En enero de este año un adolescente de 12 años de edad fue atropellado y perdió la vida en Trujillo, cuando practicaba ciclismo en las afueras de la ciudad norteña. El menor no iba solo, estaba acompañado de su padre y otras personas más. Todos ellos también ciclistas. La causa del atropello al parecer fue el exceso de velocidad y la imprudencia de un conductor que realizaba transporte público de pasajeros sin la autorización respectiva.
El temor de ser atropellado, por parte de un mal conductor en el Perú es una constante en la vida de los peruanos y peruanas que a diario tienen que desplazarse de un lugar a otro para ir a trabajar, estudiar o, simplemente, practicar un deporte como es el ciclismo. Nuestro país que tan alegre y amablemente invita a todo el mundo entero a conocer nuestra riqueza cultural y gastronómica, no repara en este problema del transporte (el denominado: «caos vehicular»). Y como resultará obvio, los turistas no pondrán en duda la belleza de nuestras ruinas, santuarios, monasterios y, por supuesto, de nuestra deliciosa gastronomía. Pero sí lo harán respecto a lo pésimo que manejan los conductores de este país.
El problema del transporte no se reduce a tocar el claxon innecesariamente, recoger o dejar pasajeros en vías no autorizadas, estacionarse en una zona no permitida (por ejemplo: una ciclovía). Tampoco en los constantes atropellos y accidentes de tránsito que ocurren a diario. Al parecer el problema es más complejo, y tiene más un fondo de carácter social que jurídico. En la idiosincrasia del chofer peruano, seguir las normas de tránsito no es una virtud, sino más bien es una debilidad. Así, entonces, la “pendejada” (palabra más exacta que «criollada»), resulta más valorada que el cumplir el código de tránsito. Y el que maneja según las reglas de tránsito termina siendo una excepción o es visto por los demás conductores como un tonto. Sin embargo, cualquier persona razonable opinará lo contrario. Quien maneja al margen de las normas de tránsito, es alguien peor que un tonto, es una persona irresponsable que expone su propia vida y la de los demás. Provocando consecuencias fatales, tales como la muerte del menor que señalamos al inicio de esta columna.
Volviendo a las impresiones del turista que visita nuestro país, a él también le causará asombro la ineficacia del Estado Peruano para resolver este problema que por cierto no es nuevo ni aislado, al menos si lo vemos desde el punto de vista de las altas cifras de accidentes de tránsito y la consecuente pérdida de vidas humanas. Y no hablemos de los medios de comunicación que a diario nos informan sobre «pistas teñidas de sangre».
Al final el turista retornará a su país de origen, y posiblemente su experiencia con los conductores peruanos solo quede como una mala experiencia que no merezca mayor comentario. Sin embargo, 30 millones de peruanos continuarán con el temor de ser atropellados a la hora de cruzar las calles o manejar bicicleta. Nos preguntamos, ¿estos millones de peruanos harán algo al respecto o sólo se limitarán a lanzar la vieja frase de siempre: «así somos los peruanos»?