Abril es un mes en el que han coincidido muchas películas peruanas en la cartelera. Hay alternativas para los fanáticos de la farándula local, los animalistas, los creyentes de las conspiraciones y, obviamente, el público de LP Derecho.
Yana-Wara, la cinta póstuma del puneño Óscar Catacora, codirigida por Tito Catacora, explora cómo la sociedad moldea a la justicia y los fenómenos sociales que el derecho debe considerar en su ejecución. ¿De qué trata la cinta nacional que explora géneros cinematográficos y por qué todos deberían verla?
El adiós de Catacora
Hablar de Yana-Wara nos obliga a subrayar el nombre de su creador y honrar la memoria de Óscar Catacora, director que falleció a los 34 años de edad en noviembre del 2021. Un cineasta que solo necesitó una película para convertirse en un referente de la conversación cinéfila en el Perú.
Wiñaypacha fue la ópera prima del realizador puneño y alcanzó precandidaturas a los premios Oscar y Goya. Con 30 años, estaba elevando los estándares del cine nacional sin contar con los recursos de las productoras más mediáticas e inspiró una nueva ola de cine regional que finalmente se vio reflejada en la conversación masiva.
Por su pronta partida, el director pasa a la historia del cine nacional como una de sus más grandes figuras con apenas una película estrenada y con Yana-Wara en el proceso final de su filmación, un trayecto que fue concluido por su tío Tito con una solvencia artística que debe alegrar a Óscar si está viendo el producto final desde otro plano.
La justicia comunal
Don Evaristo es un octogenario culpado del asesinato de su nieta Yana-Wara, interpretada por una talentosa y natural Luz Diana Mamani. Durante la audiencia de un juicio comunal, el abuelo describe una sucesión de acontecimientos trágicos originados en el abuso sexual que dan pie a hechos turbios e inexplicables. Estos ponen a prueba a los participantes al desdibujar la línea entre la realidad y los mitos ancestrales.
Yana-Wara es, desde el arranque, el retrato de la justicia comunal. Cómo las rondas campesinas y las cabezas de las comunidades resuelven las complejidades del derecho ante la ausencia de las autoridades. ¿Pero es posible que ellos puedan enfrentar la maldad que viene desde los lugares más oscuros del ser humano? ¿O los lugares más oscuros de algo por encima de nosotros?
Hablando solo de lo jurídico, Catacora describe la cotidianidad de la justicia empírica de un pueblo. La captura, el encarcelamiento y el juicio ante una comunidad que tiene el poder absoluto contra aquellos que le han fallado al sistema. Y lo hace con un corte casi documental que encuentra su peso y belleza como pieza de ficción en, por dar solo un ejemplo de lenguaje cinematográfico, su impecable fotografía.
Yana-Wara aborda las complejidades de la justicia popular y te obliga como espectador a contrastar con el sistema legal que conoces, que estudias o en el que convives. Nos invita a cuestionar nuestras propias nociones del derecho a la par que es una dura crítica a la estereotipos de género y la violencia contra las mujeres, así como el abuso impune que puede imperar ante la ausencia del Estado.
El horror como lenguaje cinematográfico
Como relato humano, Catacora entiende bien el horror de la violencia psicológica, familiar y sexual. Sus códigos visuales apelan al cine de terror y permiten que estas sensaciones que acompañan al crimen tengan un peso trascendental en la trama. El trauma y el pánico puede sentirse sobrenatural porque su origen posiblemente lo sea.
Este encuentro entre la sociedad y sus mitos puede evocar a filmes como La Bruja, sobre todo en el juego con lo que representa el toro dentro de la cinta peruana. Pero los referentes de los Catacora son más evidentes y notorios. El Anchanchu, ente presente en todo el misterio que propone la historia, se manifiesta en más de una ocasión como un rostro humanoide que evoca al trabajo de William Friedkin en El Exorcista, que representaba de la misma manera al demonio Pazuzu.
Yana-Wara busca ser cruda en una práctica muy visceral de terror que incluye fetos e imágenes grotescas que marcan y cautivan. Dolorosamente bellas, si se permite el término, con el fin de atornillarse en la mente del espectador. Referencias evidentes en este ejercicio son Kaneto Shindō y Takashi Miike, directores orientales que entienden la crudeza y cómo el rol de los niños en la violencia es fundamental para afectar al público.
Entonces, llegamos a la conclusión de que Yana-Wara es una cita para los amantes del terror como representación de la cultura y para los amantes del derecho desde una mirada sociológica. O simplemente, para los que quieren ser testigos de cómo el cine peruano está empezando a caminar a nuevos tópicos y nuevas sensibilidades.