Sumario: 1. El disfraz de la crueldad, 2. El desmayo del procesado y su negación falaz, 3. La falsificación “numérica” de presos contagiados, 4. La amenaza y acoso a un fiscal.
1. El disfraz de la crueldad
La crueldad es propia de las “malas personas” que manifiestan su incontinencia punitivista con la idolatría del castigo. El hombre cruel, consciente de su baja pasión, pretende en todo momento justificarse. Al respecto, el jurista español Gonzalo Quintero Oliveras[1], se pregunta ¿qué es peor, el cruel teorizando o el cruel sin teorizar? Son iguales en crueldad, solo que el “cruel teorizando” es más insidioso, se esconde con una cobertura seudocientífica para justificar su baja pasión, pues es consciente de su pasión insana; por ello, se esfuerza en proponer una enredosa cobertura “teórica”. Pero como la razón humana siempre es contraria a las pasiones viles, entonces recurren a falacias, sofismas y mentiras.
Esa práctica mentirosa y difamatoria ha sido así siempre en la historia de la humanidad y se ha expresado en frases, algunas de estas recogidas por Iván Almeida[2], doctor en filosofía y profesor jubilado de la Universidad de Aarhus (Dinamarca), que parafraseo a continuación. Plutarco la atribuye a Medion de Larisa, un ambiguo personaje que cinco siglos antes había sido consejero de Alejandro Magno:
Ordenaba a sus secuaces que sembraran confiadamente la calumnia, que mordieran con ella, diciéndoles que cuando la gente hubiera curado su llaga, siempre quedaría la cicatriz.
Roger Bacon, en el siglo XVII, en su obra latina De la dignidad y el desarrollo de la ciencia[3], refiere:
Como suele decirse de la calumnia: calumnien con audacia, siempre algo queda.
Rousseau[4], pone en boca de un “famoso delator” lo siguiente:
Por más grosera que sea una mentira, señores, no teman, no dejen de calumniar. Aun después de que el acusado la haya desmentido, ya se habrá hecho la llaga, y aunque sanase, siempre quedará la cicatriz.
En el siglo XIX, Casimir Delavigne, en Les enfants d’Edouard[5], señala que:
Mientras más increíble es una calumnia, más memoria tienen los tontos para recordarla.
Goebbels no fue el inventor de la frase, sino que el depositario de la tradición, alguien que se sirvió de ella para describir una maniobra enemiga. En su artículo De la fábrica de mentiras de Churchill[6] escribe:
Una vez proferida una mentira, (Churchill) sigue repitiéndola sin que nada ni nadie se lo pueda impedir, hasta que al final acaba él mismo creyéndola (…). El esencial secreto del liderazgo inglés no debe buscarse tanto en una inteligencia particularmente afilada sino, mucho más, en una estúpida y bochornosa tozudez.[7]
La mentira canalla siempre ha sido utilizada en la historia de la humanidad para encubrir las pasiones punitivas vergonzantes y los falsarios sabedores de sus patas cortas se esfuerzan, cuanto antes, por difuminar su veneno reptilesco para que algo quede.
2. El desmayo del procesado y su negación falaz
En lares mistianos, el 25 de junio de este año de pandemia, de una audiencia de prolongación de prisión preventiva, llevada adelante por el Segundo Juzgado de Investigación Preparatoria de Paucarpata (Arequipa), se difundió una nota dramática sobre el desmayo del procesado en plena audiencia en el que se denunciaba el extremo formalismo del despacho al solicitar un escrito de cesación de prisión preventiva, en lugar de someter al debate en el instante esa situación evidente[8]. Cabe mencionar que este hecho se produjo en el contexto de la crítica situación del establecimiento penal de Socabaya a causa de los contagios de los internos.
Ahora, con las pruebas realizadas a la fecha de esa audiencia, se ha confirmado que este procesado estaba infectado por el covid-19. Sin embargo, al día siguiente en el proceso principal fue condenado. Esta situación fue aprovechada por los sectarios punitivos con la difusión falaz pero efectista de un argumento negador de la realidad: “dado que había sido condenado, entonces no estaba contagiado, sino más bien estaba bien de salud”.
La jauría punitiva soltó a sus “chihuahuas de presa” y se desataron mintiendo con cinismo, afirmando que el hecho no se había producido y que el desmayo se había realizado solamente por el nerviosismo de la audiencia. Este obtuso negacionismo tenía un norte claro, evitar la política de despoblamiento penitenciario y desacreditar la razón de los hechos, iniciándose una marrulla punitiva de pocos.
Provocar el discurso de odio es fácil, pues está latente en la emotividad del colectivo social y los ejemplos históricos sobran, desde el fascismo y el odio antisemita, el fascismo italiano de Mussolini hasta el fascismo español. No hay nada más fácil que recurrir a los sofismas para generar animosidad y, perversamente, aprovecharse de la desgracia de la víctima para traficar con su dolor y justificar discursos de odio, religiosos o políticos. Un profesional del sofisma emplea el engaño, la mentira y su falta a la verdad es intencional. Veamos algunos ejemplos:
En lógica, non sequitur (del latín «no se sigue») es un argumento en el cual la conclusión no se deduce (no se sigue) de las premisas. Así, por ejemplo, si una persona es condenada en juicio oral a ocho años de pena privativa de libertad, esa conclusión no se deriva de las incidencias de otra audiencia de prisión preventiva –distinta al juicio– oral, dado que su objeto es distinto. El primero se corresponde con el mérito del caso y puede, eventualmente, estar bien condenado –sobre la base de la prueba producida en el juicio–; en tanto que el segundo es una medida cautelar que tiene por objeto, centralmente, discutir los presupuestos de riesgo procesal.
El sofisma, en el ejemplo, es manifiesto, pues como fue condenado posteriormente, entonces, carecía de objeto la anterior discusión de la prisión preventiva. Después de la guerra aparecen los mariscales y estrategas y generalmente recurren a esta falacia, sin embargo, su uso perverso es efectivo, pues genera adhesiones emotivas, pero el sofisma es claro, es falso o capcioso, es un salto indebido en el razonamiento.
Un comentario pro homine que no coincida con la opción político punitivista hace surgir en este la idea de que se sostiene una opinión opuesta a la suya. Un intento de presentar un problema objetivo de una incidencia de prisión preventiva, es intencionalmente confundido con una defensa de esa persona. Por ejemplo, una persona critica el formalismo de un juez y, de inmediato, la persona adversa exclama: «¡No sabía que eras indiferente al dolor de las víctimas!»; sin embargo, una cosa no sigue a la otra.
Una conclusión no se sigue de una premisa y, en lógica, non sequitur (no se sigue) es una falacia, pues las premisas no están lógicamente conectadas entre ellas. Formas de este razonamiento inconsecuente son: i) la generalización precipitada; ii) la conclusión desmesurada; y, iii) la petición precipitada. Este tipo de falacias son muy utilizadas para desinformar, para ocultar realidades y, sobre todo, cuando se pretende ocultar temas sensibles como los datos penitenciarios reales de la pandemia y sus efectos.
En un contexto tan crítico es bueno cruzar información, recurrir a las fuentes primarias como los propios agentes penitenciarios, los abogados, etc. Es irresponsable quedarse satisfecho con las cifras estadísticas oficiales. El sofisma se completa: ¡Aun cuando sea verdad que el preso se desmayó en audiencia, nos hemos sentido ofendidos porque un día después fue condenado!
3. La falsificación “numérica” de presos contagiados
La falacia por generalización precipitada es empleada por los sofistas punitivos para llegar a una conclusión general a partir de una base insuficiente de datos. Por ejemplo, con afirmar que de 187 pruebas rápidas practicadas a igual número de internos, 83 internos dieron positivo al covid-19 se llega a una falaz conclusión: que de toda la población penitenciaria del establecimiento penal de Socabaya, solo estarían contagiados 83 internos. La mala intención de engaño es manifiesta.
Pero, el establecimiento penal de Socabaya alberga a 2282 internos, en ese orden, si de una muestra de 187 internos sometidos a prueba rápida 83 internos arrojan positivo, entonces su proyección altamente probabilística es de 1004 internos contagiados, y no solo 83 contagiados (muestra al 26 de junio).
El empleo de la falacia de generalización apresurada –muestra sesgada o inducción indebida– no es inocente, pues el sofista punitivo es consciente de que a partir de una prueba insuficiente no se puede inferir una conclusión general; sin embargo, el sofista solo busca la impresión efectista para mover emociones.
De manera más esquemática, véase el siguiente argumento:
- Juan es trabajador del Ministerio Público y es autoritario y punitivista.
- María es trabajadora del Ministerio Público y es autoritaria y punitivista.
- Por lo tanto, todos los trabajadores del Ministerio Público son autoritarios y punitivistas.
Concluir que todas las personas que trabajan en el Ministerio son autoritarias y punitivistas, es una generalización apresurada. Con toda probabilidad en el Ministerio Público trabajan personas que no son autoritarias ni punitivistas y que ejercen un trabajo profesional y objetivo.
Cada generalización apresurada requiere de un criterio claro para diferenciarlo de una buena inducción, sino, el embuste de números puede disfrazar la realidad. Pero la realidad en los penales, con internos y agentes penitenciarios es crítica y de riesgo mortal.
4. La amenaza y acoso a un fiscal
El cuestionamiento a la actuación de una intervención realizada por miembros de la PNP de manera irregular que tuvo como resultado que un fiscal de la ciudad de Ica, consecuente con los parámetros del CPP, ordene la libertad de tres mujeres que se dedicaban a la prostitución y un parroquiano, ha tenido que adquirir ribetes de escándalo para que recién se considere la magnitud del reglaje del que ahora es objeto a través de amenazas en las redes sociales por parte de determinados miembros de la policía que realizaron la intervención; pero los punitivistas, como siempre, negadores de la realidad afirmaban que es imposible poner en duda la actuación de algunos miembros de la PNP, ni mucho menos la imputación penal cuando el caso todavía está en investigación, llegando a insinuar que el cuestionamiento realizado a la intervención tenía como objetivo influenciar en la decisión de los funcionarios que finalmente decidirán el destino del proceso.
Ahora que el caso es público ¿qué esperan los punitivistas?, ¿ver el cadáver del fiscal para recién indignarse por la intervención irregular que dio origen a todo el problema?
La vil pasión de la crueldad siempre pretenderá cubrirse con enredos “argumentativos”, ficcionará mundos ideales de roles metafísicos, los profesionales de la mentira crearán “realidades paralelas”, etc.; son profesionales del negacionismo. La vileza de la crueldad se alía con la estupidez, entre estos apaciguan sus pruritos de impudicia punitiva para predicar el sufrimiento, la aflicción y el dolor como mecanismo para resolver los problemas de la sociedad.
[1] Véase: OJEDA, Felipe. «Miente miente que algo queda»: ni Piñera ni Artés ni Lenin ni Goebbels”. La Tercera, 07/11/2017. (Consultado el 07/08/2020). Disponible aquí.
[2] En el capítulo 4 del libro I de sus Obras morales y de costumbres.
[3] Véase: OJEDA, Felipe. Ob. cit.
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Sin perjuicio de que la decisión pueda darse luego de la emisión de los resultados.