Descargue en PDF el libro «Memorias de un juez» de Domingo García Rada

Estimados colegas, compartimos con ustedes el PDF Memorias de un juez, de Domingo García Rada, publicado en el año 1978, cuya versión en formato PDF puede descargarse en la página del profesor Domingo García Belaunde.

Así, para que se hagan una idea de lo que trae el libro les alcanzamos el prólogo y luego el enlace de descarga que obra en la página del profesor Domingo García Belaunde.


A MANERA DE PROLOGO

En setiembre de 1959, próximo a cumplir treinta años de servicios prestados íntegramente en el Poder Judicial y ocupando el más alto cargo en la administración de justicia, pues dos años antes el Congreso Nacional me había elegido Vocal de la Corte Suprema de la República, di comienzo a estos recuerdos de la carrera judicial, de los años de mi vida dedicados a servir a la justicia desde el puesto de amanuense hasta discernirla en el Supremo Tribunal.

Mi intención primera era relatar todo aquello que podía ser de interés para las futuras generaciones de abogados y de esa manera contribuir a su formación. Redacté los capítulos en que contaba los primeros años de mi carrera, el ingreso al Poder Judicial juntamente con el inicio en la vida universitaria. El intenso trabajo judicial ocasionó la paralización de estas Memorias.

Pero habiendo sufrido el despojo de mi sillón supremo por acción de un gobierno revolucionario, lo que era el deseo se ha convertido en obligación. Se ha ampliado mi propósito, pues además de mi vida judicial, creo deber contar todo aquello en que he intervenido personalmente, que explica el proceder del gobierno y el motivo del despojo.

Digo que constituye una obligación porque el Decreto-Ley 18060 que reorganiza el Poder Judicial, se fundamenta en la necesidad de moralizar a la institución, empezando por la Suprema, para lo cual removían a los vocales elegidos constitucionalmente por otros nombrados al margen de toda ley. Implícitamente tal considerando significa que quienes ocupábamos las vocalías supremas carecíamos de idoneidad moral para tales cargos; posteriormente, el General Velasco habló de sujetos incapaces. En defensa de ese patrimonio moral, el más valioso que tengo y que transmitiré a mis hijos sin mácula alguna, continué estas Memorias.

También es obligación para con el Perú, a fin de que las futuras generaciones de abogados conozcan la verdad íntegra, no a medias, que es la que dan los diarios “parametrados”. La media verdad no es verdad, pero es la única que el dictador Velasco y sus seguidores han esgrimido. Con mentiras no se construye un nuevo Perú ni se forma un hombre nuevo.

Por otra parte pienso que el historiador del siglo XXI que continúe la monumental obra de Jorge Basadre, necesitaría contar todos los elementos de juicio necesarios para el estudio e interpretación de esta etapa de la vida peruana y tales elementos sólo pueden ser proporcionados por quienes fueron actores de ella, sea como despojadores o como despojados, lis demás recordar que los primeros se han esforzado por ofrecer muchos elementos de juicio —unos falsos y otros verdaderos— para explicar y justificar su proceder, aun publicando libros notoriamente tendenciosos. En cambio los despojados —que no sepa— se han limitado a sufrir con dignidad la afrenta y confiar serenos en el juicio de la historia. Pero este juicio requiere de elementos necesarios para su formulación y si no se le proporcionan puede resultar incompleto o inexacto.

Triste destino el mío: dedicar cuarenta años de mi vida para discernir justicia en forma que a menudo llegaba a la obsesión y acabar siendo víctima de una tremenda injusticia.

Divido estas Memorias en tres partes. En la primera me ocupo de mi infancia, de mi vida universitaria, como alumno primero, como docente más tarde. Dedico unas páginas a las Comisiones Codificadoras en que he intervenido, casi todas por designación de la Corte Suprema. El último capítulo de esta primera parte lo dedico a la Presidencia de Fernando Belaunde Terry. Justifico el ocuparme de un tema de claras implicancias políticas, para demostrar el peligro de mezclar la política con la carrera judicial y probar que pese al estrecho parentesco, la amistad y el gran aprecio que le tenía al Presidente, sin embargo mantuve total independencia con el poder político.

En la segunda parte de estas Memorias trato de mi carrera judicial, desde el ingreso a la Corte Superior como amanuense hasta pertenecer a la propia Corte Superior como Vocal. Como Juez del Tercer Juzgado de Instrucción y más tarde en el Tribunal Correccional tuve ocasión de instruir y juzgar delitos, lo que relato en forma suscinta. De modo especial me ocupo del Habeas Corpus interpuesto por el doctor Bustamante y Rivero ante el Segundo Tribunal Correccional que presidía,

Al relatar los casos más interesantes en que he intervenido como Juez en sus diversas instancias durante los 25 años en que discerní justicia, omito los nombres de los culpables o menciono sólo iniciales. Lo hago en atención a la dignidad la persona humana, pues considero que habiendo sido sancionado el delito que cometieron, la sociedad se encuentra en paz con ellos. No creo tener derecho a recordar nuevamente el acto delictuoso, cuando la justicia ha sido satisfecha y sus autores han ingresado a la etapa final de la readaptación del delincuente.

La tercera parte está destinada íntegramente a relatar los doce años de mi vida pasados en la Corte Suprema, desde la elección por el Congreso de la República hasta el despojo cometido por el gobierno militar.

En esta forma cumplo con el deber que me impuse, de relatar estos cuarenta años de mi vida tan estrechamente vinculados al Poder Judicial.

Como en estas Memorias me refiero a personas que han ocupado puestos de relieve en la Nación, debo aclarar que no enjuicio su gestión política, sino sólo relato mi encuentro con ellos. Mi propósito es ofrecer datos para la historia, no estudiar épocas de la historia patria. Esa es labor de los historiadores, cuyo campo no quiero invadir.

Quienes sufrimos el despojo, el más grave de los muchos cometidos por Velasco, esperamos tranquilos el juicio de la historia, ayudados —ironías del destino— por los errores, deshonestidades y arbitrariedades de la dictadura. El tiempo nos está dando la razón. La tan zarandeada Reforma Judicial se ha empezado en la forma preconizada por quienes ejercimos la presidencia del tribunal supremo.

No puedo concluir estas Memorias sin mencionar a dos personas que en forma decisiva han tenido parte importante en ella.

La primera es el eminente historiador, mi maestro y amigo dilecto Jorge Basadre, quien hace varios meses me pidió que publicara en la revista de la Facultad, un artículo relatando mi entrevista con Odría, con ocasión del Habeas Corpus del doctor Bustamante. Consideraba que habiendo transcurrido más de veinte años, eran datos que debían servir a la historia y yo era el llamado a proporcionarlos. Al contarle que había empezado a escribir, contando mi vida judicial, me instó a continuarla relatando lo referente a Velasco, pues el destino había querido que tuviera entrevistas con dos Presidentes del Perú —creo que sin mayor entusiasmo— y darme su opinión sobre su eventual publicación.

Concluidas estas Memorias las dejé en su casa, esperando recogerlas a la vuelta de varios meses; pero con gran sorpresa mía a los ocho días devolvía los originales, llevándolos personalmente a mi casa, y a mi pregunta sobre si valía la pena publicarlas, me contestó: —Por supuesto y pronto. La opinión de este gran maestro de la historia peruana, va en la carta que me escribió, para mí sumamente honrosa, que reproduzco, con su autorización, aunque no estaba destinada a la publicidad.

La segunda persona es mi hijo Domingo que con filial entusiasmo me ha instado en forma reiterada, para que redacte estas Memorias a fin de que mañana, cuando se estudie la denominada Revolución Peruana, se cuente con elementos de juicio para enjuiciar la farsa llamada Reforma Judicial de diciembre de 1969. Su ayuda ha sido decisiva en correcciones, anotaciones y datos históricos y es posible que sin ella, no hubiera podido dar término a mi propósito.

En otro orden de cosas, pero con igual eficacia, me han proporcionado inestimable ayuda Federico Prieto Celi, que en la programación de la obra, me ha dado valiosas y atinadas sugerencias que enriquecen el trabajo y ha puesto entusiasmo y eficiencia en el aspecto, tan delicado, de una publicación, Enrique Lulli, de Editorial Andina, a quien debo agradecimiento por las facilidades múltiples que me ha dado para la impresión y publicación ya que sin ellas las Memorias continuarían inéditas; y, finalmente, mi hijo Víctor Andrés, que con entusiasmo y cariño me ha prestado colaboración muy eficiente, permitiendo que mis recuerdos se conviertan en este libro.

A todos ellos les debo el haber culminado mi propósito de publicar estas Memorias, pues cada uno ha sido factor decisivo en su cumplimiento. Para ellos mi profunda gratitud.

San Isidro, diciembre de 1976

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