Sumilla: 1. La justicia no es función humana. No puede serlo. 2. El mal que nace del odio. 3. A esta cárcel de altos muros no entra el cielo. 4. Camino de la muerte. 5. El libro de mi proceso. 6. Señor ¿quién prorroga nuestras necesidades? 7. La indiferencia y las moscas. 8. Hay que comer lo que sea. 9. En la celda, en lo sólido, también se acurrucan los rincones.
1. La justicia no es función humana. No puede serlo
No es ajena a la literatura y, desde luego a los literatos, el aciago mundo de las prisiones, una proyección, como dice Foucault, del poder disciplinario para impedir determinados comportamientos, que luego se replicará en la sociedad bajo la égida del poder pastoral. Miguel de Cervantes, por ejemplo, estuvo encerrado acusado de haberse quedado con parte de los impuestos que le tocaba guardar; Dostoiewsky pasó similar travesía y hasta fue condenado a muerte, luego de que se le imputara conspirar contra el zar Nicolás I y el Marqués de Sade, solo para citar a algunos, permaneció encerrado en Vicennes, La Bastilla y, finalmente, fue alojado en el manicomio de Charenton.
En el Perú la suerte de narradores y poetas también se ha encontrado teñida de los dolores propios de los encierros injustos. Acaso, el hecho más conocido es el de Vallejo. Quien había dicho antes: “Si tú hubieras sido hombre, / hoy supieras ser Dios”[1], dirá, años más tarde, con similar dolor y acaso con verdad: “La justicia no es función humana. No puede serlo”[2].
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2. El mal que nace del odio
Juan Seoane Corrales fue juez de paz hasta el 7 de marzo de 1932, fecha en la que fue internado en el viejo Panóptico de Lima, 60 días sin saber si iba a ser fusilado y un año “aislado, dentro de la estrechez obsesionante de una celda”, como dice Ciro Alegría, prologuista de la primera edición, acusado de haber proporcionado el arma que disparara José Melgar Márquez contra Luis M. Sánchez Cerro, en la iglesia matriz de Miraflores (es decir, la parroquia Virgen Milagrosa).
Las peripecias, los sobresaltos, las penas de su paso por prisión son relatadas en Hombres y rejas[3], publicado en Ercilla, entonces dirigida por Luis Alberto Sánchez.
El primer párrafo de la obra denota la aflicción y la angustia del encarcelado. “Cuando se acaba el día del presidiario y los seis golpes lúgubres doblan a la sepultación de los cuerpos, desfilan los uniformes rayados por los estrechos corredores, mientras las palancas y los cerrojos, en destemplada sinfonía, preludian el funeral de su libertad” (1937:9).
Otro párrafo, que informa sobre la vez que le impidieron acercarse a sus hijas un día de visita en prisión (a una de ellas no la vería jamás), da cuenta de su desgarro: “El mal que nace del odio puede tener perdón porque es como la excrecencia del cuerpo (…). Pero el daño fríamente pensado y medido, clarificado en las retortas del pensamiento mientras la cara se ríe, no es la expresión del hombre. Es la expresión en que un monstruo abre la boca” (1937:300).
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3. A esta cárcel de altos muros no entra el cielo
Reynaldo Bolaños es un poeta injustamente olvidado. Nació en Huancayo y falleció en 1980 en Chile, alejado de toda actividad política. Bolaños colaboró en Amauta, se casó con Magda Portal, se vinculó al Apra auroral y fue también condenado por la muerte de Sánchez Cerro. Se hacía llamar Serafín Delmar; con ese nombre publicó una serie de libros, el último de ellos: Tiempos de Odio[4].
Se trata de un poemario escrito en la cárcel y casi, como anuncia el pequeño prólogo, arranchado a él desde su aislamiento voluntario. “A esta cárcel de altos muros no entra el cielo, / ni la tierna luna que quisiera alumbrarnos”, dice con dulzura casi desmintiendo el título de la obra.
A veces parece como si la desolación le ganara: “¡Ah, las cárceles! / donde todos los días se muere; / donde hay un frío de penas / que la sombra camina blanca”. Otras, como si la esperanza huyera de él: “¿por qué si hay Dios / nuestros corazones lloran / como niños abandonados? / ¿Por qué si el hombre es bueno / a otros condena?”. Y es que es consciente que “la cárcel es el grito de un pueblo / en su tormento más hondo”.
4. Camino de la muerte
Años después, Julio Garrido Malaver, recordará en El Frontón[5], los aciagos momentos que le tocó pasar en el islote encerrado por sus ideas políticas: “Camino de la muerte iba el hombre delante de los fusiles. Detrás de los fusiles el hombre no tenía hermanos” (1977:13), dice, al empezar la obra, testimoniando la crueldad de la prisión a la que arribó de madrugada, recibido por dos perros grises y la sevicia del carcelero.
“Por último —agrega casi sin esperanzas describiendo su ingreso a El Frontón— se abren las celdas. La respiración del hombre se multiplica. Entonces hay lágrimas, oraciones, cánticos, palabras, porque mañana ya no puede haber tiempo para eso” (1977:14).
Antes, en 1955, Garrido Malaver había publicado “La dimensión de la piedra”. Del poemario, Sánchez dirá que la piedra representa para el poeta “lo inconmovible e ineludible; piedra de los muros de la Penitenciaría, piedra de las fortalezas incaicas, piedra de los roquedales andinos, piedras que alimentan la honda o huaraca con que pelean los hombres, piedra funeraria, piedra monumental” (1981. Tomo V, 1541).
La piedra o los muros de Serafín Delmar o las cuatro paredes de la celda de Vallejo.
5. El libro de mi proceso
Quien también estuvo internado en el panóptico fue José Santos Chocano. Permaneció allí luego que acabara con la vida de Edwin Elmore en los pasillos de El Comercio, después de una acre discusión epistolar y telefónica, en la que el primero le imputó al segundo haber servido a dictaduras y el otro respondió acusándolo de ser hijo del supuesto traidor de Arica.
Algunas de las páginas del juicio que llevó a la cárcel a Chocano se encuentran en “El libro de mi proceso”, verdadero alegato y autoelogio del autor, como lo prueba la dedicatoria: “A los Hispano — Americanos de cualquiera ideología que, con un revólver en el bolsillo, no sean capaces de dejarse impunemente abofetear por nadie” (1928: Primer tomo) o estas otras expresiones: “¿Qué culpa te señalan? (…) Quizás también la de suprimir, ciego de indignación, a quien osó golpearme, por sorpresa, con su puño en el rostro. — La indignación es la máxima prueba de la dignidad. — Se ve que eres un hombre” (1928: Tercer Tomo, 247).
6. Señor, ¿quién prorroga nuestras necesidades?
Por su parte, Genaro Ledesma Izquieta nos habla en Complot[6] de los sucesos que terminaron con su internamiento en la colonia penal del Sepa y su derivación al Frontón. Asesor de los obreros que lidiaban con la Cerro de Pasco Corporation para el mejoramiento de sus salarios en orden del 35%[7], Ledesma refiere la inutilidad de las negociaciones y el inicio de la huelga que desembocó, posteriormente, un 5 de enero de 1963, en su captura en su domicilio y su remisión posterior al penal.
Inmediatamente después de la muerte, establecida en 1950 por una ley de excepción, está la del Sepa, colonia penal en la cual el hombre —solamente por el encanto de vivir— tiene que trasbordar sus linderos humanos para ocupar los de la bestia” (1964: 203). Casi un mes después, Ledesma es enviado al Frontón. Casi con orgullo dice: “Por primera vez, vamos a ser huéspedes presidiarios de una isla tan reprochada en la historia del Perú, tan lejana y al mismo tiempo tan cercana por haberla puesta el dolor y la rebeldía en la sangre y en el recuerdo de miles de hogares, en más de medio siglo” (1964: 269).
7. La indiferencia y las moscas[8]
También, en un plan testimonial, Luis Felipe Angell, detenido durante el gobierno del general Velasco, internado en Lurigancho y luego alojado en el pabellón San Camilo del hospital “2 de Mayo”, referirá las desventuras propias de su detención ocurrida el 14 de noviembre de 1968.
“El “2 de Mayo” —dice— es un hospital de caridad, gigantesco y centenario, vencido por el tiempo, la indiferencia y las moscas” (1976: 15) y agrega, después de narrar que fue llevado allí por haber sufrido una hemorragia que lo llevó a perder un litro de sangre, en tono conmovedor: “¿Qué quiero de la vida? Por ahora el aire fresco, el verde limpio, el horizonte abierto de un mar sin chimeneas y un poco de soledad” (1976: 155).
Sofocleto, como los demás, sentirá en la piel y en el alma la devastación del encierro.
8. Hay que comer lo que sea
En un plano más novelado, José María Arquedas, quien estuvo en prisión en 1937 capturado durante las protestas desarrolladas por la visita a Lima del general Camarotta, representante de Mussolini, referirá, en El Sexto[9], que comenzó a redactar la obra en 1937 pero decidió escribirla en 1939. También, como en la novela de Garrido Malaver, el protagonista, Gabriel, ingresa de noche al penal, esa mole ubicada en la cuadra 13 de la avenida Alfonso Ugarte, para encontrar la fetidez de las celdas, la procacidad de presos y guardias, la locura; también la rivalidad política y la comida insalubre: “Hay que comer lo que sea”, aconsejaban los veteranos. El que no come en el Sexto va derecho al panteón”. Por eso yo comía el frijol y sus gusanos, el pan que era grande y bueno. No podía tragar la sopa porque olía a yerbas y a no sé qué podredumbre que me causaba repugnancia” (2015: 139).
Pero la novela es también un libro de libertad y de compañerismo. Alberto Escobar anota en el prólogo a la décimo tercera edición una frase relevante: “Tenía 23 meses de secuestro en el penal y había recuperado allí el hábito de la libertad” (2015: 23). Más adelante, en una escena cargada emoción, Gabriel habla con Pacasmayo, a semejanza de él sin deudos ni partido para pedirle que llore si le tocara morir. “Así, cuando hombres como tú mueren y no tienen hijos o mujer leal, o un amigo leal, van acompañados por gente aburrida, y sus restos son metidos al nicho, fríamente. No ha pasado nada. Pero yo cantaré la más triste melodía, la más triste del mundo tras de ti; y si yo te adelanto, tienes que llorar bien (…) (2015:136).
8. En la celda, en lo sólido, también se acurrucan los rincones[10]
112 fueron los días en los que César Vallejo permaneció físicamente en prisión. Pero el encarcelamiento emocional lo acompañó mucho más tiempo. En un célebre escrito, recogido en Poemas en Prosa, Vallejo dirá: “El momento más grave de mi vida fue mi prisión en una cárcel del Perú” (Vallejo: 1968: 235). Lo fue, sin duda. Rastros de ello se encuentra en la carta que le remite a Óscar Imaña: “Es cosa fea esta, Óscar. También escribo de vez en vez, y si viene a mi alma algún aliento dulce, es la luz del recuerdo… ¡Oh, el recuerdo en la prisión! Cómo él llega y cae en el corazón, y aceita con melancolía esta máquina ya tan descompuesta[11]”.
Aunque César Vallejo no narró exactamente los pormenores de su paso por la prisión, las huellas que ese evento dejó en su vida fueron manifiestas. Lo prueban algunos poemas de Trilce y Escala Melografiada; algunas cartas, las propias peticiones que realizó en el proceso y un verso de Poemas en Prosa.
Por ejemplo, los textos que se encuentran en la sección denominada “Cuneiformes” de Escala Melografiada tienen como títulos: “Muro noroeste”, “Muro antártico”, “Muro este”, “Muro dobleancho”, “alféizar” y “Muro occidental”. A ello debe añadirse que “Cuneiformes” fue escrito en la cárcel de Trujillo: los temas de hecho surgen de dicha experiencia. Expresiones como: “Buenos días señor Alcaide” o “Con esta son dos veces que firmo señor escribano” son prueba de ello[12].
A su vez, según Espejo, 8 de los poemas de Trilce son del período en que Vallejo permanece en la cárcel, fundamentalmente los numerados XVIII (“Oh las cuatro paredes de la celda”, L (“El cancerbero cuatro veces al día / maneja su candado”), LVIII (“En la celda, en lo sólido, también / se acurrucan los rincones”) y, en menor medida I (“Quién hace tanta bulla y ni deja / testar las islas que van quedando”, II (“Tiempo Tiempo” y XLI (“La Muerte de rodillas mana / su sangre blanca que no es sangre”).
Menos conocida, pero igualmente feliz, fue la publicación de una carta dirigida por César Vallejo a Gastón Roger (Ezequiel Balarezo Pinillos) y que este publica en las páginas de La Prensa del 20 de diciembre de 1920, conjuntamente con un escrito suyo y de Haya de la Torre[13]. En su misiva, Vallejo denuncia haber sido empapelado por las autoridades judiciales y haber sido encarcelado por “los rescoldos equivocados de maledicencia lugareña. Es el ambiente provincial”. Y antes, en frase tan peruana: “Me han empapelado a toda impunidad y a todo descaro”.
[1] Vallejo, César. Obra poética completa (1968). Lima. Francisco Moncloa Editores. Los Heraldos Negros. Los dados eternos.
[2] Vallejo, César. Cuentos completos. (2008). Buenos Aires, Editorial Losada S.A.
[3] Seoane, Juan. Hombres y Rejas (1937). Santiago de Chile. Editorial Ercilla.
[4] Delmar, Serafín. Tiempos de Odio (1946). Santiago de Chile. Editorial Columbus.
[5] Garrido Malaver, Julio. El Frontón (1977). Lima. Editorial Universo.
[6] Ledesma Izquieta, Genaro. Complot (1964): Lima, Editorial Thesis.
[7] Me es imposible no consignar el relato de Ledesma: El representante de la empresa les pidió una prórroga de dos años para solucionar los problemas. Recibió como respuesta de parte de los obreros: “¡Señor, quién prorroga nuestras necesidades!” (1964: 26).
[8] Angell, Luis Felipe. San Camilo (1976). Lima. A. B. Editores.
[9] Arguedas, José María. El Sexto (2015). Lima, Editorial Horizonte.
[10] Vallejo, César. Trilce LVIII.
[11] Citado por Carlos Aguirre. En: La cárcel y la ciudad letrada. Disponible aquí.
[12] Haya de la Torre dirá de Escalas: “Fue escrito en la cárcel de Trujillo, entre los muros de la celda a donde le arrojó la justicia de jueces y trotapleitos, y de donde le sacó la otra, la verdadera y la eterna que a las veces nos anuncia los días cercanos de su imperio”. Ver. Kishimoto Yoshimura, Jorge (2018). La obra poética de César Vallejo y la crónica de su tiempo (1911-1923). Revista de Investigación del Centro de Estudios Vallejianos. Vol 1. No. 1 Enero-junio, 2018, p. 133.
[13] De ellas da cuenta Jorge Prado Chirinos en: “Una carta desconocida de César Vallejo. Sobre su prisión en Trujillo”. Ver: Prado Chirinos, J. (1992). Una carta desconocida de César Vallejo sobre su prisión en Trujillo. Lexis, 16(2), 259-266. Disponible aquí. Los artículos también fueron publicados en la edición de la Poesía Completa de César Vallejo realizada por la Pontificia Universidad Católica del Perú (1997. II Tomo: 153-154).