Queridos colegas, compartimos con ustedes el discurso del profesor Gorki Gonzales Mantilla pronunciado con ocasión del otorgamiento de la medalla de oro y el reconocimiento como Hijo Predilecto de la ciudad de Arequipa.
La ceremonia pública se llevó a cabo en el auditorio del Colegio de Abogados de Arequipa el 25 de febrero de 2022.
Buenas noches:
Agradecer a las personas que han contribuido a hacer posible esta ceremonia es una prioridad. Al alcalde de la municipalidad de Arequipa, al presidente del Consejo Regional y, por supuesto al Decano del Colegio de Abogados que hoy nos brinda este excelente auditorio. A ellos va mi agradecimiento. Son nuestras autoridades y además de haber hecho posible esta reunión, tienen la responsabilidad de cautelar la existencia de nuestras comunidades.
Por eso diría que una primera consideración provocada por la idea de los agradecimientos es que todos nos debemos a la comunidad de la que provenimos y a la comunidad en donde nos hemos formado, a la comunidad en la que crecemos y aquella en donde vivimos. Las comunidades son espacios reales, pero también son espacios imaginarios y muchas veces estos últimos son más importantes que los primeros.
Sospecho que una de las comunidades que tiene gran significado para muchos de los presentes en esta sala, es la originada en el legado del pensamiento y la obra de los arequipeños que desde el derecho y la política han contribuido al país y a la formación de la república. La lista es muy larga así que solo mencionaré los nombres que me vienen al recuerdo: ahí está Evaristo Gómez Sánchez, fundador nada menos que de la Academia Lauretana de Ciencias y Artes, predecesora de la Universidad San Agustín y también de este Colegio de Abogados. Gómez Sánchez tuvo una destacadísima presencia en el proceso republicano ya sea como diputado y como juez de la Corte Suprema, pero también están los nombres de los célebres juristas de la república del siglo XIX Toribio Pacheco, Francisco García Calderón, José María Quimper, el político y pensador Víctor Andrés Belaunde, el presidente José Luis Bustamante y Rivero, el tribuno Francisco Mostajo, el gran jurista y político Héctor Cornejo Chávez, el enorme profesor y jurista Alfredo Cornejo Chávez, los políticos Roberto Ramírez del Villar, Enrique Chirinos Soto, el historiador del derecho, magistrado del Tribunal Constitucional y entrañable amigo, Carlos Ramos Núñez.
Me parece que esta comunidad ha dejado una estela muy grande, incesante y capaz de abrazarnos a todos: por encima de las diferencias entre los nombrados, sea por el pensamiento, o por las distancias generacionales y hasta por la procedencia social, es una comunidad que funciona, que está presente en la cultura de los arequipeños.
La expresión que mejor define esta idea quizás proviene de Aristóteles: la capacidad y la fuerza de hacer algo fundamental para mejor las condiciones de vida de nuestra ciudad o de nuestro país. La capacidad para transformar nuestras propias vidas y las vidas de quienes nos rodean. Los nombres mencionados, que esta noche impregnan con sus biografías cada centímetro de esta sala, reflejan con intensidad esta capacidad, están presentes en esta atmósfera y se forman como imágenes poderosas en nuestras mentes. Se revelan a través de sus ideales y valores para iluminar con fuerza y lucidez la estructura y potencia a las cosas que hacemos.
Diré que el impulso de esta comunidad está presente, en mi caso y como arequipeño, desde que me fui a vivir a otro lugar hace más 30 años. Esta comunidad es la inspiración para cuando se está lejos y es la energía que se siente cuando se vuelve a la ciudad, que se siente en esta sala.
Pero la idea de comunidad cambia, evoluciona, se diversifica, se complejiza y se especializa. Por eso hoy se habla de partidos políticos, orientaciones sexuales, actividades deportivas, profesiones, religiones y otras que se encuentran en la idea de una comunidad que las representa.
Me parece muy importante entender esta última idea, pues es el signo de los tiempos, supera las fronteras del estado-nación y otorga realidad al significado del mundo cosmopolita. Ahora hablamos de multiculturalidad y de pluralidad cultural para reconocer la existencia de comunidades anteriores, originarias, pero también de comunidades que han surgido en el proceso histórico, producto del propio reconocimiento de las identidades colectivas e individuales.
Sin embargo, la comunidad como expresión de la diversidad no deja de reconocer los elementos comunes que hacen posible su coexistencia. En este punto están las líneas que conectan esas diferencias. Diría que es la forma de entender la idea de República. Recordemos que en el sueño del constitucionalismo del siglo XVIII el régimen político no se abrió paso únicamente sobre la base de la libertad y los derechos. El régimen político en donde estas ideas se empiezan a vertebrar exige el compromiso de todos los ciudadanos. Exige el reconocimiento del bien común como prioridad, como bien mayor. Y a esa idea nos remite la república.
En el Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil John Locke formula la premisa del estado de sociedad como expresión de la comunidad política. El fin supremo del legislativo, dice Locke, es la preservación de la comunidad y sus miembros. Por ello, diría, el orden que surge de las ideas liberales no es ingenuamente individualista, porque incluso las posturas individualistas necesitan de la comunidad para existir.
La comunidad que tanto apreciamos, lo es porque nos permite ser, porque preserva nuestros valores, nuestras identidades, nuestras preferencias, nuestras orientaciones. Todo ello existe en la medida que se debe a una comunidad y esa es la comunidad política, la comunidad republicana.
Agradecer a nuestras autoridades por esta reunión nos lleva a este punto: la república. Y entonces, quizás debamos admitir que en las últimas décadas la hemos tenido postergada. La república no ha sido una prioridad para los que, como hipótesis, formamos parte de ella. La república en un sentido moderno es el régimen de gobierno ordenado por principios y leyes que compartimos todos los miembros de la comunidad. La arbitrariedad o el capricho no son rasgos compatibles con la idea de república, por eso surge por oposición al antiguo régimen estamental y absolutista.
Pero un régimen basado en principios y leyes compartidas exige realidad. La república exige de sus miembros compromiso y lealtad con los valores republicanos. La república necesita ciudadanos virtuosos, diría Aristóteles. Hoy decimos que esas virtudes se traducen en tolerancia, empatía con las diferencias culturales, respeto por las ideas ajenas, compromiso abierto con los derechos fundamentales y libertades, mayor participación en el proceso público. Todas estas condiciones y diferencias hacen nuestra república, sin ellas no vamos a ninguna parte.
La comunidad de abogados tiene una enorme responsabilidad en este asunto y seguramente, la comunidad de abogados arequipeños se debería sentir aún más vinculada por este apremio. Los abogados tienen una responsabilidad muy grande porque su trabajo moldea las instituciones que forman la república. Todos los abogados, como litigantes, jueces, fiscales, procuradores, consultores producen un determinado significado en las instituciones. Su trabajo termina afectando en todos los sentidos la vida de los demás miembros de la comunidad republicana.
Por esa razón, la responsabilidad de quienes nos encontramos en esta sala es enorme. Nuestro trabajo tiene que ver con la república, se debe a la república. No tenemos escapatoria. Y se diría que tenemos una cuota de mayor responsabilidad en el estado de cosas actual del país. Quizás porque le hemos dado mayor importancia al interés individual que a la comunidad, sin entender que nos debemos a la república y, por lo tanto, somos responsables de lo que ocurra con ella.
Basadre hablaba de la promesa republicana: una promesa incumplida, no solo por culpa de nuestros gobernantes y autoridades, también por responsabilidad de todos los ciudadanos y, como he dicho, de nosotros, los abogados.
La república hace posible el ejercicio de las libertades, por ello necesita mejores condiciones para que todos puedan hacerlo. Esto la retroalimenta. Las libertades serían una ilusión si no existieran condiciones para ejercerlas. Por esa razón, la república exige que las personas estén en pie de igualdad. Sin igualdad no hay libertad.
Uno de los representantes más brillantes del liberalismo político de fines del siglo XX y comienzos del presente, me refiero a Ronald Dworkin, ha puesto de manifiesto la importancia de reconocer que la igualdad es el fundamento de la libertad. En esa misma perspectiva la justicia, como la idea de lo “correcto”, termina siendo una idea sin contenido o una evocación puramente retórica si no se construye sobre la base de la igualdad.
La igualdad es una noción compleja porque responde a las condiciones de cada persona y de cada comunidad. La igualdad no quiere decir que todos estemos en un estado idéntico desde todo punto de vista, eso no es posible precisamente por la diferencia que nos define como seres humanos y comunidades. Y de hecho lo que otorga existencia a la república es la diversidad y la diferencia. La igualdad compleja exige que todos tengamos las condiciones para desarrollar nuestras libertades, o que todos podamos desplegar nuestras capacidades independientemente de las circunstancias. Para ponerlo en tono extremo, pensemos en la discapacidad y lo que se requiere en esos casos tan diversos para ejercer las capacidades aún frente a una determinada discapacidad. Ese mismo razonamiento opera cuando se trata de diferencias culturales.
Las virtudes republicanas exigen reconocer la diversidad cultural como una pieza clave de nuestras vidas y de los valores que están en la base de nuestras comunidades más próximas. La idea de república exige la defensa de la igualdad compleja, pero esta es la mayor carencia de nuestra historia como país. Y diría que este es un déficit que se ha hecho significativo luego del golpe de Estado de abril de 1992. Con ese episodio se instaló en la consciencia colectiva el culto al individualismo y el desprecio por la comunidad. Así se entiende el abandono de lo público y la exaltación de lo privado. La república entonces pasó a convertirse en una expresión puramente semántica, un instrumento para que el régimen dictatorial se mantuviera en el poder. En ese contexto la desigualdad creció en un sentido directamente proporcional al crecimiento de la riqueza de algunos pocos en el país.
La comunidad republicana es la sede de todas nuestras pequeñas comunidades. Como decía, las reales y las imaginarias. Por eso es indispensable fortalecerla desde sus bases creando condiciones para la igualdad. Me parece que los abogados podemos aportar mucho si tomamos en serio nuestro trabajo. El ejercicio de la abogacía, aún en el plano privado, puede tener una ética republicana y propiciar condiciones de convivencia e igualdad en el entorno. El individualismo hegemónico en la profesión legal, no deja ser la más grande hipocresía porque, como ha dicho Pierre Bourdieu, existe gracias a las ventajas que la comunidad republicana le brinda. Eso puede cambiar si nos lo proponemos.
Pero la idea de comunidad que resulta de esta reunión me regresa, en la memoria, a los años de mi niñez y adolescencia en Arequipa, en San Lázaro, donde en aprendí el significado del barrio popular, expuesto a los contrastes de una ciudad en crecimiento, con una clase media en formación, expuesto también a los autobuses de la Yanahuara cuando hacíamos el partido de la semana en plena pista. Pertenecí a esa comunidad y es seguro que sobre ella se ha construido algo de la identidad que me fui forjando con el tiempo. Algo que ni el Colegio La Salle con toda su exigencia académica y disciplina religiosa ha podido borrar, diría que más bien se sobrepuso como parte de mi proceso de formación, pero también como parte de una comunidad a la que me debo.
El sentido republicano lo reencontré en una clase con el profesor Alessandro Pizzorusso, uno de los comparatistas más célebres de Europa, en la Universidad de Pisa, cuando hacía mi doctorado. Recuerdo que el profesor preguntó a quién pertenecían los jueces y mientras se iban descartando posibilidades, ni el pueblo, ni el gobierno, Pizzorusso dijo: “Los jueces pertenecen a la república”. Por eso son actores tan importantes para el sistema político. Ellos cuidan los valores republicanos, los valores que nos unen, que nos dan estabilidad, que nos permiten tener historia, que nos permiten tener y ejercer derechos.
El valor de la república, la importancia de los valores compartidos que implica para un país culturalmente diverso, con las enormes brechas sociales que presenta el Perú, ha estado en mi mente con mayor fuerza desde aquellos años y se ha convertido en una forma de abordar la comprensión de los problemas del derecho.
Esta ruta y lo que soy me permiten ahora reconocer el peso de la comunidad de profesores que orientó mi incursión en el estudio y la investigación del derecho. Primero el espíritu crítico y motivador de Alfredo Cornejo Chávez y luego Marcial Rubio Correa quien me aproximó a la investigación y me dio el aliento para avanzar; Armando Zollezzi Möller, otro arequipeño ilustre, que estuvo en el proceso de mi incorporación a la docencia en la PUCP y se convirtió en un paradigma ético de mi vida profesional; sin duda, Fernando de Trazegnies, pues con él comprendí la necesidad de superar los límites de la teoría del derecho para incursionar en las otras disciplinas que lo vinculan a la realidad. El tiempo en otras universidades me han dado la suerte de contar con el respaldo siempre incondicional de profesores comprometidos con la idea de universidad y la comunidad que ella implica. Joseph Thome de la Universidad de Wisconsin me acercó a valorar más la importancia del Critical Legal Studies al punto que se ha convertido en un activo de mi forma de mirar el derecho. En Italia, además de Alessandro Pizzorusso, el profesor Roberto Romboli también en Pisa, me dio su respaldo y se comprometió con mi trabajo, factores cruciales durante mis estudios de doctorado.
Pertenezco a una comunidad universitaria que se integra por muchos de los que esta noche nos acompañan. La pasión de aquel período sigue intacta cuando la evoco. Pero también están quienes nos faltan. No puedo dejar de mencionar a Renzo Leyton, querido y entrañable amigo de quien aprendí a crecer. Su ausencia es algo que aún me duele en lo más profundo del alma. Y Luzgardo Medina de quien siempre pensé que era inmortal, pero luego entendí que la inmortalidad estaba en su poesía.
Debo agradecer a mis padres Magdiel Gonzales y Lidia Mantilla por su esfuerzo y el enorme trabajo que debo haber significado para ellos como hijo. En cada momento y por separado. A mi querida hija María José por su fuerza, su alegría, su inteligencia y su enorme talento. Estoy en deuda con ella y siempre lo estaré por el tiempo que le debo.
Esta ceremonia es el punto culminante de un proceso en el que siempre me veo acompañado de mi abuela materna Carmen Carpio Cervantes. Ella nació en el distrito de Sachaca, enviudó muy joven y se fue a vivir a San Lázaro donde tuvo desde siempre una bodega. Ahí trabajó más de 60 años. De niño y adolescente pasaba períodos largos con ella, pero de joven no dejaba de verla. Murió a los 94 años. De ella aprendí mucho por su inteligencia, su férreo sentido de la honestidad, la compasión, el sentido del trabajo y su compromiso con los más necesitados, también genuinos valores republicanos. Aún siento su calidez y ternura, pero también la fuerza de quien luchó todos los días de su vida sin perder su gran sentido del humor y sin dejar de pensar en los demás, en su comunidad. Carmen es la auténtica hija predilecta de esta ciudad.
Muchas gracias,
Arequipa, 25 de febrero de 2022