Sucede que desde antaño el conflicto nace entre seres humanos, entre pueblos compartiendo espacios, tiempos, relaciones humanas o amistades comunes
El camino de la paz no es ciertamente sencillo ni rápido de transitar en la vida humana. Es quizás más lento y difícil que el sendero abierto del conflicto, ensanchándose muy rápido, una veloz avalancha que arrastra con una velocidad inusitada a las dos personas o grupos que se enfrentan al final oscuro, donde uno gana y el otro pierde o quizás los dos pueden perecer al mismo tiempo.
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Es que la Paz tiene varias fases, empezando por la interna, que se resuelve dentro de uno y significa estar en armonía consigo mismo, hasta aquella paz en la que debemos compartir con los demás a nuestro alrededor, una forma colectiva de transitar por el mismo camino, respetando mutuamente los derechos, las formas de ver el mundo, de vestir, las culturas, las opciones ajenas. Todo eso parte de la tolerancia, la empatía, el aprender a escuchar y sobre todo dominar nuestras emociones.
El conflicto surge más fácilmente, esencialmente porque la mayoría de los seres humanos, no transitamos muchas veces por el mismo camino de comprensión y calma, lo que nos significaría ahorrar tiempo, dinero y preservar la salud.
Frente a dicho sendero del conflicto, incendiando por doquier diversos ámbitos de nuestra vida, surgió la conciliación, que se deriva del latín “Conciliare”, que significa componer, como una forma de poder ayudar a resolver un conflicto entre dos personas con la participación de un tercero, quien va a tratar, utilizando sus dones, carismas, sabiduría y habilidades comunicativas de acercar a las partes en forma armónica y muy inteligente hacia una fórmula de solución que pueda definir la forma de resolver el conflicto que tanto les agobia a ellos como como a sus familias.
Este camino orientado a la solución de los conflictos no aparece y empieza a difundirse como muchos creen equivocadamente solo con la Ley de Conciliación de 1997, pues en realidad el concepto existe en la conciencia de la humanidad desde sus albores, cuando en la comunidad andina la raíz aun viva del Tahuantinsuyo se buscaba la armonía como base de convivencia diaria, pues el conflicto no era deseado, como no lo es una pandemia que perjudica, envenena y contagia a todos los integrantes del grupo, rompiendo con la armonía que se apreciaba como bien supremo en las sociedades de entonces y también ahora.
Las dimensiones para vivenciar la paz eran: la del sujeto consigo mismo, la de este con los demás integrantes del grupo y la de todos con la madre tierra o naturaleza. Era un todo, porque cuando una de estas dimensiones no estaba en armonía alteraba a las otras también y eso no era bueno para la comunidad. Porque nada en desequilibrio en el mundo material y espiritual da buenos frutos como reza un proverbio budista. Apliquemos ello a la paz verdadera con cada mensaje verbal, paraverbal, con cada acción, con cada sonrisa y hasta con cada silencio oportuno, pues muchas veces callar demuestra gran sabiduría.