Corría el año 1993 y lo recuerdo parado en la rotonda de Derecho, riéndose alrededor de un grupo de alumnos y alumnas. Llamaba la atención el profesor de la sonrisa de niño, que siempre respondía un saludo. Al ciclo siguiente, llevé con él un curso, que cambiaría mi vida. Lo busqué en su oficina, luego lo busqué en su casa de Jesús María… y siempre abrió la puerta con la misma sonrisa. La misma calidez. Eran tiempos de mucha violencia en el Perú, de cambios políticos nefastos y de un egoísmo que nos robaba los sueños. Pero allí estaba el profesor que se empeñaba en derrumbar tanto caos y desgracia, con el entusiasmo y su calor humano. La puerta que abrías no era la de tu casa, ni la de tu oficina, era la puerta hacia un mundo mágico que sólo tú entendías a la perfección.
Querido Javier, hoy que nos toca aceptar la dolorosa realidad de tu partida, déjame hablar de ti. Yo sé que en ese mundo mágico, habían reglas también. La primera era hacer sentir al invitado como un Dios del Olimpo. Y eso pasaba por escuchar, más que hablar. Nos escuchabas con atención y paciencia. Siempre había un gesto tuyo que coronaba tu actuación como personaje salido de un cuento. Recuerdo que yo por esas épocas no tomaba ni una gota de alcohol, así que decidiste comprar “los juguitos de fruta en botella” o caminábamos al “Juguito de Jesús María” a tomar la lúcuma con leche que tanto te gustaba. Eso sí, otra de las reglas era tu generosidad: tú pagabas siempre.
El mundo mágico también tenía un contexto musical. Desde Mercedes Sosa y Ana Belén hasta Silvio Rodriguez o Serrat. Por primera vez escuché la belleza de “Canción del elegido” o de “Hombre” de Silvio Rodriguez. O esa frustración del amor puro en “Candilejas”. Todas las virtudes las resumías en la entrega, el compromiso y la pureza del amor del Principito por su rosa. En tu mundo mágico, hubo otra regla: “lo esencial es invisible a los sentidos”. Vaya, qué belleza.
En este mundo mágico, cuya puerta la abres tú como maestro, nunca te sentiste un abogado. Lo dijiste muchas veces: “más que abogado, me siento profesor”. Claro, el abogado a veces está obligado a defender el interés de su cliente, tú defendías la justicia. Esto no significa que renegabas de tu profesión, al contrario la amabas a tu manera. Alguna vez dijiste que no podrías defender al trabajador que maltrataba a su esposa o a sus hijos, a pesar de que siempre estuviste del lado de los trabajadores. El componente ético en tu mirada del Derecho, siempre estuvo presente. Y te vestiste de abogado varias veces, para defender causas justas ante los tribunales.
En este mundo mágico, que nos permitía escapar del caos de la vida y que construiste tomando como pretexto el Derecho Laboral, tampoco estaba permitido quedarse. Había que regresar a la vida de todos los días para transformarla. Es verdad, que una de tus frases fue “el mañana no existe”. Pero ello no implicaba quedarse en el mundo mágico. Había que disfrutar con intensidad el aquí y ahora…pero, había que volver renovados, llenos de vida, de entusiasmo y de fuerza. De ahí que, cuando hablábamos de cosas tristes, había otra frase “ya basta de tristeza”. No todos los días ganabas esa batalla del entusiasmo, pero sí puedo decir que luchabas todos los días con la misma dignidad y entereza.
La dignidad. Era lo que te sostenía y te empujaba a vivir. Nunca te oí hablar de tu dignidad. Reconocías la dignidad del otro. Recuerdo que una vez, mientras regresábamos de un evento, me dijiste: “la dignidad de los trabajadores y de la gente que sufre es lo que me hace vivir”. Y la verdad es que tú sufriste, como todos nosotros sufrimos, pero pocos tienen la dignidad y la decencia de aceptarlo. Resististe una enfermedad por muchos años, con una grandeza impresionante. Nunca una queja, nunca un negativismo, porque sabías que en el mundo mágico tenías que estar pleno para aquél que te necesite.
Y cuando hablabas de dignidad, también hablabas de resistencia. La vida nos golpea, te maltrata, te vapulea, pero la sigues queriendo. El paso de los años trae sus desencantos y frustraciones inevitablemente, sin embargo, la dignidad hace que tu espíritu no se avinagre. Cuando te golpean o te insultan, y de eso recibiste mucho, lo más normal es volverte malo. Es volverte insensible. Es volverte desconfiado. Pero Javier, tú hiciste lo contrario. Nos decías: ¿qué es vivir en un mundo sin amigos y sin confianza?. La tristeza absoluta. Me dijiste una vez: “En ese momento, se acaba todo. Tú mismo te cierras la puerta para ser feliz. Porque la felicidad está en el calor humano, en la confianza y en la vida”. Vaya, Javier, ahora entiendo muchas cosas, aunque me da miedo confundirme y desviar el camino. En eso, tú eras el Maestro y eras luz de ese camino al mundo mágico.
La vida te puso en posiciones de poder, que nunca buscaste. Fuiste Decano y Ministro de Estado. Y cuando llegaste, fuiste un hombre con poder…pero, libre. Hiciste lo que debías hacer. Siempre mirando la justicia. Sabías que tu paso por los cargos eran temporales y había que avanzar rápido en todos los retos. Llegaste a los puestos sin deberle favores a nadie. Y eso, te hizo distinto. Hay algunos que llegan a los puestos por negociaciones o por compadrazgos, pero tú nos enseñaste que se puede llegar “con brillo”, “sin hacer trampa”. Sólo ese brillo, me dijiste una vez, te da libertad. Respetabas disciplinadamente la libertad de los demás. Y, después de muchos años, pude entender que lo hacías, porque eso te daba autoridad moral para luego pedir a todos que respeten tu libertad. Hiciste lo que te dio la gana, sin soberbia. Tu fuerza nunca estuvo en el dinero, ni en el poder, ni en la vanidad, ni en las joyas, estuvo en tu calidad humana y en ese mundo mágico que construiste.
Me voy, Javier. La verdad que es muy doloroso escribir estas líneas, mientras todavía nos golpea con fuerza tu recuerdo. Hoy hemos hablado de ti e imagino que me estás escuchando. Otra de tus frases era: “La del estribo”. Significaba que era la última copa de vino, el último vodka o la última canción. Como ni tú querías salir del mundo mágico, ni los que estábamos contigo nos queríamos ir, aprovechabas para inmediatamente a “la del estribo” incorporar el también conocido como el “pero antes…”.
Pero antes…, quiero decirte también que resalta en ti, además de la dignidad y la libertad, el haber sido un hombre fino. Con defectos, como todos, pero con una bondad inmensa para alcanzar la belleza absoluta. La belleza de los poemas de Benedetti. La belleza en el coraje y el heroísmo de Aquiles o Héctor o en los combatientes de las Termópilas. Aspiraste lo que enaltece a un ser humano. Nunca te fijaste ni en los zapatos caros, ni en la ropa de moda, ni en los autos imponentes, ni en la casa lujosa. Invertiste tu dinero y tu tiempo en libros de cuentos y poemas, que nos prestabas a todos, en invitaciones a viajes, a almuerzos o cenas en los mejores restaurantes de Lima o en las incontables botellas de vino o vodka. Y también ayudabas económicamente a jóvenes para que estudien o ayudabas a enfermos. Lo hiciste con discreción, sin ufanarte de nada. Invertiste en todo lo que convocaba a tus amigos, porque lo que te interesaba era el momento de felicidad que sólo el mundo mágico podía generar. Invertiste en los “ladrillos” que te servían no sólo para construir el mundo mágico, sino en los que sirven para extender el mundo mágico a las vidas de los que te rodeaban.
Amigo querido, disculpa si te digo que te vamos a llorar por mucho tiempo. No puede ser de otro modo. Eres un amigo especial, leal, honesto, generoso y que nunca dejaste que los golpes de la vida te envenenen el alma. Maestro, nunca nos abandones y muéstranos siempre el camino correcto en los momentos de duda y angustia. Nos dejas la pauta del mundo mágico, aquel que tú, como gran anfitrión, abrías con esa sonrisa eterna de niño. ¿Esa era la llave, verdad?. O, quizá hay algo que no entendí bien. En fin, hoy hablamos de ti, Javier. Y ya no me puedes contestar. Empezaré por creer que la llave es la sonrisa. ¿Y si no lo es?. Seguiré buscando día a día, hora tras hora, hasta encontrar ese mundo mágico que tú conocías a la perfección. Allí te encontraremos siempre.
Descansa, Javier. Ahora sí me voy.
Virus miserable, tú que sólo sabes traer tristeza y tormento, te llevaste al mejor, al profesor que luchó todos los días de su vida por ser luz, entusiasmo, alegría, humildad, honestidad, tranquilidad, equilibrio, resignación, generosidad, dignidad, libertad…