Uno de los casos más célebres, por tener como imputado a nuestro poeta universal, y uno de los más debatidos, no necesariamente por sus entuertos procesales que pudieran generar alturadas discusiones sobre oscuridades o vacíos legales, o porque comprometiera la aplicación controversial de la normatividad de la época, debiera ser el proceso judicial que envió a prisión a César Vallejo.
No solo en las clases de derecho sino también en las de humanidades, sobre todo en estas últimas. Pues si bien es cierto que fue liberado luego de purgar prisión más de tres meses en Trujillo, parece que el proceso estaba lejos de concluir; la orden de excarcelación incluía una disposición para que la fiscalía lo volviera a investigar, reavivando así la inquina de sus perseguidores.
En consecuencia, el vate tuvo que huir prácticamente hacia Europa de donde nunca más volvió. Los dedos que movieron los hilos de ese abuso procesal del más alto nivel, vale decir, aún están vigentes en nuestro sistema judicial de hoy en día.
No como en otros casos judiciales cuyos expedientes se extravían solo al paso de unas cuantas décadas, al respecto de este, existen suficientes pruebas documentales para enmarcarnos con suficiencia procesal y así hurgar en su casuística. Y si hay, también, un libro que resume hasta enciclopédicamente hechos escasamente conocidos, incluso por especialistas del poeta liberteño, ese es “Vallejo en los infiernos” de Eduardo Gonzáles Viaña, al que denominé frente a su autor “vallejopedia” cuando tuve el privilegio de presentarlo en Piura el año 2015.
El título hace referencia al lugar de reclusión, una carceleta lúgubre gobernada por un asesino, prácticamente un salvaje autómata, que tenía expresa orden de asesinar al poeta. Y en sus páginas confluyen junto al trasfondo poético creativo, azuzado por el injusto encarcelamiento, resoluciones y disposiciones de los jueces, solicitudes de las partes procesales, así como recursos de apelación y denuncias, y hasta el auto de libertad de César Vallejo.
Para escribirlo, pues, Gonzáles Viaña en posición exclusiva y privilegiada para envidia de “vallejistas” y profanos, sin mencionar documentos de puño y letra del vate que solo él conserva, llegó a entrevistar a sus cófrades más cercanos, sobre todo al filósofo Antenor Orrego, la mano amiga hacia el exilio, y todavía más, conoció y consiguió íntimas declaraciones de alguna de sus musas ya en senectud, de quien el poeta se enamorara tierna y afligidamente. “Pero yo siento a Dios… mustia un dulce desdén de enamorado, debe dolerle mucho el corazón.”
Pongámonos, entonces, en autos: César Vallejo que había tenido que emigrar obligatoriamente para estudiar y trabajar, desde Santiago de Chuco hacia Lima y Trujillo, capitales del país y de departamento respectivamente, por un centralismo que ya en el primer siglo de la República enraizaba tentáculos que hasta el día de hoy recrudecen, regresaba al terruño cada vez que sus obligaciones académico-laborales, se lo facilitaran y lo urgiera la melancolía, “Hermano, hoy estoy en el apoyo de la casa, ¡dónde nos haces una falta sin fondo! Me acuerdo que jugábamos a esta hora, y que mamá nos acariciaba: “Pero, hijos…” Y fue en uno de aquellos viajes, que coincidió con las celebraciones del patrono Apóstol Santiago, que retornó para luego irse exiliado de nosotros para siempre.
El inicio de su drama carcelario-judicial, tiene como responsable unívoco a un viejo conocido y diremos, también, a un viejo prototipo: la encarnación maloliente del sujeto nombrado a dedo del que nunca hemos dejado de padecer, un alférez de la Marina de apellido Du Bois, designado desde la capital para comandar una gendarmería de provincia, concediéndosele en el acto las ínfulas del bendecido sobre los demás mortales. Vallejo, primero de niño, y luego cuando ya jovencito trabajó como asistente de juzgado, había sido testigo cómo el personajillo fácilmente propendía al crimen del que siempre salía bien librado: desde el trato inhumano que infligía a los comuneros en las minas de Quiruvilca hasta la violación y asesinato de una pastorcita y del hermano de esta por haber presenciado la bestialidad. Pero de donde nadie lo movía era de su enquistado puesto esclavista, sacramentado por una oficialidad complaciente.
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Coincide, pues, César Vallejo, en aquel viaje motivado por su fibra melancólica, con una patraña urdida entre Du Bois y un recientemente defenestrado subprefecto, Carlos Santa María. Santa María, quien es mayordomo ese año de las celebraciones en honor al apóstol Santiago organiza, en forma privada, una recepción en honor del alférez, para pedirle le dé una manito en un boicot contra el nuevo subprefecto Ladislao Meza, nombrado recientemente en su reemplazo.
El presidente Augusto B. Leguía al asumir mando, con bríos que solo duraron lo que duran los expeditivos resplandores de una asunción, ordenó la prevalencia de la gente del pueblo en los cargos institucionales, y Santa María al ser una víctima de esa inconsulta disposición política no iba a tranquilizarse gracias a su resignación. Du Bois, previa negociación harto onerosa, le prometió un pelotón de gendarmes debidamente armados para tramar un alzamiento de protesta con pretexto de salarios bajos o impagos, los que generando luego una simulación de subversión derrocarían a la autoridad viva o muerta.
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¿En qué momento se ve implicado nuestro poeta en el embrollo? Aquí el libro de Gonzáles Viaña, se torna anticanónico en relación con la personalidad y figura consabidas de Vallejo. Dejando de lado su eterna figura almidonada y entristecida que todos le sabemos, y al desatarse los disparos de los rebeldes por doquier, el poeta a paso seguro acompañado de su hermano y de tres ciudadanos va a darle al encuentro al subprefecto que se dirige a la plaza para restablecer el orden: todos desarmados.
El objetivo de Du Bois: acercar al subprefecto lo más que se pudiera a la mira de sus francotiradores, y luego sin indecisiones arremeter en el blanco así cayeran junto a él otros tantos. Después Du Bois, personalmente, se encargaría de justificar las muertes a causa de una rebelión de los vecinos y del subprefecto Ladislao Meza, de la que él heroicamente se ha hecho cargo.
Pero no le resultó la patraña: Antonio Ciudad, uno de los valientes vecinos que formaba el séquito de decencia, al darse cuenta de que los gendarmes ya apuntaban en el blanco previo al descerraje, se posiciona raudamente frente a la autoridad salvándola, pues justo a él un certero fogonazo lo alcanza decapitándolo. Du Bois no encuentra, entonces, mejor oportunidad para dar la orden del disparo a mansalva en contra de todos los sobrevivientes. Sin embargo, los gendarmes son abatidos por una andanada certera, imprevista, de disparos de origen desconocido.
Otro vecino, Pedro Losada, a quien llamaban “el negro”, en actitud bravía, despojando a un gendarme de su arma, ha arremetido contra la pandilla delincuencial, abatiéndola exitosamente, salvando la vida del grupo de ciudadanos ejemplares y del gran poeta para la posteridad.
En el libro, entonces otra vez, se nos vuelve a describir una personalidad de César Vallejo impredecible y pasmosa según lo conocíamos siempre por famélico y meditabundo: corre detrás de Du Bois, quien ante el fracaso de la patraña, se apura a la casa de Santa María para reclamar el pago prometido a pesar de su fallida empresa.
El poeta sube a techos y se interna hasta en medio de las llamas de un incendio, infructuosamente. El Alférez logra huir, luego de rebuscar en las habitaciones de la casa de Santa María, con ánimos voraces de aumentar el pago insatisfactorio que cree no se merece.
He aquí algunos folios del expediente que se generó por dicha causa.
1. Resolución del juez instructor Martínez Céspedes
Este es el primer Juez que se encarga del proceso y es quien procede denunciando a los responsables de las ilicitudes concertadas; estado procesal que es interrumpido luego por el nombramiento a dedo de un juez Ad-hoc. La resolución de órdenes fallidas dice literalmente lo siguiente:
Resultando de lo actuado, motivos fundados para suponer que el Alférez Carlos Du Bois, los cabos César Pereira, Jesús Mendoza, Sargento Luis Bardales y gendarme Fernando Calderón, son responsables de los delitos que se juzgan, estando a lo dispuesto en el artículo sesentidós del Código de Procedimientos en Materia Criminal, decrétese la detención definitiva de los referidos acusados, para cuya captura se oficiará al Subprefecto.
2. Nombramiento de un juez Ad-hoc
Ante la solicitud del abogado de Carlos Santa María, Dr. Saniel Chávarri, el Tribunal Correccional de La Libertad de Trujillo, en uso de la facultad que le confiere el art. 44 del Código de Enjuiciamiento en Materia Criminal, nombró Juez Ad-hoc al Dr. Elías Iturri Luna Victoria, que con fecha 16 de agosto de 1920 acepta el cargo y ofrece viajar de inmediato a Santiago de Chuco para cumplir con la mayor puntualidad el encargo conferido por el Tribunal Correccional de Trujillo.
3. Auto Ampliatorio del juez Ad-hoc
En un viraje sorprendente, los testigos se convierten ahora en acusados:
En efecto, con fecha 24 de agosto de 1920 el Juez Ad-hoc, amplía la instrucción contra Héctor Vásquez, Vicente Jiménez, César Vallejo, Manuel Vallejo… y Pedro Losada…
4. Denuncia del Fiscal Promotor ante el Tribunal Correccional
El fiscal promotor, debe entenderse quien promovió la investigación, de nombre Rodolfo Ortega dirige una denuncia ante el Tribunal Correccional, el que conocerá la orden de detención de César Vallejo en segunda instancia, y lo que literalmente manifestó fue:
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Que, en el proceso, por varios delitos, ante el Juez Instructor Ad-hoc, Sr. Dr. Elías Iturri, el suscrito actuó como Promotor Fiscal y asistió a la mayor parte de las diligencias, pero la vista fiscal, emitida como tal, no la firmé.
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Los interesados han falsificado mi firma y falseado el mérito del informe.
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Protesto enérgicamente por la falsificación que se ha hecho y espero que el Tribunal tenga presente este hecho escandaloso para los fines del proceso aludido.
5. Denuncia de Actuario vía escritura pública
Víctor M. Guerrero, considerado como actuario que ha dado fe a todas las diligencias procesales, mediante escritura pública, ante el notario de Trujillo Gerardo Chávez, literalmente declara:
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Fui a Santiago de Chuco en calidad de amigo del Dr. Elías Iturri, y no encontrando este señor persona de confianza, me nombró actuario en la instrucción por incendio del establecimiento de los señores Santa María y otros delitos, a pesar de haberle hecho presente ninguna versación en asuntos judiciales.
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Declaro que yo no he intervenido en ninguna diligencia, como actuario del proceso referido, pues a veces he entrado y he salido del juzgado únicamente como amigo del Dr. Iturri, sin intervención en las diligencias que él practicaba.
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Declaro que este documento lo firmo en honor a la verdad y en defensa de mi reputación.
6. Fundamentos de César Vallejo en su recurso de queja por detención arbitraria
He aquí un resumen del recurso de queja del poeta ante el Tribunal Correccional de Trujillo para lograr su libertad:
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César Vallejo, detenido en la cárcel, por los sucesos de Santiago de Chuco, con el debido respeto, expone: que el Tribunal Correccional no ha tenido todavía oportunidad de examinar este proceso; pero, estamos seguro de que cuando lo estudie, adquirirá la convicción de que ha sido generado por las pasiones políticas, prontas a las calumnias i a otras manifestaciones de la delincuencia, cuando falta en sus agentes el elemento morigerado de la honradez moral.
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[…] Felizmente, estamos conformados de muy distinta manera, pues hemos nacido no para mal, y es prueba de esto nuestra vida regida siempre por los austeros principios de la justicia y el respeto al derecho ajeno.
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No ha llegado para nosotros tampoco, la oportunidad de ocuparnos detenidamente de aquella instrucción y de poner de manifiesto no sólo las incorrecciones, sino las infracciones de la ley que se han cometido en su actuación.
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Pero por ahora, y aun cuando al auto de detención no se nos ha comunicado en ninguna forma desde que fuimos presos, y por tal motivo es perfectamente la queja por detención arbitraria, de cuyo recurso hicimos uso ante el Tribunal Correccional…
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Solicitamos nuestra libertad condicional, y subsidiariamente, bajo fianza; y para conseguirlo, se ha de servir el Tribunal Correccional tomar en cuenta las siguientes consideraciones estrictamente legales:
a. Basta recordar que el asalto de la casa de los señores Santa María se realizó por una muchedumbre, que no hizo otra cosa sino protestar de la muerte que la tropa sublevada dio al honrado vecino de Santiago de Chuco, señor Antonio Ciudad…
b. Y ni cabe decir que esa muchedumbre realizó el asalto, porque de autos consta que a esa casa penetró únicamente el Subprefecto y las personas que él designó; y, que no se faltó a nadie y menos se cometieron actos de violencia con sus moradores.
c. En un suceso o acontecimiento de esta índole y con tales características, no sólo es difícil, sino imposible, señalar individualmente a los autores de los delitos denunciados por Santa María, delitos, que, por otra parte, no se cometieron y que se inventaron únicamente con un fin preconcebido: el de perdernos para alejarnos de Santiago de Chuco, de la acción de la política en esa provincia.
d. Tenemos conocimiento que los testigos a quienes se apeló por parte de los denunciantes, han incurrido en tan notables contradicciones, que sus testimonios no pueden estimarse como verídicos, ni mucho menos.
7. Resolución del Tribunal Correccional
Se dispone lo siguiente ante las denuncias precedentes:
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Abrir instrucción contra el juez Ad-hoc, Dr. Elías Iturri, por el delito de suplantación que se denuncia.
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Pero en cuanto al pedido de la defensa de César Vallejo y otros, para declarar nulo el proceso, se resuelve: SIN LUGAR.
8. Auto de libertad del Tribunal Correccional
Disposiciones resaltantes:
Declararon no haber mérito para la apertura del juicio oral contra… Alférez Carlos Du Bois y los gendarmes…; mandaron, que respecto al acusado César Vallejo, vuelvan los de la materia al Sr. Fiscal para que amplíe la acusación respecto a dicho acusado, por existir en contra las declaraciones de los testigos Baltasar Ravelo, Manuel Ravelo y Gustavo Pinillos del cuaderno corriente, quienes lo sindican como participante en el asalto de las oficinas telegráfica y telefónica; sin perjuicio de ponérsele en libertad en el día por cuanto la pena que le correspondería es solo la de arresto en segundo grado y se encuentra detenido desde el mes de noviembre último.
Operadores de la justicia de la actualidad: unas últimas consideraciones para comprender por qué nuestro poeta se fue al destierro, a morir en París con aguacero, más que por su consabida melancolía y propensión al sufrimiento de las que siempre se le ha acusado, también por las siguientes incivilidades:
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Pedro Losada, quien inesperada y decentemente, desarmó a punta de balazos al corro maloliente y delincuencial dirigido por el Alférez Du Bois, firma una declaración ante el juez Díaz Iturri, con la que declara que fue contratado por el subprefecto Ladislao Meza para incendiar la casa de Santa María, que César Vallejo y Antonio Ciudad le proveyeron del arma para atentar contra la gendarmería y que fue testigo de cómo Antonio Ciudad se suicidó de un certero disparo ¡que le voló la cabeza! Demás está decir, que tal viraje en su manifestación le sirvió al juez Ad-hoc para convertir a los testigos en acusados. ¡Pero si Pedro Losada era analfabeto!
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Cuando fue llamado a reafirmarse de esa declaración ante el Tribunal Correccional en Trujillo, fue conducido a lomo de bestia bajo la vigilancia de dos gendarmes que solo entregaron su cadáver, manifestando haberlo abatido por intento de fuga. ¡Sí, los gendarmes fueron absueltos de cualquier sospecha!
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Cuando César Vallejo aún purgaba prisión, se inauguró en las instalaciones de la penitenciaría de Trujillo la morgue de la ciudad, un representante del Ministro de Justicia y Culto agradeció con seguridad escalofriante a los internos asistentes a la ceremonia, entre ellos el poeta, la futura donación de sus cuerpos a favor de los jóvenes estudiantes de medicina, en pro del desarrollo de la ciencia.
¿Y Du Bois? Sí, logró escapar asesinando. Pues fue aprehendido, luego del incendio de la casa de Santa María, por algunos campesinos al reconocerlo como el alférez maligno de Santiago de Chuco; pero ofreció dinero a su custodio y cuando fue liberado no dudó en descerrajar el disparo traicionero. Luego, desde Lima, fue reasignado a Huamachuco, una provincia más grande en la que vio renacer sus anhelos de depredación y vileza. Allí, organizó intervenciones en pueblos lejanos para cazar esclavos a quienes destinaba a las minas, previo pago sustancioso de acuerdo a sus altas y siempre insatisfechas aspiraciones.
Si encontraba oposición, mataba grupos enteros a mansalva bajo la acusación de rebeldía. Pero un día, como era su costumbre, no repartió equitativamente el botín y fue ajusticiado por alguno de sus compinches. Ni aún con su ajusticiamiento, ni muriendo bajo su propia ley, podemos decir que se le hizo justicia al ciudadano César Abraham Vallejo Mendoza. ¡Hombres de leyes, así como la iglesia recientemente desagravió a Galileo, urge que promovamos el desagravio de nuestro poeta a cargo de la máxima autoridad jurisdiccional o constitucional: es nuestra urgencia moral!
Operadores del derecho, compañeros en las lides de la justicia, no olvidemos tampoco la voz de los justiciables desde cualquier tiempo y proceso, cuando nos claman a través del alma del poeta: “hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Publicada originalmente en LP el: 14 Jul de 2017 @ 16:22
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