En Francia, un juez desestimó la demanda interpuesta a la dueña de un gallo. Los demantes: una pareja de jubilados atormentados con los cantos matutinos del gallo de granja Maurice. Este caso ha sido representado como el choque entre el mundo rural tradicional y los visitantes urbanos que acuden al campo para vacacionar.
Los turistas propietarios de una casa de campo en la isla de Oléron, Francia, argumentan que los cacareos del gallo Maurice son un «perjuicio sonoro». Sin embargo, el tribunal francés impuso a los denunciantes el pago de mil euros por daños y perjuicios a la dueña del gallo, Corinne Fesseau, informó su abogado. Además, tendrán que abonar los gastos del procedimiento.
La propietaria del gallo consideró que este juicio representa una victoria contra la ciudad. «No tengo palabras. Ganamos. Es una victoria para toda la gente en mi misma situación. Espero que sirva de jurisprudencia», declaró la dueña del gallo a la prensa.
Parte demandante
El abogado de la pareja jubilada alega que la dueña del gallo instaló su gallinero a dos metros de la habitación de sus clientes. Esto fue hace un par de años, ya que los ancianos tienen su vivienda en esa zona desde el 2004.
Tras varios intentos frustrados de negociar con Fesseau un acuerdo, aseguró este verano el letrado, los vecinos decidieron acudir a la justicia, afirmando que Maurice constituía un “perjuicio sonoro”.
El caso no es un juicio de «la ciudad contra el campo». «Es un problema de perjuicio sonoro». El gallo, el perro, el claxon, la música… se trata de un caso sobre el ruido», argumentó durante la audiencia el abogado, quien además sostuvo que la zona donde se encuentran las casas —y el gallinero de Maurice— está clasificada como zona residencial, «no es campo!», insistió.