La relación entre César Vallejo y la justicia es cercana, como la melancolía y el verso en la obra del poeta de la triste figura. Los conocedores del artista de Santiago de Chuco sabrán las cuitas de su estadía en la cárcel, pero son pocos los que conocen su desempeño como juez de paz.
El nostálgico autor estuvo 112 días en la cárcel, plazo que significó, en sus propias palabras, “el momento más grave de [su] vida”. Hay que tener en cuenta que el encierro es una experiencia terrible, pero que debe multiplicarse ante la sensibilidad tan desarrollada del vate.
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Vallejo tenía 28 años el 26 de febrero de 1921, cuando sucedió lo que se sigue considerando como una arbitrariedad. Se le imputó haber participado en una revuelta, azuzándola con los argumentos convincentes propios de un hombre que se gana la vida escribiendo.
Referencias judiciales
Pero el proceso judicial no era ajeno a su vida. Los términos legales lo acompañaban desde chico, incluso antes de la aparición de las musas literarias. Su padre, Francisco de Paula Vallejo, era dueño de terrenos y tramitador de asuntos ligados a la ley. Todo sin tener un título que lo acreditara como estudioso de la materia.
A Francisco lo conocemos por este ejercicio profesional, pero también por sus menciones en poemas como Los pasos lejanos, Enereída y Poema XXVIII. En el primer texto, el poeta introduce a su figura paterna haciendo honor a su reputación melancólica.
Mi padre duerme. Su semblante augusto
figura un apacible corazón;
está ahora tan dulce…
si hay algo en él de amargo, seré yo.
La relación con el padre fue fundamental para que Vallejo eligiera la Facultad de Letras y posteriormente la de Jurisprudencia en la Universidad Nacional de Trujillo. En 1910 comienza a estudiar, pero tiene que detener el sueño por problemas económicos.
La crisis lo lleva a pasar un tiempo en Quiruvilca, donde trabajó como minero y se influenció lo suficiente para escribir El tungsteno. Pero también fue donde ejerció por primera vez el derecho.
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La ley en Quiruvilca
El doctor Javier Delgado Benites, una autoridad sobre la bibliografía del poeta, ha investigado el rol de Vallejo en la justicia y nos recuerda que sus pininos fueron en esta localidad de La Libertad.
Según el especialista, la versatilidad del autor no pasaba desapercibida y el juez de paz de la localidad, Eleodoro Ayllón, notó muy pronto la particular forma en la que César entendía las conversaciones. Entonces, descubrió que, si bien estaba frente a un estudiante que acababa de ingresar a las aulas, Vallejo se había forjado al amparo de las prácticas con el padre.
El juez le dio un trabajo como auxiliar, en el que aprovechó al poeta universal en la redacción de escritos que seguro tenían más ritmo y gracia de lo normal. Ayllón admiraba que su aprendiz estuviera tan empapado con el fenómeno de la justicia y lo motivó a no dejar de estudiar.
La estadía de Vallejo en Quiruvilca no fue necesariamente larga. Se llevó la confirmación de que la ley era un estilo de vida que podría ejecutar con solvencia, así como el núcleo creativo para libros como el ya mencionado o poemas como Los mineros salieron de la mina.
Vallejo, juez de paz
Si revisamos la historia, 1916 fue un año agitado para el poeta.
Se hizo un miembro destacado de ese escuadrón de intelectuales conocido como La Bohemia de Trujillo, que luego serían reconocidos por todo el mundo como el Grupo El Norte. Entre ellos estaban Víctor Raúl Haya de la Torre, Oscar Imaña, José Félix de la Puente, Alcides Spelucín, Carlos Valderrama, José Eulogio Garrido, Eloy Espinoza, entre otros.
Ese mismo año se enamoró de María Rosa Sandoval, una mujer que afianzó la depresión de un hombre que ahora todos identificamos con la aflicción. Un amor que motivó versos crudos y que fue bastante consciente de la responsabilidad afectiva. Alejándose cuando la tuberculosis la estaba matando y así no hacerle más daño al peruano ilustre.
También en 1916, durante el 6 de diciembre, el vate fue designado juez de paz de primera nominación en Trujillo. La documentación al respecto fue difícil de encontrar en su momento y el propio Javier Delgado, con contactos y referentes, sufrió para hallar pruebas de este hecho que ensalza tanto al artista como al cargo. Hablamos del 2012, cuando publicó la investigación titulada César Vallejo: juez de paz.
Con el pasar de los años, el Poder Judicial ha realizado diferentes muestras y exposiciones como desagravio al injusto encierro del rapsoda. En estos eventos, se exhibió el acta de su nombramiento como juez de paz de primera nominación del Tribunal Correccional de Trujillo en 1916-1917.
Otra documentación importante y que evidencia este suceso es el libro de Acuerdos del 27 de Abril de 1915 al 06 de Abril de 1918. Dicho texto se encuentra actualmente en la Sala de Exhibición Histórica de La Corte Superior de Justicia de La Libertad.
Y si bien no es un texto oficial, el diario La Reforma, en su edición del 20 de diciembre, registra las palabras que sirvieron para justificar la decisión de su nombramiento y honrar al personaje en cuestión.
Por ser alumno distinguido de la Facultad de Jurisprudencia y el hecho de haber colaborado con su padre en las actividades de defensor de pleitos…
Sobre los casos específicos en los que intervino, se sabe poco. Discusiones entre parejas, familias y temas relacionados a niños son algunos de esos casos. Pero resulta emocionante, tanto para los amantes de la historia y el derecho, confirmar que Vallejo fue un hombre que se enamoró de la belleza de la palabra y de la justicia.
El perdón y el tributo
Y como una retribución atemporal o un ejercicio de justicia poética, en el 2007 se volvió a reconocer a Vallejo como juez de paz, aunque ahora de forma simbólica. Esto como uno de los tantos actos de desagravio del Poder Judicial por la injusta detención del poeta.
Francisco Távara, presidente del PJ en aquel entonces, recurrente admirador del poeta y amante de la literatura, calificó estas ceremonias de disculpa como una celebración de justicia a la vida de Vallejo y un homenaje a la justicia misma.
Este acto es el más rotundo y el más profundo y sensible, aquel que se hubiera adjuntado en el expediente Vallejo. Que sea sin embargo, en su sincero simbolismo y hondura el que restablezca toda la dignidad del poeta frente a los hechos penales que le fueron injustamente imputados.
En otra oportunidad, la máxima autoridad de la institución afirmó que el autor de Los Heraldos Negros no sólo conoció la injusticia literaria de su época, sino también la injusticia de un servicio judicial. Y hay más sentidas frases dedicadas al Triste.
Pero volvamos al propio César. Se le otorgó la medalla distintiva y honoraria de Juez de Paz al sobrino nieto del poeta y representante del Centro Cultural César Vallejo de la Universidad Alas Peruanas, Osvaldo Vásquez Serna. Como representante de semejante familiar, se mostró a la altura.
Él, hablándole al “hermano de su abuela”, miró al cielo y cerró la ceremonia con estas palabras:
Después de 112 días de estar encarcelado injustamente, recibes este desagravio gracias al señor Presidente y a los miembros del Consejo Ejecutivo del Poder Judicial. Este desagravio no debe significar enfrentamiento, sino que la justicia llega.