Dueño de una personalidad extravagante y de un carácter poco apacible, el legendario poeta José Santos Chocano siempre estuvo envuelto en la polémica. La historia de su decadencia inicia, paradójicamente, con su retorno al Perú, donde su creación poética fue celebrada y él fue homenajeado por las autoridades municipales limeñas. En el puerto del Callao lo esperaron poetas de la talla de José María Eguren y César Vallejo. Los títulos de «Hijo predilecto de la ciudad de Lima» y de «El Poeta de América» que le fueron otorgados por la comuna, estuvieron acompañados de una gran fiesta en el Parque de la Exposición. Chocano empezaba a manifestar una simpatía por el gobierno de Leguía.
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Con motivo de los cien años de la Batalla de Ayacucho, el poeta preparó un sentido discurso frente a diversas autoridades políticas y el público en general; elogiando las «bondades» del régimen dictatorial de Augusto B. Leguía. En el mismo sentido, Leopoldo Lugones, el poeta y político argentino, había señalado en su discurso que había llegado la hora de la espada en Latinoamérica. Por este hecho, el famoso periodista y político mexicano José Vasconcelos, criticó a los poetas en su artículo titulado «Poetas y bufones», publicado en el diario «El Universal» de México.
Chocano, herido en su orgullo, decidió atacar al intelectual en un ofensivo artículo titulado «Apóstoles y farsantes», que remitió a «La Crónica», de Lima, y a «El Universal», de México. Como respuesta, catorce intelectuales elaboraron una carta como acto de solidaridad. Entre los suscriptores se encontraban hombres de tallla de José Carlos Mariátegui o Luis Alberto Sánchez. Asimismo, un joven y estudioso periodista llamado Edwin Elmore también suscribió el acta. Pero su respaldo a Vasconcelos no se quedaría ahí, y expresó duras críticas al poeta en su programa radial y en un largo artículo enviado al diario «La Crónica».
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El director del medio se negó a publicar el artículo de Elmore, por considerarlo subido de tono. Chocano se enteró de la existencia de la nota a través de unos amigos, y decidió increparle por teléfono a Elmore por su actitud. ¿Hablo con el hijo del traidor de Arica?, le habría espetado el poeta al periodista, en referencia a su padre, quien habría traicionado al Perú en la guerra con Chile. Elmore respondió: Eso no se atrevería usted a decírmelo en mi cara. De este modo, los dos decidieron escribir sendos artículos para dedicarse epítetos.
Para mala suerte de Elmore, ambos se encontraron en la sede del diario El Comercio de Lima, cuando se disponían a ingresar sus artículos en la redacción del medio. Según el reporte del mencionado diario, en el primer piso del edificio del jirón Antonio Miró Quesada se identificaron el poeta y el periodista. «Al encontrarse ambos se produjo un violento y rápido cambio de palabras, que degeneró en agresión». Elmore empezó a golpear a Chocano con suma violencia, estampándole varios puñetazos. Como respuesta, el poeta sacó un revólver Smith de calibre 38 y disparó en el vientre del periodista, que se desangraba.
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El autor de «Blasón» tuvo que afrontar un largo proceso judicial. Al parecer, por su cercanía al gobierno tenía el apoyo de las autoridades judiciales, que mostraron una disposición benévola con su caso. Así, pese a la gran cantidad de testigos y a la propia declaración del director de El Comercio ante el Tribunal Correcional, la sentencia estuvo anticipadamente pactada por los jerarcas políticos. Sentenciaron a tres años de prisión a Chocano y una reparación civil de dos mil libras peruanas, al ser encontrado culpable de homicidio en primer grado. Sin embargo, en abril de 1927, el poeta fue indultado por el gobierno de Leguía, en lamentable decisión. Pese a esto, Chocano se opuso siempre a ser indultado, ya que consideraba que el único que podía perdonar era Dios, y sintió un profundo arrepentimiento por lo que hizo, como confesó en una carta a Joaquín García Monge:
Cumplo con manifestarle que si un escritor de contraria ideología hubiera sabido invitarme a ello -como se lo dije a cierto penalista español-, yo no hubiera reparado en ofrecerle que mi primer acto, al recuperar mi libertad, sería el de irme a arrodillar ante la tumba de Elmore, cuya muerte lamento más sinceramente que los que la explotan, para pedirle perdón por lo que, sin embargo, Dios y él saben que no intenté hacerle.