Estimados lectores, compartimos un breve fragmento del libro Introducción a la ciencia del derecho, del eximio jurista peruano Mario Alzamora Valdez, lectura imprescindible para todo estudiante de derecho.
Cómo citar: Alzamora Valdez, Mario. Introducción a la ciencia del derecho. Novena edición, Lima: Eddili, 1984, pp. 32-36.
Sumilla: 1. La norma y el debe ser. 2. La norma como objeto cultural.
1. La norma y el debe ser
La vida humana no se da como algo fijo y acabado; es más bien un continuo hacerse, un proceso cuyos actos se proyectan incesantemente hacia el futuro.
Este proceso que es la existencia del hombre, significa búsqueda constante de aquellos objetos deseables o valiosos que por ser tales constituyen bienes. Aristóteles escribió, con mucha exactitud, que «toda acción o elección parecen tender a algún bien» y que bien es «aquello a que todas las cosas aspiran» [1].
La conducta se dirige hacia bienes que para ella son sus fines que, a su vez, apuntan hacia valores [2].
Scheler ha señalado la vinculación entre esa triple instancia constituida por los objetivos, los fines y los valores. Los objetivos son inmanentes a la tendencia misma y residen en el acto del apetecer. Los fines pertenecen a esfera de la representación y se dan como algo por realizar. Los valores van incluidos en los objetivos y constituyen su fundamento. No los fines sin objetivos que los soporten, pero pueden darse éstos sin aquéllos. La fundación de un hospicio es un objetivo; la ayuda al prójimo el fin; la caridad el valor [3].
Las normas al prescribir una conducta señalan fines y, a través de ellos, apuntan hacia el mundo de los valores. Por eso, ha escrito Recasens Siches, «toda idea de debe ser, de normatividad, se funda en una estimación, esto es, en un juicio de valor» [4].
Surge aquí un problema a la vez axiológico y ético. ¿Por qué debe ser la conducta señalada como conducta valiosa por la norma? Es necesario distinguir el debe ser ideal de los valores del deber ser normativo propiamente tal.
El debe ser ideal enuncia teóricamente que algo valioso debe ser, independientemente de la subjetividad u objetividad de los valores o de la existencia o inexistencia del ser capaz de realizarlos. La justicia debe ser; la sinceridad debe ser.
La otra forma del debe ser es el debe ser normativo. Este se relaciona directamente con la conducta del hombre, expresa un «debe hacer». Sé honesto; sé veraz.
Scheler ha observado con certeza, que todo debe ser se funda en valores, pero que los valores no se fundan, en modo alguno, en el debe ser. La relación entre el debe ser ideal y los valores está regida por dos axiomas: «primero, todo lo que es positivamente valioso debe existir; segundo, todo lo que es negativamente valioso no debe existir» [5].
Del mismo modo que el debe ser ideal se apoya en valores, el debe ser normativo se basa en un debe ser ideal, y así como la conexión entre el valor y el debe ser ideal es unilateral y no recíproca, lo es también la que existe entre las dos formas del debe ser. Esto significa que toda norma expresa un debe ser ideal, pero no que todo debe ser ideal implica una proyección normativa.
Todo debe ser ideal es un debe ser «algo» que consideramos como «debido». La primera de estas dos notas —el contenido del debe ser-no es ni una síntesis de valores «ni el valor de la existencia de tales valores sino ese algo no existente. La segunda significa que el debe ser es independiente del futuro; que se refiere igualmente al presente y al pasado. «Por ser esto así, a Kant le asiste toda la razón cuando dice, que «el bien debe existir aun cuando no haya existido nunca ni en ninguna parte» [7].
El problema del debe ser normativo se concreta en esta pregunta: «¿por qué debo hacer lo que debe ser?».
La respuesta es que «hay un debe ser ideal también para el ser de una tendencia y de un querer determinados» [8]. Del mismo modo que el debe ser ideal aspira hacia algo que se considera como inexistente, el debe ser nominativo apunta desde algo que no es por lo cual debe ser- hacia el debe ser de una tendencia. El debe ser para la tendencia es un bien.
Pero es necesario salir del plano teórico al de las realizaciones. El debe ser ideal debe llegar al orden de la voluntad. Una cosa es admitir que algo deba ser porque aún no es, y otra es que tenga que ser, que deba cumplirse. El debe ser señalado por la norma se basa en «la suposición de un acto de ordenar, sin que para el caso importe cómo ha de llegar al querer esa orden, bien sea merced a la autoridad, o gracias a la tradición» [9].
De todo esto se desprende que el debe ser normativo significa la relación del debe ser ideal con un querer que se dirige hacia un bien; de donde nace la exigibilidad de dicho querer, esto es, el fundamento de la conducta impuesta por la norma.
Aparece claro también que el «debe hacer», que preceptúa la norma, no es el debe-ser ideal (del que depende), sino una especificación de este mediante un imperativo. En otros términos: las normas no imponen la realización de valores considerados como tales. Si bien es cierto que se fundan mediatamente en ellos, al preceptuar un debe ser a las tendencias, se limitan a orientarlas hacia su realización
El debe ser en el plano ideal es, pues, el debe ser de los valores. El debe ser- normativo, el debe-hacer, fundado en aquél, es el debe ser de las tendencias, que se convierten en exigencia para la voluntad mediante una orden o mandato, que significa una especificación del debe-ser ideal.
Desde el punto de vista ontológico él debe ser normativo implica la realización del ser en tanto que querido que es el valor que se impone a nuestro querer.
2. La norma como objeto cultural
Las normas de conducta que apunta hacia los valores, pertenecen al mundo de la cultura.
Con Rickert, entendemos por cultura «lo producido directamente por el hombre actuando según fines valorados, ya sea si una cosa existe de antes, como lo cultivado intencionalmente por él en atención a los valores que en ello residan» [10].
Constituyen la cultura todos aquellos productos que nacen de la actividad objetivamente del hombre, cuya variedad es verdaderamente infinita, tales como el lenguaje, el mito, el arte, la ciencia, la filosofía, la técnica, el derecho.
Las creaciones culturales significan la encarnación de valores en el mundo de las cosas. La persona humana que las realiza es una verdadera «instancia mediadora» entre esos dos reinos.
En cada objeto cultural debe distinguir tres ingredientes: el soporte material, el espíritu y el valor.
La objetivación solo puede realizarse gracias a ese soporte que es como la base para los otros componentes. Colores, sonidos, palabras, escritos constituyen ese elemento.
Más importante es el espíritu que se «materializa» en las cosas, y que queda en ellas como un sentido. Ese sentido puede ser obra de un nombre individual o de un sujeto colectivo, pero necesita independizarse sus creadores para asumir rango cultural.
Finalmente, se dan los valores. «El valor no es un elemento efectivo en la cultura, como es la objetivación espiritual con la base material, sino la referencia ideal que la determina. Los valores planean sobre el individuo y cultura los gobiernan en mayor o en menor medida desde arriba» [11].
La cultura es, pues, objetivación espiritual, o para designarla con frase de Hegel, «espíritu objetivo».
La objetivación del espíritu se realiza de varios modos que lo son, no del valor, sino de las estructuras culturales, de su realización. Freyer ha propuesto una interesante clasificación: 1) formaciones o creaciones (teorías: doctrinas religiosas, la filosofía y las ciencias, obras de arte) que tienen cabal sentido en sí mismas; 2) útiles, maquinarias, herramientas (esto es, todo lo que ha sido hecho para algo, que tiene propósito aplicativo práctico); 3) signos (el lenguaje, la notación matemática o química, etc.) que expresan algo; 4) las formaciones sociales (la costumbre, el derecho) en las que se encarnan el espíritu colectivo; y 5) la educación, como esquema al que el individuo se incorpora» [12].
La cultura, que constituye la más genuina creación del hombre, influye constantemente sobre él. Si bien es cierto que significa ese ambiente propio de la persona, que traduce sus más hondas necesidades espirituales, en cuanto se objetiva, en cuanto se concreta en creaciones, ejerce las más diversas y profundas influencias sobre la vida de aquella.
Las normas, cualquiera que sea su contenido, sea éste religioso, moral, jurídico o de trato social, expresan mediante signos, un debe ser que hace referencia a valores. Constituyen auténticas creaciones culturales.
[1] Aristóteles, Ética Nicomáquea. Versión de A. Gómez Robledo. México 1957. Lib. I. pág. 21.
[2] Los valores se caracterizan no porque son sino porque «valen», como lo anotó Lotze. La tesis subjetivista afirma que los valores son independientes de la valoración. Para Meinong son impesiones subjetivas y variables en función de los sentimientos, según Ehrenfels dependen de la deseabilidad. Como lo anota García Morante «la serie de las impresiones subjetivas de agrado o desagrado no coinciden ni de hecho ni de derecho, con las determinaciones objetivas del valor y del no valor». Por su parte, el objetivismo axiológico considera que los valores son autónomos, independientes de todo sentimiento o deseo. Para Scheler son esencias irracionales que se dan a una intuición emocional y tanto los valores como sus conexiones son apriorísticos. Según Hartmann, los valores constituyen un reino especial de objetos que no se pueden ver ni. tocar y que sólo son dprehensibles por intuición del espíritu. Nada existe que no sea ser, por lo cual hay que entender que el valor pertenece al mundo del ser. El bien constituye una de las propiedades trascendentales del ser de donde se desprende que ser y bien coinciden. Ens et bonum convertuntur, dice el adagio escolástico. El ser-esto es, el bien- en tanto que querido, como fin de la acción, es el valor. «El valor, dice Lavelle, es el ser mismo definida como objeto de un supremo interés, es decir, de un acto de amor».
Los valores’ presentan ciertos caracteres: la bipolaridad, contraposición de un valor a su contrario, implicancia reciproca derivada de esa fuerza expansiva» de los valores que arrastran a los demás a su propia esfera, su referencia hacia algo, valen con relación a un determinado fin – imponen una preferencia, se ordenan dentro de una jerarquía y son extraños a la cantidad, al tiempo y al espacio.
Scheler, teniendo en cuenta los criterios de extensión, divisibilidad, fundamentación y profundidad de la satisfacción y el preferir, propone una ordenación jerárquica o «tabla de valores» en la que figuran en primer termino y en el nivel más bajo «lo agradable» y «desagradable», en segundo término los valores vitales (noble y vulgar), sobre éstos se hallan los valores espirituales (lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, los valores de conocimiento) y, finalmente, los valores de lo santo y lo profano. También han sido divididos los valores de subordinantes y subordinados; en sensibles y espirituales y, atendiendo a su contenido, en útiles (Economía) belleza (Estética) bien individual (Moral) bien social (costumbre y Derecho) y santidad (Religión).
[3] Sobre los valores véase: Stem: La Filosofía de los Valores. Universidad Nacional Autónoma de México, 1944sser. La estimativa o la filosofía de los valores. Madrid, Sindicato del Libro Español, 1932-Scheler. Ética-Humanos. Ed. Argos. Buenos Aires. 1947.- N. Hartmann: Ontología. Fundamentos. Fondo de Cultura mica, México 1954 – M. García Morente: Lecciones Preliminares de Filosofía. Ed. Losada, Buenos Aires. Risieri Frondizi: Qué son los valores. Breviarios del Fondo de Cultura Económica, México.
[4] Recasens Siches. ob. cit., pág. 50.
[5] Scheler. ob. cit., pág. 266-267.
[6] id. pág. 267
[7] idem.
[8] id, pág. 272
[9] idem.
[10] H. Rickert, ob. cit., pág. 37.
[11] Francisco Romero. Eugenio Pucciarelli. Lógica. Espasa-Colpe Argentina, pág. 221.
[12] Francisco Romero: Filosofía Contemporánea Ed. Losada, Buenos Aires, pág. 142.