El abogaducho de «Caiga quien caiga», por Nicolás Rojas Jurado

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El cine peruano gana un nuevo título en el portafolio de películas de época, después de la Casa Rosada (2016) y la Hora Final (2017); el Perú finisecular, es recreado en la caída del archimanipulador Vladimiro Montesinos Torres (VMT), abogado, sociólogo, militar y ex hombre poderoso tanto o más del dos veces presidente, otro caído. Y aunque existe abundante bibliografía sobre este, y del propio protagonista VMT quien va en su séptima entrega desde la prisión, la obra se basó en la novela de José Carlos Ugaz Sánchez-Moreno (Lima, Planeta 2014), cuyo título le da nombre y cuya actuación, como procurador, ha sido erigida a fuer de amenguar la trama.

Eduardo Guillot, en su opera prima, principia con una escena colectiva de destrucción documentaria, en lo que era una zona de confort del protagonista así como los preparativos de clandestinidad y huida; la trama es de justicia, dixet. La cultura de papel, se muestra además, en el instituto que sirve de soporte al procurador: Ideele, que como la justicia es sotánica y hasta clandestina, para cuyo ingreso se tiene que descender en escalera caracol; cajas de cartón por doquier contienen files personales, donde la comodidad es sacrificada por la asfixiante hemeroteca de revistas empastadas, repetidas en otras escenas; viejos libros como símbolo de sapiencia y base de conocimiento con inmutabilidad de contenidos, contenedora de jurisprudencia en justicia gringa, pero también papel en descomposición.

El Palacio de Justicia es repetitivamente expuesto, erase una vez que cobijaba los juzgados penales en el formato de contacto directo entre operadores y usuarios (también la sede del CAL y todavía el AN, próximo a ser lanzado): la era de la máquina de escribir en su apogeo. El viejo sistema privilegiaba el ser abogado de narcos (de la familia del improbus litigator), muy interiorizado en el formato anterior, lo que daba renombre, soporte y contactos, lo opuesto, esto es el no tenerlos: era ser abogaducho; el nuevo paradigma abriría otra clasificación: el mediático, el escénico, el virtuoso en soft skills. Y sin embargo la década de los noventa contuvo profundos cambios para el derecho, y en muchos casos fue disruptivo, el sistema se renovó casi en su totalidad.

Montesinos, escribe Sally Bowen (Lima, Peisa 2003), era un amante de leyes, decretos y resoluciones, de las exasperantes minucias y del intricado lenguaje que son parte medular de la legislación peruana y de su elefantiásico sistema judicial (sic), tal vez por ello aparece de adorno en el escritorio del procurador; o por la expresión gringa de: elephant in the room, que denota un problema que nadie ve. En el 2005 aparecía la primera edición en español de: Reglas simples para un mundo complejo (Richard A. Epstein), llegaba el nuevo paradigma, en forma de tercera ola, post capitalismo, modernidad, oralidad o fin de ideologías, pero ello es otra historia.

La escena final comprende un tímido intento fallido de corrupción, un dialogo principista entre el procurador y el detenido VMT sentados frente a una mesa, al interior de una celda, el terno versus la camisa, dejando a un lado la participación de la juzgadora que al ingresar acaba la trama, esta ha permanecido marginal a la vieja lucha de buenos contra malos, pese a quien le pese.

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