Hay un pasaje revelador en La Constitución peruana comentada, del ilustre constitucionalista del siglo XIX, Luis Felipe Villarán, que ha editado el Tribunal Constitucional a través de su Centro de Estudios Constitucionales. Se trata de las reflexiones del autor sobre el eterno desencuentro entre el Perú real y el Perú ideal que fomentaron nuestras constituciones. Aquí lo tienen.
El cambio repetido de constituciones, obra inmediata de las revoluciones militares que han agitado nuestra vida política; el régimen del poder discrecional de los caudillos, imperante durante largos años, y la poca severidad en la observancia de las disposiciones constitucionales, aun bajo los gobiernos regulares, han sido el resultado lógico de la perniciosa enseñanza dada a la nación, desde los primeros días de su vida independiente.
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La Constitución del año 23 no debió ser expedida. Ella no era la obra de un congreso nacional, porque cinco de los once departamentos en que se dividía el Perú, a saber: Arequipa, Cusco, Huamanga, Huancavelica y Puno, ocupados por las armas españolas, no concurrían realmente a la elección de ese congreso, y en su territorio no podía implantarse el régimen constitucional. En los territorios libres de la dominación, tampoco podía establecerse el nuevo orden, porque la anarquía que se había desencadenado en ellos, lo impedía absolutamente. Finalmente, era bien conocida la resolución de Bolívar, de no consentir la erección de un gobierno nacional.
Aun cuando no hubieran existido estas especiales circunstancias, la necesidad en que se encontraba el Perú, de emprender de nuevo la lucha con las fuerzas españolas, puesto que se habían perdido todas las ventajas alcanzadas sobre ellas por San Martín, hacía inevitable la concentración de todo poder en el soldado encargado de la obra.
Expidiose, sin embargo, esa prematura Carta, pero en el mismo día en que se juraba su obediencia, el propio congreso declaraba en suspenso sus disposiciones, y ratificaba el poder absoluto de Bolívar.
El nacimiento de este doble y monstruoso engendro de constitucionalidad y dictadura, sembró en el espíritu nacional el escepticismo político, y preparó a los peruanos a soportar con indolencia el autoritarismo militar.