¿Es necesario repensar la educación ética en las escuelas de Derecho del Perú? El mito de las golondrinas instruidas

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“Cuantos años tiene? ¿Diez años? ¿Once añitos? ¿Pero está desflorada? ¿Ya, pero quién le ha hecho eso? (…) ¿Qué es lo que quieren? ¿qué le baje la pena o que lo declaren inocente?”

Cesar Hinostroza, expresidente de la Segunda Sala Penal Transitoria Suprema, discutiendo la posible liberación de un hombre condenado por la
violación sexual de una niña.

Existe una crisis en el sistema de justicia peruano. Esto, aunque es algo que todos intuían, se convirtió en una certeza ante los ojos del mundo gracias a que algunos funcionarios públicos decidieron compartir algunas interceptaciones telefónicas ordenadas por jueces con diversos medios de prensa.

Mas allá de tomar parte en la discusión sobre las consideraciones acerca de la mejor forma de reformar el sistema de justicia del Perú, consideraciones más que válidas son urgentes y necesarias, quiero enfocarme en uno de los temas que si bien conectado con el anterior, puede ser discutido de forma separada.

Me refiero a la propuesta de incorporar educación ética en los planes de estudios de los programas de pregrado y postgrado en las escuelas de Derecho del país. La idea de mejorar la preparación ética de las personas que estudien derecho es una idea muy atractiva y, como tal, ha sido recibida como una brisa de aire fresco entre tanta noticia sobre corrupción de la cual muchos abogados en el Perú son parte integral.

El profesor Fernando del Mastro, coordinador del Área de Ética y del Curso Derecho y Psicología de la facultad de Derecho de la PUCP, por ejemplo, indica que “Deberíamos darle mucho más peso y dedicarles mucho más debate y reflexión a los deberes éticos. Los colegios de abogados, por su parte, deben también enfocarse en controlar y mejorar la ética profesional” (2018).

Esta posición, si bien parece directa y eficiente, deja de lado algunos elementos que los que trabajan en Ética como una disciplina académica pueden apreciar de forma recurrente. El primer elemento es sobre la materia de estudio.

La ética, como bien saben los que trabajan en el tema, puede dividirse entre ética teórica y ética práctica. Y dentro de la primera rama uno puede encontrar la metaética, que grosso modo es el estudio acerca del lugar y fundamento de los valores morales y las propiedades de tales valores, así como su conexión con las palabras que suelen hacer referencia a tales valores. Junto a ella está la ética práctica o normativa, que hace referencia a ciertos parámetros o criterios sobre lo correcto o lo incorrecto en materia moral.

Dentro de la segunda rama uno encuentra la ética aplicada. Esta rama busca discutir ciertos problemas o dilemas que tienen relevancia normativa, tomando en cuenta lo establecido por alguna teoría normativa de la primera rama. Si uno buscara explicar cómo interactúan estas ramas se podría decir que el que trabaje en ética aplicada usará lo hecho por el que trabaja en la ética normativa y el trabajo de ambos será analizado por aquel que se dedica a la metaética.

La ética, queda claro, es una rama muy interesante por variada. Su estudio requiere gran trabajo y esfuerzo académico y, si se vuelve una parte más relevante de las mallas curriculares en más facultades de Derecho -cosa que ya es realidad en cualquier facultad de filosofía-, bienvenida sea.

El segundo elemento, y quizás de donde surge mi mayor preocupación, es el considerar que el conocimiento de teoría ética va a llevar necesariamente a la formación de abogados u operadores jurídicos de mayor calidad ética. Si el conocer de ética fuera suficiente para poder ser un ciudadano ético, entonces filósofos como Thomas Pogge, uno de los estudiosos más notables de John Rawls y uno de los filósofos más comprometidos con la causa de la eliminación de la pobreza por parte de las Naciones Unidas, no tendría tantas acusaciones de acoso sexual por varias mujeres.

Asimismo, Bertrand Russell no solo es conocido por su aporte a la paz mundial -ganó el premio nobel de Literatura por su incansable trabajo en temas de igualdad y desnuclearización-, sino también por cometer adulterio en más de una ocasión.

Mi punto acá no es ahondar en la vida privada de los filósofos, sino en mostrar que no se sigue presumir que porque una persona este propiamente informada en teoría ética, esto la llevara necesariamente a comportarse de acuerdo a lo que se considere como éticamente aceptable[1].

Quizás la solución al problema de falta de comportamiento ético, entendido esto como el comportamiento que se espera que diversos abogados u operadores jurídicos, pueda ser inspirado por la teoría ética de Aristóteles, que en una de sus formas más recientes ha visto la luz en base al trabajo de Martha Nussbaum.

La idea para el primero es que es la práctica de los comportamientos éticos o justos es la que nos llevara a formar personas éticas o justas. Y para la segunda, que, con la exposición a diferentes historias humanas por medio de la literatura, es que uno puede expandir la capacidad de imaginación de jueces y políticos cuyo deber es actuar en el mundo.

Si tomamos en consideración ambas propuestas a la luz de la necesidad de formar abogados y operadores legales, podemos encontrar que esta idea ya fue implementada durante algunos años en Perú. Durante mi paso por la facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Catolica del Perú pude experimentarla de primera mano. Ese proyecto se llamaba PROSODE (Proyección Social del Derecho) y buscaba que alumnos y alumnas de la facultad no solo conocieran diversos casos por medio de la lectura de resoluciones judiciales donde las personas involucradas solían ser aquellas más expuestas a los peligros de un mal sistema de justicia. También facilitaba que los y las estudiantes tomaran conocimiento de los casos por medio de su interacción con las personas, viajando y conociendo aquellos que se verían afectados por la forma en la cual llevaran su practica profesional en el futuro.

Este modelo de formar abogados fue dejado de lado en función de la creación de más cursos de destrezas legales. Paradójicamente, uno podría pensar que se siguió la recomendación de Aristóteles y se buscó formar abogados mediante la práctica. Lamentablemente se entendió que para ser abogado bastaba un enfoque en las capacidades técnicas y oratorias más que en el entrenamiento en una vida ética. Quizás retomar este camino sea una solución mas atractiva y efectiva que únicamente educar a la gente en conocimiento alejado de la vida humana, por mas que se refiera a ella. Para Aristóteles:

Es acertado decir que el hombre se hace justo por el hecho de realizar acciones justas y templado por realizarlas templadas; y también que como consecuencia de no realizar éstas nadie podría ni siquiera estar en disposición de ser bueno. Sin embargo, la mayoría no llevan esto a la práctica, sino que se refugian en la teoría y creen que son filósofos y que así van a ser virtuosos, obrando de manera parecida a los enfermos que escuchan atentamente a los médicos, pero no hacen nada de lo que se les prescribe. (Ética a Nicómaco II, 4)

Considero que deberíamos empezar a pedir abogados que se instruyan de forma ética y no solo que sepan de teoría ética. Quizá se podría argumentar que algunos cursos en la actualidad cubren lo que se hacía en PROSODE (clínicas jurídicas o análisis de casos); pero esto sería perder de vista el punto central. Cursos como PROSODE no buscaban desarrollar habilidades o destrezas legales únicamente, buscaban desarrollar empatía por parte de los estudiantes hacia personas cuyas vidas podrían verse impactadas por sus decisiones. Es bueno recordar que, así como una golondrina no hace un verano, una golondrina instruida no garantiza un sistema de justicia realmente justo. Quizás la formación de empatía sea una opción que debemos reconsiderar y, esta vez, tomarla en serio.


[1] Estoy dejando de lado los problemas de elección del paradigma ético que se va a adoptar, en tanto esta discusión está en el plano de la ética normativa y las razones a favor de un modelo deontológico, o de uno consecuencialista o de uno de ética de la virtud, entre otros, son más que suficientes para cuestionarnos cualquier paradigma moral que se busca adoptar.

Sobre el autor

Jorge Sanchez Perez es abogado por la PUCP, magíster en Historia de la Filosofía por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Master of Science in Philosophy por University of Edinburgh, Especialista en Diseño de Políticas Públicas Internacionales por la Universidad de las Naciones Unidas y candidato a Doctor en Filosofía, donde trabaja una tesis sobre las bases para una teoría de la justicia global desde la perspectiva contractualista.  Actualmente es profesor de los cursos de Filosofia del Derecho e Introduccion a los Estudios de Paz en McMaster University.

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