Hace un par de meses, en su cuenta de facebook, el reconocido penalista y profesor José Luis Castillo Alva, compartió con sus seguidores un tramo de su vida universitaria a través de un emotivo post. Allí contó los obstáculos que tuvo que vencer para tener acceso a material bibliográfico en épocas difíciles para un estudiante con pocos recursos. La aleccionadora historia se titula «La pequeña historia del libro de Carlos Maximiliano» y se lee de un tirón.
Como muchos estudiantes de una universidad pública en Perú y América Latina, sin dinero y con pocos recursos para pagar la universidad, la única manera de poder acceder a algunos libros era a través de la visita a la biblioteca de la facultad y la biblioteca central. Como en mi universidad había la política de no prestar más de dos libros por estudiante, teníamos que ingeniarnos para lograr disponer de un número mayor de libros que nos permita un mejor cotejo de ideas y de diversos puntos de vista.
Es por ello que con algunos amigos decidimos presentarnos como colaboradores ad honorem de la biblioteca de la facultad y así sortear las restricciones bibliográficas y acceder luego de nuestra tarea de voluntariado a leer los libros que de otra manera nos estaría vetado.
Lo más interesante de ingresar al servicio de la biblioteca de nuestra querida facultad de derecho de la Universidad Nacional de Trujillo es haber descubierto el fondo bibliográfico que había donado el profesor laboralista Montenegro Baca y que lamentablemente todavía no se había catalogado y menos se había puesto a disposición del público lector.
Dentro de los libros donados por el profesor Montenegro se encontraba la obra del profesor brasileño Carlos Maximiliano sobre hermenéutica y aplicación del derecho. Cuando tome el libro por casualidad y leí sus páginas quedé sorprendido por su lenguaje sobrio, claro y elegante. Me pareció una obra magnífica y de un altísimo nivel.
Recuerdo también que pedí de manera respetuosa que la directora de la biblioteca me prestara el libro a fin de seguir leyendo sus páginas en casa. Lamentablemente, me negó, pese a mi insistencia y el compromiso de apoyar más horas en la biblioteca. Sin embargo, no me di por vencido y devoré el libro en cinco días.
Por muchos años perdí toda posibilidad de poder revisar y leer la obra. Pregunté a muchos amigos por ella y me daban la ingrata noticia de que no la podían ubicar.
Hoy, luego de más de 20 años, me encuentro en una librería nuevamente con la obra. Mis ojos se pusieron vidriosos recordando mi época universitaria, las dificultades para acceder a obras de nivel y, por supuesto, la negativa de prestarme el libro con la justificación que no se encontraba catalogado.
Bienvenido nuevamente don Carlos Maximiliano.