Sumario: 1. Introducción; 2. La crisis energética de la meta-norma; 3. La quinta ley de la estupidez humana y la ineficiencia de Pareto; 4. La fragmentación del más frío de todos los monstruos; 5. La fatiga del leviatán y el equilibrio de Nash institucional; 6. El laissez-faire del calibrador silente: el Tribunal Constitucional; 7. Restaurar el pacto, despertar al leviatán; 8. Conclusiones.
1. Introducción
Thomas Hobbes imaginó al leviatán como un leviatán todopoderoso, nacido del miedo al caos. Su función no era moralizar la vida, sino ordenar la violencia: contener la guerra de todos contra todos mediante un pacto que transformara la fuerza en autoridad y la obediencia en seguridad. Por eso sostenía que el leviatán era un Dios mortal[1], un cuerpo gigantesco formado por la suma de los hombres que, cansados de devorarse entre sí, pactan someterse a una voluntad común representada por el soberano. El contrato social no fue un acto romántico como lo adorna el ideal roussoniano, sino un cálculo racional: los hombres renuncian a parte de su libertad para reducir los costos de la anarquía. En esa lógica, el leviatán sería un mecanismo de eficiencia pues convierte conflicto en cooperación. Hoy, sin embargo, ese leviatán aparece fatigado.
2. La crisis energética de la meta-norma
Una constitución no es un poema político: es una herramienta para distribuir el poder. Su función primaria es asignar competencias, establecer límites y crear incentivos que minimicen los costos de transacción política. Desde el enfoque del análisis económico del derecho, la eficiencia constitucional puede entenderse como la capacidad del sistema normativo para maximizar la cooperación social al menor costo de conflicto posible.
Como se sostuvo en un trabajo anterior “Básicamente una constitución es una meta-norma, una norma sobre las normas, un distribuidor de poder, el orden que surge del caos.”[2] La constitución opera como una frontera epistémica y moral: establece qué puede hacer el leviatán, pero sobre todo cómo debe hacerlo. Opera como el punto de equilibrio entre lo jurídico y lo político: el espacio donde la coerción encuentra legitimidad y la libertad encuentra forma. La meta-norma, desde una óptica económica básica, es un conjunto de incentivos que reducen el costo de la arbitrariedad. Así pues, la constitución es, en ese sentido, una meta-norma. No una norma más, sino el principio que da racionalidad al conjunto. La crisis no es solo de legitimidad, sino de eficiencia, porque el poder gasta más energía en neutralizarse que en gobernar. El leviatán sigue en pie, pero respira con dificultad.
3. La quinta ley de la estupidez humana y la ineficiencia de Pareto
Carlo M. Cipolla formuló una teoría universal sobre la estupidez humana: el estúpido, decía, “daña a otros sin beneficiarse a sí mismo” [3], y cuando los estúpidos gobiernan, toda la sociedad se empobrece. Por su parte Pareto básicamente sostenía que la distribución de recursos sería eficiente si nadie puede mejorar sin empeorar a otro.
Siendo ello así “puede esgrimirse un parangón con la dación de la Norma Fundamental, a través de la cual el poder político originario, puro y amorfo que ostentaba la nación en su situación de poder constituyente, decide convertirse en poder constituido, legitimado por el Derecho, dando lugar a las instituciones y al Estado mismo, repartiendo ese poder, que ahora legitimado ha sido designado con la nomenclatura jurídica de competencia.”[4]; no obstante, lo peculiar es que “En el caso de la Constitución, entendida según el concepto roussoniano de ‘contrato social’, las competencias han sido distribuidas de manera que exista un equilibrio de poder. Ese ‘equilibrio de poder’ sería lo mismo que al ‘óptimo de pareto’. Si el poder está equilibrado, no existe supremacía, no hay forma en que alguien pueda obtener mayor poder sin quitarle poder a otro, en el caso del óptimo paretiano, nadie puede obtener mayores recursos sin perjudicar a otro (en un intercambio no hay tal ‘pérdida’, pues se hacen concesiones mutuas).”[5]
El sistema político peruano funciona como una sociedad dominada por estúpidos en el sentido cipolliano: cada decisión constitucional de corto plazo sea una vacancia, una disolución, una censura, entre otras, causa un daño colectivo sin beneficio neto para sus autores. Mientras el malvado desplaza valor (lo quita a unos para dárselo a otros), el estúpido destruye el valor mismo del sistema. Así, la ineficiencia de Pareto coincide con la quinta ley de Cipolla: un leviatán que repite decisiones que empobrecen a todos sin mejorar nada está dominado por incentivos estúpidos.
La constitución, ese delicado mecanismo que debía armonizar la fuerza y la libertad, se ha transformado en un texto de uso inmediato, manipulado según la urgencia política de cada coyuntura. Parafraseando la prosa mordaz de Gonzáles Prada: “[La Constitución] fué cuerpo vivo, espuesto sobre el mármol de un anfiteatro, para sufrir las amputaciones de cirujanos que tenían ojos con cataratas seniles i manos con temblores de paralítico.” [6]
4. La fragmentación del más frío de todos los monstruos
La historia del leviatán es la historia del miedo domesticado. Hobbes lo formuló con precisión quirúrgica al argumentar que el poder no nace de la virtud, sino de la necesidad; el orden político es la respuesta racional al caos. El leviatán moderno, tal como como advirtió el Zaratustra de Nietzsche cuando declaró “El Estado es el más frío de todos los monstruos fríos; miente al decir: yo, el Estado, soy el pueblo”[7], ya no inspira temor, sino desconfianza. Esa mentira fundacional, que antes se aceptaba como necesidad, hoy se percibe como cinismo. El leviatán moderno ha dejado de inspirar respeto porque ha perdido su rostro. El leviatán ya no se manifiesta como una autoridad unificada, sino como una red dispersa de controles, trámites y organismos que diluyen la responsabilidad política hasta vaciar de sentido la idea misma de autoridad; sobrevive, pero su eficacia simbólica se desvanece: ya no inspira a la obediencia, apenas la impone. El resultado es un leviatán fragmentado, poderoso en apariencia, pero impotente en ejecución, un cuerpo que conserva su tamaño, pero ha perdido su voluntad.
Cada crisis política, cada disolución o enfrentamiento, erosiona un poco más la fe en la meta-norma. Y, sin una renovación del entendimiento no hay culto racional posible, solo resignación. Y cuando el poder se fragmenta en intereses individuales, la constitución deja de ser el orden que surge del caos para convertirse en el caos que surge del orden. El leviatán peruano no está muerto, sus órganos, llámese Legislativo, Ejecutivo, instituciones de control, o la misma ciudadanía, continúan funcionando. Aunque sin coordinación, sin un telos común.
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5. La fatiga del leviatán y el equilibrio de Nash institucional
El leviatán peruano no está fatigado solo por el peso de la ley, sino por la estupidez de sus intérpretes. El diseño constitucional de 1993 quiso equilibrar dos tradiciones: el presidencialismo americano y el parlamentarismo europeo. Para ello creó válvulas de control mutuo como la cuestión de confianza y la vacancia presidencial, que debían ser mecanismos de estabilidad. Sin embargo, su uso reiterado y arbitrario ha convertido al modelo en un circuito de ineficiencia de Pareto: cada intervención de un poder para “corregir” al otro empeora la situación de ambos. Cada uno actúa racionalmente según su interés, pero el resultado conjunto es irracional. Es el clásico equilibrio de Nash: todos juegan bien, pero el juego se destruye.
En el albor de los años 50, el matemático estadounidense John Nash[8] revolucionó la teoría económica demostrando que incluso en los juegos sin cooperación puede existir un punto de equilibrio: una situación en la que cada jugador elige la mejor estrategia posible, suponiendo que los demás no cambiarán las suyas. En ese punto, nadie puede mejorar su resultado actuando por sí solo, aunque el resultado general no sea el mejor para todos. Este concepto, conocido como equilibrio de Nash[9], permite entender los conflictos de poder donde cada actor actúa racionalmente, pero el conjunto produce ineficiencia.
En el caso peruano, el sistema político peruano vive atrapado en un equilibrio que, más que estabilidad, produce agotamiento. El Legislativo y el Ejecutivo se comportan exactamente así: cada uno juega para maximizar su poder político inmediato a través de vacancias, disoluciones, censuras o cuestiones de confianza, y aunque sus movimientos son racionales dentro de sus propios incentivos, ya que cada actor preserva su supervivencia institucional, al final el resultado común es irracional puesto que el sistema político queda atrapado en un equilibrio precario donde se ha pasado del win-win, al lose-lose: nadie cede, nadie gana, todos pierden, y la constitución, que debía coordinar la cooperación, se convierte en el tablero de un juego sin árbitro. El resultado es un estado atrapado en su propio equilibrio de Nash institucional: Legislativo y ejecutivo juegan racionalmente para maximizar su poder.
6. El laissez-faire del calibrador silente: el Tribunal Constitucional
En toda arquitectura constitucional, el equilibrio de poderes no se sostiene por sí mismo: necesita un calibrador, un órgano capaz de ajustar las tensiones antes de que se rompa la cuerda. Ese calibrador, en el diseño republicano peruano, es el Tribunal Constitucional, heredero de la tradición kelseniana del legislador negativo y llamado a garantizar la unidad del orden jurídico frente al desorden político. Su función no es arbitrar entre vencedores y vencidos, sino restaurar la eficiencia del pacto constitucional al mantener el flujo racional del poder dentro de sus límites. Sin embargo, tal parece ser que el calibrador también se ha cansado y el leviatán ya no solo sufre por los excesos de sus jugadores, sino por el silencio de su árbitro.
En el caso Vizcarra, el Tribunal avaló la denegatoria tácita de la confianza, ampliando las facultades del Ejecutivo sin establecer límites claros. Más tarde, cuando se debatió la vacancia por incapacidad moral, evitó fijar criterios, dejando abierta una cláusula que el Legislativo ha usado como arma política. Y recientemente, al suspender las investigaciones fiscales contra la presidente en funciones, volvió a priorizar la prudencia sobre la definición, preservando temporalmente la investidura pero posponiendo la claridad constitucional. En ambos escenarios, el calibrador se retiró, y los jugadores interpretaron las reglas según su conveniencia.
El Tribunal Constitucional, poseído por el espíritu antiguo de la vieja consigna de la economía liberal francesa del laissez-faire, que pedía al Estado “dejar hacer, dejar pasar”, confiando en que el equilibrio del mercado surgiría por sí solo, parece abdicar su deber de guardián supremo de la constitución y en lugar de reordenar los incentivos se limita a observar el desgaste como espectador privilegiado renuente a tomar una decisión. El problema es que si en la visión proto económica el laissez-faire buscaba liberar las fuerzas productivas del exceso de control, en el derecho su aplicación resulta perversa. La realidad enseña que jamás el desorden se corrige solo, y el equilibrio de poderes no se regula por la mano invisible del mercado sino por la mano firme del juez constitucional que restaura el equilibrio de poderes.
Así, el órgano que debía garantizar la eficiencia meta-normativa se convierte en el garante del desorden funcional y la constitución sigue en vigor, pero su interpretación se ha privatizado al punto que cada poder la entiende según su propio interés. Si se ha superado el planteamiento original de otro pensador francés como Montesquieu, y el juez ya no es la “boca muda que pronuncia las palabras de la ley”, tampoco el Tribunal Constitucional debe ser “la boca muda que calla las palabras de la Constitución”. El silencio del Tribunal es el eco más claro de la fatiga del leviatán.
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7. Restaurar el pacto, despertar al leviatán
El desafío, entonces, no es destruir al leviatán, y regresar al anárquico estado de naturaleza o degenerar en oclocracia, sino reenseñarle a respirar. Volver a alinear sus incentivos, rediseñar sus equilibrios, reeducar su gramática política. Porque la constitución, documento vivo, es un ecosistema: un sistema de incentivos que solo funciona si los actores creen en él. La autoridad necesita legitimidad simbólica tanto como sustento jurídico. Un leviatán que ya no inspira respeto no puede exigir obediencia racional.
Y ese respeto, esa fe cívica en la eficiencia del pacto, es lo que el Perú ha perdido. El leviatán, antaño dueño del conflicto, hoy cansado y dormido, se ha convertido en el campo mismo de batalla. Y solo cuando los ciudadanos y sus gobernantes vuelvan a entender que el derecho no es un arma, sino un lenguaje común, el leviatán, ese viejo dios mortal, podrá levantarse una vez más, no como monstruo, sino como orden.
8. Conclusiones:
El leviatán peruano, ese dios mortal nacido del miedo, ya no ordena la violencia, sino que la administra. El estado que debía transformar el conflicto en cooperación se ha convertido en un organismo que gasta más energía en neutralizarse que en gobernar. La crisis no es solo de legitimidad, sino de entropía: el poder se agota defendiéndose de sí mismo. La constitución, meta-norma y frontera moral del poder, ha perdido su energía. Su función de distribuir competencias se ha diluido en la disputa de intereses. Un sistema eficiente reduce los costos del conflicto; el nuestro los reproduce.
La ineficiencia de Pareto y la quinta ley de la estupidez humana se funden en un mismo diagnóstico: la estupidez institucional. Cada vacancia, disolución o censura daña al país sin beneficiar a nadie. Cipolla advirtió que la estupidez, cuando se repite, se vuelve maldad; y eso es hoy el poder peruano: una racionalidad cínica que destruye el valor que debería proteger. El equilibrio de Nash ilustra esa paradoja: Legislativo y Ejecutivo actúan racionalmente según sus incentivos, pero el resultado común es la parálisis. Todos juegan bien, pero el juego se destruye.
El Tribunal Constitucional, el árbitro llamado a calibrar el equilibrio, ha optado por el silencio. Y cuando el guardián calla, el desorden se normaliza. El leviatán no muere por exceso de poder, sino por falta de propósito. Restaurar el pacto no implica destruir al leviatán, sino devolverle conciencia. Mientras el poder siga siendo un ejercicio de estupidez organizada, la constitución será un texto cansado y el leviatán, un monstruo sin poder.
“Levántate, toma tu lecho, y anda”, fueron palabras que el hombre de Galilea, para condena de los incrédulos y maravilla de los fieles, le pronunció a un paralítico antes que este volviera a caminar. El leviatán peruano está fatigado. Tal vez el poder constituyente aún pueda pronunciar su nombre y hacerlo andar.
9. Bibliografía
- Cipolla, Carlo M. Allegro ma non troppo: Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Traducción de María Pons. Barcelona: Editorial Crítica, Colección Ares y Mares, 2013.
- González Prada, Manuel. Discurso en el Politeama. Lima: Casa de la Literatura Peruana, 1889. Disponible en: https://repocaslit.minedu.gob.pe//handle/123456789/1018.
- Nash, John. Non-Cooperative Games. Annals of Mathematics, 54, No. 2 (septiembre de 1951), pp. 286-295.
- Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Barcelona: Orbis, 1982. Traducción de J. C. García Borrón.
- Hobbes, Thomas. Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Traducción de Antonio Escohotado. Barcelona: Editorial Deusto, 2020
- Vásquez Soriano, Johnny Andrés. ¿Puede alcanzarse la eficiencia en la distribución del poder en un contrato social? Lima: LP Derecho, 2024. Disponible en: https://lpderecho.pe/puede-alcanzarse-la-eficiencia-en-la-distribucion-del-poder-en-un-contrato-social.
- Vásquez Soriano, Johnny Andrés. “La eficiencia del principio de permanencia de la descentralización frente a supuestos de infracción a la constitución por parte de los gobiernos regionales”. Tesis de Licenciatura, Universidad ESAN, 2022. https://hdl.handle.net/20.500.12640/3244
- Vásquez Soriano, Johnny Andrés. “La incorporación de la coerción estatal en la constitución para restaurar la eficiente distribución de poder entre Gobierno Central y gobiernos regionales del Perú.” Tesis para optar el Grado Académico de Maestro en Derecho Administrativo Económico, Escuela de Posgrado, Universidad Continental, 2024. https://hdl.handle.net/20.500.12394/15784
Sobre el autor: Johnny Andrés Vásquez Soriano, Abogado por la Universidad ESAN. Maestro en Derecho Administrativo Económico por la Escuela de Posgrado de la Universidad Continental. Docente de Derecho Constitucional en la Universidad Norbert Wiener. Docente en el Instituto de Teología Cristiana “Centro Internacional de Ministerios Apostólicos”. Abogado en la Municipalidad Distrital de San Isidro.
[1] Hobbes, Thomas. Leviatán o la materia, forma y poder de una república eclesiástica y civil. Traducción de Antonio Escohotado. Barcelona: Editorial Deusto, 2020.
[2] Vásquez Soriano, Johnny Andrés. ¿Puede alcanzarse la eficiencia en la distribución del poder en un contrato social? Lima: LP Derecho, 2022. Disponible en: https://lpderecho.pe/puede-alcanzarse-la-eficiencia-en-la-distribucion-del-poder-en-un-contrato-social.
[3] Cipolla, Carlo M. Allegro ma non troppo: Las leyes fundamentales de la estupidez humana. Traducción de María Pons. Barcelona: Editorial Crítica, Colección Ares y Mares, 2013.
[4] Vásquez Soriano, Johnny Andrés. “La incorporación de la coerción estatal en la constitución para restaurar la eficiente distribución de poder entre Gobierno Central y gobiernos regionales del Perú.” Tesis para optar el Grado Académico de Maestro en Derecho Administrativo Económico, Escuela de Posgrado, Universidad Continental, 2024, p.46
[5] Vásquez Soriano, Johnny Andrés. “La eficiencia del principio de permanencia de la descentralización frente a supuestos de infracción a la constitución por parte de los gobiernos regionales”. Tesis de Licenciatura, Universidad ESAN, 2022, p. 62.
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[6] González Prada, Manuel. Discurso en el Politeama. Lima: Casa de la Literatura Peruana, 1889.
[7] Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Barcelona: Orbis, 1982. Traducción de J. C. García Borrón.
[8] Personificado por Russell Crowe en “Una mente brillante” (2001)
[9] Nash, John. Non-Cooperative Games. Annals of Mathematics, Vol. 54, No. 2 (septiembre de 1951), pp. 286-295.