Una República incompleta: ¿dónde están las mujeres de la República?

Jenny Vento es bogada, máster en Acción Política, Participación Ciudadana y Fortalecimiento Institucional en el Estado de Derecho por la Universidad Francisco de Vitoria y la Universidad Rey Juan Carlos. Especialista en DIDH, SIDH y gestión pública por la American University-WCL, National Defense University-WJPC, PUCP, ESAN y otros. Profesora de DIDH y SIDH, y, expositora en EE.UU, España, México, Panamá, El Salvador, Chile, Perú, entre otros. Ha sido Asesora de la Alta Dirección en la Presidencia del Consejo de Ministros, el Congreso de la República, así como Directora General en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, entre otros.

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Durante el siglo XIX, luego de lograr nuestra independencia, siguieron una serie de intentos (en su mayoría privados como los llevados a cabo por Manuel de Odrizolo, Juan Pedro Paz Soldán, entre otros) por lograr recopilar los documentos que formarían parte de la memoria histórica de la gesta emancipadora.

Tuvo que transcurrir ciento cincuenta años para que, en 1971, el Gobierno Militar, aprobase mediante el inciso a) del artículo 4 del Decreto Ley N° 17815, la elaboración de la Colección Documental sobre la Emancipación del Perú, y, en este esfuerzo, convocó a trece expertos, historiadores, todos hombres, salvo Ella Dunbar Temple[1].

Fue así que, bajo la Presidencia de la Comisión Nacional del Sesquicentenario de la Independencia del Perú, representada por el General de División EP Juan Mendoza Rodríguez, todo el gobierno, coleccionistas particulares, funcionarios públicos, empresas privadas, entre otras personas, se unieron para elaborar y publicar la “Colección del Sesquicentenario”, la muestra testimonial más completa e importante de nuestra independencia, ya que logró recopilar y categorizar documentos históricos sobre ideas políticas, asuntos militares, economía, literatura, periodismo, rebeliones y conspiraciones, acciones patrióticas, educación, la iglesia, misiones y un sinfín de memorias, diarios y crónicas de la época independentista.

No obstante, al revisar la “Colección del Sesquicentenario” parece que las mujeres hubiésemos sido borradas de la historia o no hubiésemos contribuido a concretar la independencia y forjar este ideal republicano. Me resisto a creerlo. Sin embargo, una revisión preliminar del primer tomo de la colección nos demuestra lo contrario. Sus quince volúmenes fueron dedicados única y exclusivamente a los ideólogos de la república. Todos ellos hombres, por supuesto.

 

¿Dónde estuvieron las mujeres de la Independencia y de la República? ¿Cómo hablar de una verdadera república si hombres y mujeres no tenemos y ejercemos los mismos derechos en igualdad de condiciones? ¿Cómo hablar de aquellos ideales de justicia, libertad, solidaridad, igualdad o confraternidad si las mujeres en nuestra historia (e incluso en algunos ámbitos de nuestra sociedad actual) fueron relegadas a espacios privados y limitadas en el ejercicio de sus derechos? ¿Cómo pretender que hombres y mujeres se unan en torno al “amor a su país o el vivo anhelo por su felicidad”, que tanto proclamaba Manuel Pardo y Lavalle, si estas últimas siguen siendo excluidas de todos los derechos (y beneficios) de vivir en democracia?

Los verdaderos promotores de nuestra independencia fue gente como uno, hombres y mujeres de buena voluntad, gente proba y patriota, convencida de que el imperio del compadrazgo, la impunidad, el amiguismo, la criollada, terminaría por socavar nuestras instituciones y, con ello, la pérdida de confianza y la ruptura del contrato social. Urgía, entonces, alzar los ideales de justicia y libertad como una respuesta a la tiranía y erigirlos como los pilares fundamentales de la república.

No obstante, alcanzar el reconocimiento de nuestros derechos ha sido (y es todavía), un proceso en constante y permanente evolución a lo largo de nuestros casi doscientos años de vida republicana. Un proceso en el que mujeres ilustres, frente a todas las barreras estructurales, contribuyeron a concretar la gesta independentista, fomentaron el desarrollo de la cultura, el arte, la literatura, las ideas políticas, así como alcanzar el ejercicio pleno de nuestros derechos, entre otros aspectos. Mujeres como Micaela Bastidas, María Parado de Bellido o Francisca de Zubiaga de Gamarra (la Mariscala), son algunas de nuestras heroínas silenciosas de la independencia.

La independencia marcó el inicio de un largo proceso de construcción de un ideal republicano en el que la democracia y los derechos humanos son una piedra angular y una garantía de su permanencia en el tiempo. Un proceso que, sin lugar a dudas, fue posible gracias al valioso aporte de hombres ilustres que contribuyeron desde la política, las ciencias jurídicas, y otras áreas, a alcanzar estos ideales. Sin embargo, no permitamos que quede en el olvido la loable labor que iniciaron nuestras heroínas silenciosas y que continuaron ilustres mujeres como Mercedes Cabello de Carbonera o Clorinda Matto de Turner, quienes bajo el liderazgo de Juana Manuela Gorriti, en aquellas veladas literarias en Lima, fomentaron los primeros debates literarios, sociales y políticos, muy innovadores para su época (1874).

Es inaceptable pensar que Lima fue el único lugar en el que las mujeres fueron incursionando, paulatinamente, en generar espacios de discusión sobre su nula o escasa participación en espacios públicos, su preocupación por la cuestión social de las mujeres, el reconocimiento de sus derechos y el ejercicio pleno de estos. Cusco, Arequipa, entre otras regiones, nos demuestran lo contrario. Hace algún tiempo, el profesor Carlos Ramos Núñez, rescató de la historia a Trinidad María Enríquez, otra mujer ilustrada del siglo XIX, cusqueña, que en 1878, puso en debate la emancipación femenina.

Por aquella época, la falta de acceso al reconocimiento del grado de bachiller o el título, limitaba el ejercicio de la abogacía a las mujeres, así como el ejercicio pleno de su profesión. Dicho debate alcanzó las más altas esferas políticas y jurisdiccionales de la época. Gracias a mujeres como ella, quienes se pusieron a “Pensar La República”, se logró aprobar, en 1908, la Ley 801, Opción de grados académicos por las mujeres, que permitió el inicio del ingreso de las mujeres a la universidad en el Perú y con ello, la posibilidad de aspirar a ser tratadas como ciudadanas libres e iguales a los hombres.

Y, así, podemos rescatar de la historia del siglo XX a María Jesús Alvarado Rivera, escritora y periodista, una educadora preocupada porque más mujeres lograsen acceder a una educación de calidad, a través de la escuela-taller “Moral y Trabajo”, fundada en 1914; y, una de las primeras promotoras de la igualdad de derechos civiles y políticos de las mujeres (El Feminismo, 1911).

El sufragio universal, ya vigente durante la segunda mitad del siglo XX, en países de Europa, Asia y América como Alemania Occidental, Inglaterra, Japón, Estados Unidos, México o Argentina, se abrió camino en el Perú. Así, pese a todas las limitaciones y resistencia, en 1956 se eligieron a las primeras mujeres representantes del Senado Nacional y de la Cámara de Diputados. Entre ellas se encontraban la senadora Irene Silva Linares de Santolalla; y, las diputadas Manuela C. Billinghurst López, Alicia Blanco Montesinos de Salinas, Lola Blanco Montesinos de La Rosa Sánchez, María Mercedes Colina Lozano de Gotuzzo, Matilde Pérez Palacio Carranza, Carlota Ramos de Santolaya, María Eleonora Silva y Silva, y Juana Ubilluz de Palacios, quienes continuaron demandando el reconocimiento de nuestros derechos civiles y políticos.

Así como ellas, ¿cuántas mujeres podemos rescatar de la historia? ¿Cuántas María, Trinidad o Clorinda existen escondidas en los archivos de nuestra historia? ¿Cuántas más tenemos en la actualidad? ¿Cuántas de ellas en estos momentos están “Pensando la República”; contribuyendo a consolidarla y protegerla desde cualquier espacio en el que se encuentran?

Estoy convencida que existen más ideólogas de la independencia, más mujeres que a lo largo de estos doscientos años han contribuido a forjar nuestra república. Mujeres que desde el siglo XX y XXI siguen labrando por consolidar nuestros pilares republicanos. Solo debemos rescatarlas de la historia. Es justo y noble hacerlo.

Mi mayor anhelo es que el Bicentenario nos encuentre con estos ideales de justicia y libertad profundamente arraigados en nuestros corazones y mentes, sin embargo, lograr materializar este anhelo solo será posible si logramos que nuestra sociedad nos reconozca a todas y todos como ciudadanos libres e iguales en deberes y derechos.


[1] La Comisión contó con la colaboración ad honorem de los siguientes historiadores: Ella Dunbar Temple, Felipe de la Barra, Feliz Denegri Luna, Guillermo Duran Flórez, Julio Elías M. Guillermo Lohmann Villena, Aurelio Miró Quesada Sosa, Armando Nieto Vélez, Estuaro Núñez Hague, Gustavo Pons Muzzo, José Agustín de la Puente Candamo, Alberto Tauro del Pino y Augusto Tamayo Vargas.

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Abogada. Máster en Acción Política Participación Ciudadana y Fortalecimiento Institucional en el Estado de Derecho por la Universidad Francisco de Vitoria y la Universidad Rey Juan Carlos. Especialista en DIDH, SIDH y gestión pública por la American University-WCL, National Defense University-WJPC, PUCP, ESAN y otros. Profesora de DIDH y SIDH, y, expositora en EE.UU, España, México, Panamá, El Salvador, Chile, Perú, entre otros. Ha sido Asesora de la Alta Dirección en la Presidencia del Consejo de Ministros, el Congreso de la República, así como Directora General en el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, entre otros.