Con una gorra deerstalker y un perfil narrativo que luego le permitiría protagonizar otras tres novelas y 56 relatos cortos, Sherlock Holmes ingresó al mundo literario el 1 de diciembre de 1887: su autor fue Arthur Conan Doyle y su primer domicilio intelectual, las páginas de “Estudio en escarlata”. Casi 137 años después, le pertenece a todos y tiene la licencia de fumar su pipa en cualquier obra que desee acogerlo.
Ahora, libre en su totalidad de las leyes del copyright, el ‘sir’ del razonamiento inductivo es un elemento vacante para prosa, televisión y cine. Lo pudo haber sido antes –en 2013, junto con la primera parte absuelta del contenido ‘holmeniano’–, pero el Congreso de Estados Unidos modificó la Ley de Extensión del Derecho de Autor de 1998 y la amplió hasta 2022 para las creaciones que surgieron entre 1923 y 1977, un intervalo que comprendía a las últimas diez historias de Conan Doyle.
Sin embargo, en 2014 un abogado logró que el detective inglés más popular de la cultura narrativa y su círculo cómplice —¡Hola, Watson!— tengan oportunidades laborales en otros espacios sin el riesgo de enfrentar litigios con la familia del autor.
¿Cómo lo consiguió? Ya lo dijo Sherlock en “La liga de los pelirrojos” (1891): “Cuanto más extravagante es una cosa, menos misteriosa suele resultar”.
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La riña por el dominio público
La Conan Doyle Estate es la red que concibieron los descendientes del escritor y médico británico para vigilar los productos relacionados con Sherlock. Por eso, querido como es por todas las industrias, el detective ha inspirado productos que le han planteado a esta estirpe más de una batalla legal.
Una de ellas inició en 2013. Cuando solo los diez últimos cuentos sobre este personaje se encontraban bajo la tutela de los familiares de Conan, el abogado estadounidense Leslie Klinger, en coedición con Laurie R. King, armó la antología “In the Company of Sherlock Holmes” y se negó a pagar créditos de autoría.
Ya antes, en 2011, había pagado 5 000 dólares por concepto de licencia de un primer libro, pero lo había hecho porque el copyright aún se encontraba protegido.
La respuesta de los herederos fue veloz: el nuevo material escrito empleaba ideas del paquete de diez novelas que aún no eran de dominio público. Por tanto, además de la exigencia del pago, lanzaron la amenaza de que el saliente ejemplar no estaría en la cartera de productos ni de Amazon ni de Barnes & Noble ni de editoriales similares.
“Trabajamos habitualmente con esas empresas para eliminar de sus ofertas los usos sin licencia de Sherlock Holmes y no dudaremos en hacerlo también con su libro”, sentenciaron.
Klinger, representado entonces por el letrado Jonathan Kirsch, entabló una demanda y argumentó que Sherlock Holmes y los otros elementos estrellas –Watson, Moriarty y el 221B de Baker Street– ya eran parte de la memoria colectiva.
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“Klinger se resistió”
En diciembre, Rubén Castillo, del Tribunal del Séptimo Circuito, falló a favor de Klinger, y en junio de 2014, el juez Richard Posner rechazó la apelación que presentaron los herederos de Conan Doyle.
Esta última autoridad, además, criticó a la marca y, según recoge Reuters, escribió su parecer:
La táctica comercial del patrimonio de Doyle es clara. Cobrar un monto de licencia modesto, para la cual no existe base legal, con la esperanza de que el escritor o editor al que se le solicitó la tarifa la pague en lugar de incurrir en un costo mayor en gastos jurídicos. La estrategia había funcionado, pero Klinger se resistió.
En realidad, era un abogado que luchaba contra una práctica comercial de mala reputación, una forma de extorsión, y con la presente moción no busca obtener una recompensa, sino simplemente evitar una pérdida.
Posner, desde su posición de profesional de las leyes, explicó que la red Conan Doyle State jugaba con fuego al sugerir la desatención de estos espacios de ventas, puesto que significaría el despliegue de una estrategia de boicot. Vía correo electrónico, Klinger coincidió con la opinión del juez:
Nos sorprendió gratamente la vehemencia de su respuesta, aunque su denuncia del ‘modelo de negocios’ del patrimonio fue exactamente lo que hemos argumentado. Nos hemos sentido indignados, al igual que muchos otros, y el juez Posner lo entendió.
El triunfo de Klinger
Pero la contienda no había acabado. Doyle Estate apeló ante la Corte Suprema y pidió una suspensión de emergencia de la decisión del Tribunal del Séptimo Circuito; no obstante, la jueza Elena Kagan finalmente la desestimó.
En noviembre de 2014, Klinger anunció la publicación y comercialización —y de paso la emancipación— del “In the Company of Sherlock Holmes”.
Así, este emprendedor —que ejercía la abogacía en Westwood como especialista en impuestos, planificación patrimonial y derecho comercial— se posicionó como uno de los escritores expertos en el caos ficticio de Holmes. Incluso, en 2015, su obra se coronó en los Anthony Awards, los premios literarios para escritores de misterio.
Y aunque su firma en este rubro es amplia, se ha preparado para hacer de Sherlock un cosmos aparte. Incluso, fue asesor técnico de Warner Bros. en la película “Sherlock Holmes: A Game of Shadows” (2011) y también en Legendary Films para los dos filmes de Enola Holmes.
Y no le bastó con ser abogado y un hombre de prosa, también adoptó el papel del profesor que dicta cursos sobre Holmes y Drácula en UCLA Extension. Sherlock y Klinger, en el anverso y reverso de las hojas, comparten la cualidad de lo polifacético.