexionad sobre esto, si lo deseáis. Antes del presidio, yo era un pobre campesino muy poco inteligente, una especie de idiota; el presidio me ha transformado. Era estúpido y me volví malvado, era un leño y me hice un tizón. Luego, la indulgencia y la bondad me han salvado, como la severidad me había perdido. Pero, perdón, no podéis comprender lo que digo”.
8. El proceso | Franz Kafka
« – ¿Cómo te imaginas el final? – preguntó el sacerdote.
Al principio pensé que terminaría bien – dijo K– Ahora hay veces que hasta yo mismo lo dudo. No sé cómo terminará. ¿Lo sabes tú?
– No – dijo el sacerdote – Pero temo que terminará mal. Te consideran culpable. Tu proceso probablemente no pasará de un tribunal inferior. Tu culpa, al menos provisionalmente, se considera probada.
– Pero yo no soy culpable – dijo K – Es un error. ¿Cómo puede ser un hombre culpable, así, sin más? Todos somos seres humanos, tanto el uno como el otro.
– Eso es cierto – dijo el sacerdote – Pero así suelen hablar los culpables.
– ¿Tienes algún prejuicio contra mí? – preguntó K.
– No tengo ningún prejuicio contra ti – dijo el sacerdote.
– Te lo agradezco – dijo K – Todos los demás que participan en mi proceso tienen un prejuicio contra mí. Ellos se lo inspiran también a los que no participan en él. Mi posición es cada vez más difícil.
– Interpretas mal los hechos – dijo el sacerdote – La sentencia no se pronuncia de una vez, el procedimiento se va convirtiendo lentamente en sentencia.
– Así es, entonces – dijo K, y agachó la cabeza”.
9. El mercader de Venecia | William Shakespeare
“Porcia: Te pertenece una libra de carne de ese mercader: la ley te la da y el tribunal te la adjudica.
Shylock: ¡Rectísimo juez!
Porcia: Y podéis cortar esa carne de su pecho. La ley lo permite y el tribunal os lo autoriza.
Shylock: ¡Doctísimo juez! ¡He ahí una sentencia! ¡Vamos, preparaos!
Porcia: Detente un instante; hay todavía alguna otra cosa que decir. Este pagaré no te concede una gota de sangre. Las palabras formales son estas: una libra de carne. Toma, pues, lo que te concede el documento; toma tu libra de carne. Pero si al cortarla te ocurre verter una gota de sangre cristiana, tus tierras y tus bienes, según las leyes de Venecia, serán confiscadas en beneficio del Estado de Venecia.
Graciano: ¡Oh, juez íntegro! ¡Adviértelo, judío! ¡Oh, recto juez!
Shylock: ¿Es ésta la ley?
Porcia: Verás tú mismo el texto; pues, ya que pides justicia, ten por seguro que la obtendrás, más de lo que deseas”.
10. Don Quijote de la Mancha | Miguel de Cervantes
“Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”.
11. Los cuadernos de don Rigoberto | Mario Vargas Llosa
“Mi éxito como legalista ha derivado de esa comprobación —que el derecho es una técnica amoral que sirve al cínico que mejor la domina— y de mi descubrimiento, también precoz, de que en nuestro país (¿en todos los países?) el sistema legal es una telaraña de contradicciones en la que a cada ley o disposición con fuerza de ley se puede oponer otra u otras que la rectifican y anulan. Por eso, todos estamos aquí siempre vulnerando alguna ley y delinquiendo de algún modo contra el orden (en realidad, el caos) legal. Gracias a ese dédalo usted se subdivide, multiplica, reproduce y reengendra, vertiginosamente. Y, gracias a ello, vivimos los abogados y algunos —mea culpa— prosperamos”.
12. Crimen y castigo | Fiódor Dostoyevski
“¿Quieres que vaya a presidio, Sonia? – preguntó con acento sombrío- ¿Pretendes que vaya a presentarme a la justicia? […] No seas niña, Sonia – respondió dulcemente Rascolnikof-. ¿Quién es esa gente para juzgar mi crimen? ¿Qué podría decirles? Su autoridad es pura ilusión. Dan muerte a miles de hombres y ven en ello un mérito. Son unos bribones y unos cobardes, Sonia… No iré ¿Qué quiere que les diga? ¿Qué he escondido el dinero debajo de una piedra por no atreverme a quedármelo? –Y añadió, sonriendo amargamente-: Se burlarán de mí. Dirían que soy un imbécil al no haber sabido aprovecharme. Un imbécil y un cobarde. No comprenderían nada, Sonia, absolutamente nada. Son incapaces de comprender. ¿Para que ir? No, no iré. No seas niña Sonia”.
13. La pequeña Dorrit | Charles Dickens
“-Una tarde, mi esposa y yo nos paseábamos como dos buenos amigos por el acantilado que domina el mar y ella tuvo la desdichada idea de aludir a sus parientes. Debo añadir que sus parientes eran unos indeseables que siempre la estaban excitando contra mí. Intenté razonar con ella y le reproché que se dejara influenciar en contra de su esposo. La señora Rigaud replicó airadamente. Yo también. Ella se acaloró y yo me acaloré también y la insulté. Reconozco que le dije unas cuantas cosas bastante irritantes. Finalmente, la señora Rigaud, en un rapto de furor que no dejará nunca de deplorar, se lanzó contra mí lanzando gritos de rabia, me rasgó el traje, me arrancó algunos cabellos y finalmente se lanzó al vacío, creyendo sin duda que lo hacía contra mí. Por desgracia se destrozó el cráneo contra las rocas del fondo del acantilado. Esta es la serie de hechos que la calumnia ha querido torcer para hacer creer a los jueces que se trata de un intento mío de obligar a la señora Rigaud a renunciar a sus derechos y que según dicen acabó con la violencia ante su negativa. En fin: dicen que la asesiné.
Es un asunto muy enojoso -exclamó el italiano.
-¿Qué quieres decir?
-¡Están tan cargados de prejuicios los jueces y los tribunales! -añadió con prudencia Cavalleto.
-¡Bueno! -exclamó el otro lanzando un juramento-. Que hagan lo que les venga en gana.
-Es lo que harán, sin duda –murmuró Juan Bautista en voz baja.”