En las últimas semanas se ha comentado mucho sobre la reforma del proceso civil y el cambio del juicio escrito al oral. Se quiere replicar el «éxito» de la reforma del proceso penal en el civil. Y, para ser justos, la moda de la «oralidad» no es un fenómeno latinoamericano exclusivamente. En Europa y África también se tiende a creer que un juicio oral es más rápido, menos corrupto y más «profundo» que un juicio escrito.
Sin embargo, como demostraré a continuación, nada de esto es cierto. Que los juicios orales son mejores que los escritos es el mito más grande del derecho procesal moderno.
Primero, no son más rápidos. Por definición, un juicio oral siempre será más lento que uno escrito. La razón es obvia: un juicio oral requiere más pasos y más plazos que uno escrito. Mientras un juicio escrito puede terminarse en un mes (demanda, contestación y sentencia, así como pasa en los procesos ejecutivos), un juicio oral no solo necesita estos tres pasos, que también se presentan por escrito, sino además requiere al menos una audiencia, que siempre toma su plazo (como podrán testificar varios lectores, una forma usual de retrasar un juicio es fijando una vista de la causa para dentro de un año) y también debe incluir la lectura de la sentencia oral (que, como podrán testificar también mis lectores, es la otra forma usual de retrasar la emisión de una sentencia todavía más).
Es hasta cuestión de sentido común. Si lo pensamos, un juicio oral requiere el doble de trabajo que uno escrito. En un juicio oral todo se repite al menos dos veces: la demanda se escribe y luego se expone en la audiencia, lo mismo pasa con la contestación y luego, si hay pruebas, pues también primero se adjuntan en la demanda y luego también se exponen y revisan durante una audiencia (audiencias que pocas veces no son circulares sobre las mismas ideas que las partes han escrito en sus descargos).
Lo peor de todo es que todo este trámite no habrá sido útil pues, al final, con o sin audiencia, el juez solo podrá decidir «viendo los papeles», algo que ni la mejor audiencia del mundo lo podrá salvar.
Segundo, también es falso que la justicia oral sea menos corrupta que la escrita. Tal como demuestro en mi libro, de los diez países menos corruptos del mundo, la mayoría tienen juicios escritos. En esto las pruebas empíricas (no los prejuicios), son concluyentes: es el salario, el ingreso, lo que define el escore de la corrupción a nivel mundial. Corromper a un juez será más caro en la medida que este juez gane más, razón que explica porque un juez suizo es mucho menos corrupto que uno latino. ¿Queremos jueces tan poco corruptos como los suizos? Pues comencemos a pagarle como a los suizos.
Y finalmente, tampoco es cierto que en juicio oral se discuta «más y mejor» el fondo de la controversia. De hecho es hasta al revés. En los juicios orales, los abogados pueden hacer bluffs y distraer con giros argumentativos la atención de lo verdaderamente importante. Nada de esto se puede hacer en los escritos. Piénsalo un minuto, en dónde es más fácil ser retórico, en dónde es más fácil hacer show: ¿en un juicio oral, o en uno escrito? No es casualidad que la retórica haya nacido en un juzgado. Y no mientras se escribía, sino mientras se exponía.
Todo lo anterior ya debería ser suficiente para dejar la «fiebre por los juicios orales». No son tan cool como pensamos y por eso los abandonamos hace miles de años. Sin embargo, los defectos que hoy señalo apenas son la punta del iceberg. Hay otros defectos que ni siquiera se están mencionando. Por ejemplo, el costo. Un juicio oral es mucho más costoso que uno escrito. Requiere cámaras, internet, soportes, sala de audiencia y al menos un camarógrafo. Nada de esto pasa en el escrito, que solo necesita papel. Y disculpen, pero el tema de costo es importante. Todos los años, todos los poderes judiciales de la región se van al menos una vez al paro por pago insuficiente. Es claro que el problema no es por falta de cámaras. Es por falta de incentivos.
Ahora bien, ¿significa que los juicios escritos actuales son perfectos? Para nada. Comparto la frustración y descontento de mis colegas. La justicia en América Latina está lejos, muy lejos, de ser deseable. El Poder Judicial se percibe como la institución más lenta, corrupta e impopular del continente y con razón. Necesitamos hacer un cambio, y pronto. Pero no creo que este cambio vaya por pasar del papel al show en redes sociales (de hecho la historia fue al revés, primero teníamos juicios orales, luego evolucionamos hacia el escrito). Creo más bien que la reforma debe apuntar hacia otros destinos. Por ejemplo, podríamos comenzar por crear incentivos económicos claros para los jueces. Que un juez gane en la medida que produzca sentencias firmes, como ya expuse previamente por este medio. O limitar los escritos de las partes a veinte páginas (así como se hace en las vistas orales, donde se les pide a los abogados que hablen máximo cinco minutos). O sancionar a los jueces por no emitir la sentencia dentro de los seis meses de iniciado cualquier juicio. Un juez hoy no tiene consecuencias si no cumple con sus plazos. Eso evidentemente deberíamos cambiarlo.
En fin, hay muchas, muchas opciones para optimizar el juicio escrito, todas más viables, baratas y eficientes que oralizar la justicia (por ejemplo, las expuestas arriba no requieren ni un dólar extra de gasto). Para muestra un botón: si la oralidad fuese la solución, los juicios laborales serían el modelo a seguir, orales desde hace diez años, aunque tan lentos y frustrantes como los civiles o los comerciales.