La pena de muerte y el dilema ético que plantea: una aproximación desde el anime «Death Note»

En los últimas semanas, a raíz del fenómeno de concientización colectiva que han provocado los escandalosos casos de agresiones sexuales en nuestro país, se ha empezado a debatir decididamente si se hace o no necesaria la aplicación de la pena de muerte en un contexto de creciente criminalidad. Y aunque constitucionalmente el Perú se encuentra impedido de adoptar este método inquisitivo (el gobierno ha ratificado el Pacto de San José), son varios los legisladores que proponen la restauración de la pena capital en casos de violaciones a menores de edad.

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Esta propuesta cuenta con una gran aceptación popular, pero ¿sería realmente eficaz? ¿Existe algún país en el mundo que preserve el orden social en base a este método cuasi medieval?, y más aún, ¿somos la sociedad idónea para realizar un experimento de esa índole?

En este breve post queremos extrapolar algunas ideas del famoso manganime Death Note, de gran suceso en Japón y el mundo, partiendo de una visión que busca el equilibrio entre la criminología crítica y la deconstrucción de la modernidad. De inicio queremos aclarar que no compartimos la idea de su imperiosa necesidad, pero que eso no nos exime de ser cautos al analizar métodos punitivos alternativos al que rige en el hemisferio occidental.

Light Yagami es un estudiante de 17 años que, azarosamente, un día encuentra una libreta con el poder de eliminar a quien desee solo con escribir su nombre y conocer su rostro. Ese es el concepto inicial con el que parte Death Note (que puedes ver en Netflix, y que si eres estudiante de derecho o abogado te recomendamos encarecidamente). Todo lo demás se subsume de esta premisa que guiará todo el brillante argumento de la obra. Y si bien se trata de una animación que se sujeta de un precepto fantástico, que eso no te engañe, las relaciones de poder que se evidencian en su desarrollo son terroríficamente realistas.

El joven Yagami, hastiado de ver las atrocidades que se cometen en medio de un miserable paisaje urbano, donde la tecnología está al servicio de la codicia y no de la justicia; empieza a asumir la creciente idea de ser el elegido por los dioses, por su abrumadora inteligencia (en la trama se habla de que es el mejor estudiante japonés), para la pesada diligencia de crear un nuevo orden mundial. Es una visión antropocéntrica casi de matiz nietzscheana, pero que parte de una concepción mesiánica equivocada.

Desde ahí, ya podemos empezar a juzgar al protagonista, pero que con sus idas y vueltas, hasta cierta parte del argumento conserva un imponente espíritu de justicia. En su travesía lo acompañará el simpático Ryuk, un shinigami (dios de la muerte) a quien perteneció originalmente la libreta de la muerte. Y aunque al principio parecía tener el camino libre para cumplir con el destino que él creía inmutable, prontamente le aparecerá un competidor, un joven detective llamado «Ryuzaki» o «L» (nombres ficticios), que lo pondrá en aprietos desde que entra en escena. Rápidamente se encarga de descubrir que una persona como Light odia perder y es exageradamente engreída (características que dice compartir).

Acá queremos hacer hincapié sobre dicho personaje. Ryuzaki posee una personalidad extravagante, pues uno logra advertir los rasgos de una inteligencia prodigiosa que usa en nombre, aparentemente, del «bien». Pero si en un primer vistazo esto nos puede parecer así, lo cierto es que, a medida que avanza la historia, descubrimos que su inteligencia deductiva bastante alejada está de la ética decimonónica que nos enseñan en la escuela. Él prefiere apartarse de toda concepción del bien y del mal, y realizar todas sus investigaciones por mero divertimento intelectual. Hay una crítica contenida ahí a las valoraciones axiológicas que asumimos casi sin cuestionar, y que en el fondo, no parecen poseer un sostén humanitario verdadero. En ese sentido, nuestra reflexión apunta a que, si bien Ryuzaki es un personaje interesante y brillantemente construido, a diferencia de Yagami, no asume una posición con respecto al orden del mundo.

A estas alturas, lo que verdaderamente queremos resolver es la intriga central de la serie: ¿es justificable lo que realiza Light en nombre de la verdad y la justicia? No queremos detenernos en un análisis somero, donde nos reduzcamos a denunciar a aquellos que propugnan la muerte, por considerarlos incivilizados o inhumanos; sino que apuntamos a ir un poco más allá. No nos consideramos tampoco, paladines de lo «políticamente correcto» (término manoseado absurdamente, al punto que ya no significa nada), ni queremos colocarnos en el lugar de una persona con evidentes rasgos de megalomanía. Encontramos entonces, en la línea directriz del análisis, tres grandes consideraciones:

1. Light no quiso, desde el principio, conjugar un concepto de utopía con el de ética. El universo que él pretendió concretar estaba basado, con el disfraz de un fin altruista, en principios egoístas.

2. La consecuencia del acto de matar en un sistema dictatorial (como el que implantó Light en el mundo ficticio de Death Note), no es simplemente la destrucción progresiva de la humanidad del asesino (sería una visión reducida), sino que se deben analizar los factores que lo llevaron a tomar cada gran decisión. Así como Light envileció su poder y fue desfigurando algún sentido de justicia primigenio, acabó con el crimen por medio de la extrema represión.

3. El problema fue ese, que no se puede ni se podrá concentrar el poder: las estructuras de dominación que se basan en métodos inquisitivos no serán la solución final al problema de la criminalidad. Existe una dimensión individual del ser que se debe conjugar con los fines de la sociedad moderna.

Nos gustaría realizar un análisis más extenso de todos los aspectos jurídicos y filosóficos que podemos extraer de esta interesante historia, pero por ahora nos quedaremos con esas ideas iniciales. La profundidad con que trata temas tan escabrosos como el de la pena de muerte, la superficialidad del orden social o la violencia punitiva; nos rememora a clásicos de la talla de Crimen y Castigo o las mejores novelas de Arthur Conan Doyle, y serán materia de una posterior reflexión. Death Note ya ha sido clave en diversos análisis criminológicos, y creemos que los estudios que descubran nuevas perspectivas en su desarrollo argumentativo irán creciendo con el tiempo. Sin duda alguna, es una de las obras artísticas que mejor planteó las aristas de la pena de muerte y su –aún– vigente discusión.

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